Duelo en OK CARREFOUR

Duelo en OK Carrefour.

Leandro Betancor Fajardo

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Batirse en duelo está pasado de moda. Hace tiempo que los desafíos se resuelven de otra manera. Ya no hay honor ni muerte, ni siquiera en las películas. Prima la cobardía sobre el valor. Te abres una cuenta en Twitter y vomitas anónimamente la mierda sobre tu rival, aún ignorando él o ella tal condición. 

Por eso debemos reinventar el duelo. Por eso hay que construir un nuevo western, un escenario, unas armas y un árbitro lejos de los que vimos en tantas películas. Y plantearlo como un espectáculo televisivo en el que se reten tertulianos, políticos y pseudo periodistas, donde la falacia y las mentiras dejen de ser argumentos de fogueo. Seguro tendría más audiencia que la final de un Mundial. 

Recuerdo un mítico duelo en Barry Lyndon en el que, mientras el juez prepara las armas, la cámara de Kubrick se aleja hasta dejar el plano en un encuadre preciosista, que bien podía ser uno de los muchos paisajes románticos que Turner pintó de la campiña inglesa. O la mítica escena casi al final de La Princesa Prometida, la lucha de espadas entre Iñigo Montoya y el asesino de su padre al que acompaña, repetida antes de cada estocada, una de las frases más míticas de la historia del cine: “Hola, me llamo Iñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir…”

Actualizar el concepto y adaptarlo a un formato mainstream exigiría algo parecido a lo que viví hace unos días en el pasillo de galletas (no podría ser otro) del hipermercado al que suelo ir a hacer la compra del mes. Por allí pasaba yo, empujando mi carrito en busca de unas crackers, cuando me di cuenta de que estaba en la línea de trayectoria de un fuego cruzado de insultos entre dos jóvenes que no debían tener más de 17 o 18 años. No tenían a la vista un solo centímetro de piel que no estuviera tatuado y los “elogios” que uno y otro se dedicaron de punta a punta del pasillo serían irreproducibles aquí por respeto a quien lee pero, disfrazados los improperios, diremos que uno increpaba al otro que la crítica de la razón pura de Kant no era tan crítica ni mucho menos pura mientras, desde el otro extremo del pasillo, el del tatuaje de Nietzsche en el brazo, se limitaba a decir que Dios había muerto… con una cierta desgana. 

Girando la cabeza de un lado a otro en aquella batalla de gallos no reparé en que desde el flanco izquierdo del pasillo, [Panes, tostadas y regañás], había despegado ya una bolsa de panecillos bizcochados con semillas que venía directa a mi entrecejo. Quise reaccionar como Neo en Matrix, otro mítico duelo, esquivando las balas echándome hacia atrás, pero lejos de evitar el golpe ayudé con ello a mi caída. Gracias al impacto la mitad del contenido quedó en pan rallado. Y yo en el suelo. 

Luego, siguió volando todo cuanto había en los estantes hasta que llegaron los uniformados responsables de la seguridad. 

Di gracias de que este duelo no hubiera acontecido en el pasillo de los huevos. De haber sido así estoy seguro que alguno de los dos habría empleado la oportuna fórmula de desafío al honor en su justo contexto: “Tíramelos… si tienes huevos”. 

Ni Wyatt Earp hubiera esquivado aquellas balas. 

Ríete tú de OK Corral

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