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Cómo los centros comerciales han moldeado el ocio en Canarias

Centro Comercial Las Arenas, en Las Palmas de Gran Canaria

Toni Ferrera

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Es uno de los primeros nombres cada vez que se discute dónde pasar la tarde. Se encuentran en el centro de las ciudades o en la periferia (suele pasar que están en ambos puntos). Son grandes, de muchos metros cuadrados y múltiples posibilidades de ocio en el interior: cine, restauración, espacios recreativos… Los centros comerciales han proliferado en Canarias de forma meteórica en las últimas décadas, igual que en el resto de España y el mundo. En el Archipiélago hay 41, pero ese número podría haber aumentado de no ser porque la Justicia ha anulado la construcción de un nuevo parque comercial en el sur de Gran Canaria por irregularidades en el procedimiento. La pregunta se hace oportuna: ¿no había demasiados ya?

Javier* tiene 35 años y un hijo de tres. Cuando piensa a dónde ir el fin de semana, siempre se le viene a la mente el centro comercial: “Es donde hay un baño cerca para el chaval”, dice. Alejandro* está a punto de terminar la ESO. Preguntado por qué sitio se le ocurre para celebrar un cumpleaños, responde lo mismo: “El centro comercial”. Estos espacios ocupan una superficie de 954.576 metros cuadrados en Canarias, según los últimos datos de la Asociación Española de Centros y Parques Comerciales (AECC), lo que implica una densidad de 439 metros cuadrados por cada 1.000 habitantes. El Archipiélago es la cuarta región en el ránking de España, solo superada por Aragón (525), Madrid (461) y Murcia (445).

Hay 22 centros en la provincia de Las Palmas (el de Las Terrazas, Telde, con 57.320 m2, es el más grande) y 19 en la de Santa Cruz de Tenerife (La Villa 2, La Orotava, con 48.284 m2). La estimación provisional es que más de 46.000 canarios trabajan en centros comerciales. La estimación, un poco más simbólica, es que cientos de miles de personas visitan estos establecimientos cada semana.

No existe una explicación única que sostenga por qué lo hacen. El libro Los centros comerciales, espacios postmodernos de ocio y consumo, firmado por Luis Alfonso Escudero Gómez, profesor de Geografía Humana en la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM), trata de forma multidisciplinar estos gigantes de ocio y consumo erigidos en las ciudades y detalla, a través de más de 200 páginas, cuáles son los motivos por los que la lista de a-dónde-ir-para-gastar-mi-tiempo-libre se ha reducido drásticamente este siglo a prácticamente una única opción.

El profesor Escudero resalta desde un primer momento la fuerte relación que mantiene la sociedad de consumo con los centros comerciales, lugares donde las barreras entre el ocio y la acción de gastar se difuminan. Ambos conceptos se hacen indisociables dentro. Se consideran actividades de ocio tanto el ir a comprar como el ir a observar. Escudero pone un ejemplo: si quieres practicar surf, tienes que adquirir una tabla. Si quieres jugar a fútbol, tienes que comprarte unas botas específicas.

“Los centros comerciales comparten las siguientes características: consumismo, individualismo, banalidad, superficialidad, imitación, cultura del sucedáneo…”. Son ambientes “irreales” donde todo parece ser verdadero. “Todo es hiperreal, ficticio. Pero, contradictoriamente, tan cierto como pueda ser la nueva realidad que se construye en nuestros días”. Algunos complejos adoptan la temática que les interesa, agrega. Pueden simular ser un espacio público con el clima de Canarias en un pueblo de Asturias, por ejemplo. O pueden transformarse en una ciudad cosmopolita que atraiga a los millones de turistas que aterrizan cada año en las Islas. “Funcionan porque así los valora y los demanda la sociedad de nuestro tiempo, y porque son ejemplos perfectos de las normas de mercado global que la mundialización ha homogeneizado planetariamente”.

Escudero no cree que el consumo y el ocio en Canarias por parte de los residentes esté turistificado. Sí ve en el turismo una pata muy importante que da sentido al ecosistema comercial que se ha levantado en el Archipiélago. En su libro, publicado en 2008, este profesor de geografía humana cuenta que el interés de estos establecimientos por atraer a los ciudadanos es tal, que eso explica, en parte, por qué las fachadas eran austeras y poco atractivas antaño. “El propósito es desestimular andar fuera. Se busca que los consumidores estacionen y busquen en su interior”. Sin embargo, eso ha cambiado. Y ahora hay una especie de guerrilla entre centros por ser lo más atractivo posible desde la calle.

También descarta que sean puntos excluyentes. Esto explicaría por qué Canarias, a pesar de ser una de las comunidades con mayor porcentaje de población en riesgo de exclusión social, sigue reuniendo a tanta gente alrededor de los centros comerciales. Se han construido centros comerciales en casi todos los rincones del mundo, en urbes de muy diferente grado de desarrollo.

Además, se han adueñado del núcleo de los barrios, e incluso en la periferia, donde hay menos alternativas, para moldear los hábitos de sociabilidad entre los ciudadanos. “Unos principios socioeconómicos”, añade Escudero, “de base estadounidense, y que constituyen parte fundamental de los modelos de vida planetaria”.

Las consecuencias ya empiezan a coger forma. Pamela Flores Prieto, profesora de Comunicación Social de la Universidad del Norte, en Colombia, ha realizado un estudio junto a otros colegas titulado Urbanismo e infancia: hacia un modelo de ciudad que promueva la conciencia ambiental. En conversación con este periódico, analiza el impacto que tiene la expansión de los centros comerciales, sobre todo para los menores.

“En principio, para los padres son muy atractivos porque son espacios perfectamente planeados en donde el peligro desaparece. Sin embargo, lo que ocurre allí es que los niños no aprenden a cuidarse”, reflexiona Flores. “Alejarse de la naturaleza trae como consecuencia el no caer en cuenta de lo importante que es el espacio natural para un desarrollo saludable. Por el contrario, permanecer en espacios cerrados, rodeados de máquinas, sometido a la presión de la competencia que proponen casi todos los juegos de los parques en los centros comerciales, afecta tanto a la evolución física como la salud mental de los niños”.

Hay tres conceptos que Flores relaciona con estos emplazamientos. El primero engloba el déficit de la naturaleza que caracteriza a la mayoría de la infancia contemporánea. Al igual que Escudero, Flores utiliza el término “lugares de hipersimulaciones” donde nada es lo que parece. Esgrime que “con la pérdida de los patios y jardines en las casas, el temor de los padres ante calles cada vez más peligrosas, los niños pasan horas encerrados jugando con aparatos electrónicos”. Y los riesgos son muchos, alerta: pérdida de la visión o de la audición, irritabilidad, menor desarrollo motriz, limitación de las posibilidades que el movimiento ofrece, pérdida de oportunidades para socializar y jugar con otros.

El segundo vuelve a hacer hincapié en la seguridad de los centros comerciales. “Lo que se refuerza como meta social de los sujetos”, dice Flores, “no es transformar aspectos de la sociedad que podrían ser cambiados, sino mantener el statu quo, la conservación”. En estos lugares no hay azar. Todo está planeado. Según la profesora, no se enseña a los niños el valor del cambio y la búsqueda de lo imprevisible, sino que se les encorseta en unas ficciones seguras.

Y la última noción recoge el efecto de la amnesia ambiental, lo que Flores acuña como “el olvido de la naturaleza”. “Es acostumbrarse a estar siempre en espacios artificiales, sin contacto con el paisaje natural, las plantas, los animales, el entorno indispensable para el ser humano”. El problema con esto, advierte, es que, “si olvidamos la naturaleza, ya no la reclamaremos cuando no esté”. 

*Nombre ficticio

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