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Conrado Domínguez, superhéroe o villano

Conrado Domínguez

Juan Manuel Bethencourt

Santa Cruz de Tenerife —

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Parece que fue un político francés del siglo XIX el que acuñó la afirmación siguiente: “Todo está previsto, salvo lo que va a pasar”. La referencia la tomo de un reciente artículo del filósofo (francés, también) Pascal Bruckner sobre el corrosivo impacto sociológico provocado por la pandemia de COVID-19 en todo el planeta. En efecto, nadie estaba preparado para esto, y el mismo desgaste que atemoriza a la sociedad en el epílogo de este verano distópico es apreciable en gobiernos de todo pelaje ideológico. Canarias no es una excepción (nunca lo es, para bien o para mal), y la fatiga es tan lógica como apreciable en los centros de mando autonómicos e insulares. Y como si el desafío de los próximos meses no fuera suficiente, aparecen asuntos de orden menor (porque, comparado con la pandemia, todo es menor) capaces de producir convulsiones evitables en el seno de un Ejecutivo cuatripartito que se mide con la peor crisis de la historia autonómica. El último, por ahora, es el nombramiento de Conrado Domínguez al frente del Servicio Canario de Salud.

La polarización del personaje. No hay precedentes conocidos de lo que ocurre con el nuevo director del SCS, un técnico bien cualificado pero sin una especial adscripción ideológica ni ganas de ocupar el primer plano de la actualidad. Pero la notoriedad alcanzada por Conrado Domínguez suscita una polarización llamativa, impropia de su escaso relieve político. Sus detractores, en Podemos y en una parte del PSOE canario vinculada a la defensa a ultranza de la sanidad pública (loable aspiración, por otro lado), le atribuyen estrecha cercanía al sector sanitario privado por su presencia destacada, con el mismo cargo que acaba de recuperar, en el equipo que lideró el consejero José Manuel Baltar entre enero de 2017 y julio de 2019. En efecto, Domínguez era el encargado de resolver los contratos de servicios sanitarios concertados con las clínicas privadas convocados por la Administración autonómica, en los que Baltar no tomaba parte por abstención debido a su anterior condición de directivo en Hospitales San Roque.

¿Es Domínguez un privatizador compulsivo? ¿Veremos un tsunami de externalizaciones a partir de ahora en Canarias? Seguramente esta última es una pregunta más para el Gobierno, para el consejero Blas Trujillo, que para Domínguez, pues no corresponde al director del Servicio Canario de Salud definir la política sanitaria del Gobierno, sino ejecutarla con la mayor eficiencia posible, y más en circunstancias tan adversas como las actuales. No olvidemos una cosa: Conrado Domínguez ya formaba parte de este Gobierno de Canarias, como secretario general técnico de la Consejería de Obras Públicas. En cuanto a los defensores de Domínguez, que también son legión, lo presentan prácticamente como la diferencia entre el éxito y el fracaso, como la única persona capaz de enderezar el rumbo del SCS en medio de esta desastrosa pandemia que amenaza con llevarse todo por delante. No sé si el afectado estará de acuerdo con tales perspectivas. Porque atendiendo a algunos comentarios recientes, si hay una próxima película de Los Vengadores los convocados a salvar el mundo serán Thor, Hulk, el Capitán América y Conrado Domínguez. ¿Villano o superhéroe? Es lo que tienen las etiquetas, que te las cuelgan de la chaqueta y no hay forma de quitarlas jamás.

Cuando cuatro son multitud. Cuatro directores en un departamento con rango de viceconsejería son, en efecto, demasiados para poco más de un año de legislatura. Además, devorados por la crisis del coronavirus, cuyos efectos se dejan sentir en la estabilidad de los equipos directivos, y no solo en Canarias, que fue pionera en los relevos (el cese de la consejera Teresa Cruz), pero que se ha visto secundada por cambios en la dirección sanitaria de varias comunidades autónomas. La pandemia se cobra su peaje y es preciso acertar en los nombramientos. Y aquí está la razón fundamental del nombramiento de Conrado Domínguez, en que Ángel Víctor Torres, tras la destitución de Blanca Méndez en el mismo proceso de relevo de la consejera Cruz, el interregno de Antonio Olivera y la experiencia fallida de Alberto Pazos, carece ya de margen de error. De modo que son los precedentes los que definen el escenario actual, que sugiere a Domínguez como favorito porque, para empezar, ya forma parte del comité de expertos que asesora al presidente del Gobierno en la pelea contra la COVID-19.

¿Y por qué ha fallado Pazos? Porque los hechos se lo han llevado por delante. Fue nombrado tras la llegada de Blas Trujillo a la Consejería, hace poco más de dos meses (aunque parece que fue hace un siglo, la pandemia es también capaz de distorsionar el tiempo), cuando la situación epidemiológica de Canarias era muy distinta y los casos activos de COVID-19 se podían contar con los dedos de las manos. ¿Es Pazos un incapaz? En absoluto, es un técnico experimentado y trabajador, pero su perfil reposado no encaja bien con estas circunstancias dramáticas y la necesidad de respuestas ágiles, incluso audaces. En tales circunstancias, el presidente Torres no podía permitirse nuevas aventuras en la selección de personal, lo que situaba a Domínguez como el mejor ubicado para el relevo, mal que le pesara a sus detractores. Y es que la política de recursos humanos se guía por reglas así.

Los incompatibles se van. Hay algunos directivos de la Consejería de Sanidad que abandonarán la misma por considerarse incompatibles con el recién designado. No es una buena noticia para el sistema sanitario canario, y esta salida voluntaria tendrán que explicarla muy bien, no tanto por el qué sino por el cuándo, porque Canarias se mide a un desafío sanitario sin precedentes, en el que todas las buenas cabezas son necesarias, con independencia de sus desencuentros pretéritos o de sus convicciones programáticas. El más visible de todos es Jesús Morera, reputado neurocirujano, exconsejero de Sanidad entre julio 2015 y diciembre 2016 y actual gerente del Hospital Doctor Negrín. Morera ha dejado claro al consejero Blas Trujillo que no está dispuesto a trabajar ni un minuto a las órdenes de Conrado Domínguez, pues corresponde al director del SCS la coordinación de las gerencias hospitalarias, la división acorazada del sistema en la pelea contra la COVID-19. De modo que esta incompatibilidad radical sólo puede resolverse con el adiós de Morera, que por cierto ha hecho un excelente trabajo al frente del Negrín. Con su salida, quizá Morera se sienta a salvo con su conciencia, pero habrá obviado otra regla elemental de la actividad pública acuñada en Francia, por boca en este caso de Nicolás Sarkozy: en la política no existe el vacío, cuando dejas un hueco alguien llega y lo ocupa, y ese alguien puede no gustarte tampoco. Dicho todo esto, suerte al recién designado, a Conrado Domínguez, porque la va a necesitar. Él y todos.

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