EXIT
Adivino un día luminoso a través de la única grieta que rasga la cortina. Parece el telón de la Scala de Milán o el cortinaje de escena del Teatro Colón de Buenos Aires, ambos tan rojos, tan gruesos, tan pesados.
La luz se cuela por el pliegue donde ambos paños se tocan y en su invasión alumbra, como una linterna en la estancia oscura, la mecedora donde una vez estuve sentando en las rodillas de mi abuela.
Sólo tengo un ojo abierto pero reconozco este lugar. Yo he estado antes aquí. Ayer mismo.
Nunca había soñado dos veces con un mismo lugar. Menos en días consecutivos.
Tengo la sensación de que ayer dejé aquí algo por hacer, por ver o resolver.
El zumbido que escucho me hace mirar al techo y allí un ventilador mueve sus aspas en cámara lenta, mientras detrás de cada una de ellas vuelan, también en cámara lenta y en círculo, tres balas del calibre 38.
En el suelo hay restos de una fiesta infantil. Juguetitos de piñata, golosinas y cientos de colillas apagadas que ayer no estaban ahí.
De súbito alguien cierra la cortina y todo queda a oscuras. Siento esa presencia como acerca sus pasos hacia a mí y se para a mi vera. No siento miedo. Sólo curiosidad. Hurgo en mis bolsillos en busca de un mechero que siempre llevo encima…
Mañana lo dejo.
Al encenderlo se hace de día y, salvo el ventilador de techo y sus perseguidoras balas, todo ha desaparecido.
En el suelo, ya sin colillas ni juguetes, hay un sobre rojo que me agacho a recoger.
Lo abro y dentro encuentro una foto mía con las señas de mi domicilio en el reverso y unas horas de entrada y salida. También hay un cheque con una cifra considerable a nombre de un tal Popeye Fernández.
Levanté la mirada y alcancé a ver una sombra que atravesaba la entrada. Cerró dando un portazo y desperté de golpe y agitado.
Esa fue la puerta de salida de las tierras de Morfeo… el día que me jubilaron de sicario.
…Pero he dormido como un bebé, por primera vez en años.
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