La Canatarilla, un proyecto de Cáritas: restituyendo los sentidos, la panza y la dignidad

Recolecta de hortalizas.

Eva González

A lo largo de esta serie de reportajes hemos visto como la agricultura ecológica en Gran Canaria no sólo trata de producir alimentos sanos. Como en la mayoría de las cosas importantes y de calado, lo que salta a la vista, la punta del iceberg, el pezón de la teta, no es, ni lo único ni lo más importante. Alimentar, cultivar, fomentar, incitar, restituir, disfrutar, compartir o integrar son sólo algunos de los logros y transversalidades que hemos tratado. En este reportaje nos centramos en la integración social y son los protagonistas quienes cuentan y explican por qué dedicar tiempo a una labor por la que no cobran en dinero. Cáritas Diocesana de Canarias cuenta con un espacio en Telde, Finca La cantarilla, que fue donado por una señora, bajo la condición de que sus beneficiarios fueran personas en riesgo de exclusión social. Hace dos años se puso en marcha el proyecto Huertos Ecológicos de Cáritas, y hoy algunas de las personas que acudían solicitando ayuda a la parroquia cultivan, disfrutan y reviven lo que ellos mismos han transformado, el erial en fructífero huerto.

Tres años de abandono y anteriormente explotada con productores convencionales dejaron la Finca La Cantarilla en un estado poco atractivo, casi nadie reparaba en ella ni en su potencial. Así la encontraron este grupo de personas integrantes del Proyecto Huertos Ecológicos de Cáritas quienes empezaron sin una especial motivación y algo desconcertados ya que ninguno de ellos había tenido trato directo con la tierra. “Al principio se mostraban un poco escépticos, no creían que pudiera funcionar y que tuviera más resultados que la agricultura convencional”, explica Noemí Dionis, técnica del Proyecto. También descubrieron que el trabajo que había que sacar adelante era duro, empezaron con la limpieza, cercado del terreno, abono de la tierra, elaboración del compost y comprobaron que la agricultura ecológica lleva más trabajo que la convencional, se funciona con microorganismos y no con productos químicos y se tienen en cuenta aspectos como la salud de la tierra, del agua y de las plantas.

Desde que se aprobó el proyecto y se pusieron manos a la obra en 2013, han transcurrido dos años. Dos años de formación y trabajo que les ha permitido contrastar cambios y resultados. “Nos sorprende la variedad de insectos que van apareciendo en la tierra y en el entorno. A veces también hemos tenido algún amago de plaga”, -nos explica Noemí el concepto-, “se considera plaga cuando aparece en un mismo cultivo y es capaz de mermar el 90% del mismo, si está presente en una pequeña cantidad no es plaga. En este caso aprendemos a convivir todos, cuantos más aliados haya de cualquier especie en la huerta, mejor, pues entre unos y otros mantienen las poblaciones a raya”.

En La Cantarilla habitan abundantes pájaros, mantis religiosas, que son muy selectas para elegir el sitio donde quedarse a vivir: tiene que ser rico, limpio y vivo; libélulas, mariquitas, lombrices, cochinillas…su presencia es necesaria para equilibrar el ecosistema. Noemí nos habla del uso de productos naturales como preventivo y curativo de posibles hongos o virus. “Aquí usamos el azufre, considerado de baja toxicidad y por ello permitido en la agricultura ecológica, el Bacillus Thuringiensis, bacteria que habita en el suelo y se utiliza como alternativa biológica al pesticida, y otros preparados biodinámicos que también usamos para reestablecer el equilibrio. Los productos biodinámicos”,- aclara-, “son mezcla de partes animales y vegetales, pero eso es otra película”. Dedicaremos una entrega de esta serie a la agricultura biodinámica, pero hasta entonces seguimos paso a paso recorriendo La Cantarilla y observando la integración en sus distintas dimensiones.

Juan Ramón Hernández, beneficiario de la finca, recolecta pimientos con los que junto a las batatas, lechugas y judías llenará las bolsas de alimentos que se llevan hoy a casa. Nos hace un breve recorrido de su experiencia, “aunque el proyecto comenzó hace dos años, empezamos recibiendo una formación de trabajo en equipo, continuamos con las labores de adecuación del terreno y hace un año que empezamos a cultivar. Lo que más me gusta es cómo se cultivan las hortalizas sin venenos y lo que menos, quitar mala hierba, aun sabiendo que nos sirve como acolchado para mantener la humedad de la tierra y protegerla, se me hace pesado”. Juan Ramón está ilusionado con la idea de buscarse la vida como productor de alimentos al finalizar el proyecto. Leticia Suárez, técnica de zona de Cáritas, asegura que ése es uno de los objetivos. “Cáritas pretende facilitar, además del acompañamiento, una herramienta de promoción personal y laboral, pudiendo abrir puertas profesionales en un futuro”. Leticia se encarga de que las personas que participan en el proyecto sigan las pautas. “No tenemos las puertas cerradas a ningún perfil, pero los que se quieran acoger deben comprometerse, es un proceso largo en el tiempo y tienen que estar dispuestos a seguirlo. No se trata de venir cuando uno quiere. Se trabaja el desarrollo grupal, la teoría de agricultura ecológica y la parte práctica en la tierra, que es donde estamos ahora. Pudiendo comprometerse, el único impedimento podría ser limitaciones de salud. La puerta de entrada son las Cáritas Parroquiales”.

Susana Martínez, psicóloga y dinamizadora de las jornadas de participación, asegura que los más de 5000 metros cuadrados que abarca la finca dan para mucho. “La línea de trabajo que estamos siguiendo va dirigida a que cada vez más familias, personas de todas las edades, mujeres, jóvenes, se beneficien de la finca. Quiero ver la finca llena de personas”. Ella se encarga de reunirse con los solicitantes de participación del proyecto, pasarles toda la información y ellos valoran, según sus condiciones si se apuntan o no. “No hay pago a nivel económico”, recuerda Susana-, “vienen dos días a la semana a la finca, y los beneficios son personales y sociales. Salen de casa, se integran en un grupo centrado en el cuidado de la persona y del medio ambiente. Cultivar un terreno es beneficioso y terapéutico, el hecho de poder salir al campo, de poder cuidar y ver crecer una planta tiene un efecto terapéutico por sí mismo”.

Teresa García, participante del proyecto, no tiene palabras para explicar lo que le está aportando la experiencia. “Yo me llevo vida, llego a casa satisfecha y tranquila y creo que es lo mejor que puedo aportar a mis hijos. No es lo mismo que te ayuden y te den por caridad, a que tú cultives y trabajes para obtener tu alimento”. Tanto Teresa como Juan Ramón comentan las reacciones en su entorno, “mis hijos no entienden cómo me ha podido cambiar tanto el estado de ánimo, se muestran incrédulos. El que no ha estado en contacto con la tierra no lo entiende”. Juan Ramón, por su parte, comenta que los vecinos le preguntan si se puede sacar rentabilidad del huerto, él les dice que económicamente no, por ahora. No se molesta en dar muchas más explicaciones, “no lo entenderían”, dice en un tono resignado. Ambos aseguran que les sirve de estimulación y reactivación emocional y que esto alcanza todas las áreas de su vida.

Viendo las alarmas que se están dando en la alimentación, -opina Susana-, “creo que lo suyo es encontrar otra manera de producir y de alimentarse”. Comer ecológico no significa hacerme un bien a mí misma y a mi salud, sino que además no estoy perjudicando el entorno y todo lo demás. “Ese mismo parque” -señala al solar contiguo- “se puede ver contaminado si aquí estamos utilizando pesticidas, lo que dejas en el suelo queda en la tierra. Hay tierras que han sido explotadas durante años mediante la agricultura convencional y siguen teniendo metales hoy en día. La agricultura ecológica, es algo más que comer sano, es un beneficio global para toda la vida en general de alrededor”.

En Canarias, cada vez hay más gente que se implica, incluso agricultores convencionales que se van adhiriendo al cambio, gente joven que se va interesando, pero aún queda camino por recorrer; dar más visibilidad a nivel público, aumentar los espacios de alimentos ecológicos en las grandes superficies, ya que al final, los hábitos son los hábitos y estamos acostumbrados a comprar en grandes centros, impulsar más las cooperativas, informar para que el consumidor se haga consciente de que se puede no perjudicar el entorno, son materias en las que cree Susana, hay mucho que hacer. “Hace falta un cambio de chip, reciclar los conocimientos de las personas que se dedican a la agricultura. Estamos acostumbrados a soluciones rápidas y eso creo, hay que cambiarlo”.

Son muchas las personas que viven a disgusto con su modo y ritmo de vida. Se podrían recorrer alternativas varias, pero sin duda la responsabilidad y el cuidado del medio que nos alimenta es primordial. Muchas de las patologías que asaltan a nuestra sociedad se eliminarían si fuéramos más conscientes del daño que hacemos. Conceptos tan comunes como el de consumir o alimentarse, presentan diferencias de suma importancia que, a veces, no alcanzamos a percibir. Consumir implica agotar la existencia, alimentarse es tomar lo necesario para coexistir. No pueden tener las mismas consecuencias, a la vista lo tenemos, sólo hay que fijarse un pelín.

Este proyecto podría dar lugar a una fase más avanzada en la que se pudiera impulsar un movimiento cooperativista. Y así dar ocupación a las personas que cuenten con las habilidades laborales adquiridas como las que hoy trabajan en La Cantarilla. Todo se andará y lo que tenga que crecer, crecerá.

Etiquetas
stats