Al otro lado
Me costó encontrarla.
Tuve que caminar casi descalzo, gastadas las suelas, sobre un malpaís de lava que creía conocer. Tres días y dos noches sin luna y, sin embargo, luminosas, alumbradas por la linterna de la intuición, la emoción y la convicción del hallazgo.
No había un mapa del tesoro en el que colocar este lugar, en el que buscarlo. Nadie cartografía la emoción mejor que un poeta. Ningún geógrafo, ningún satélite, ni el más diestro de los delineantes, pintará mejor las fronteras de este lugar mágico donde traspasar, al cruzar ese umbral, las coordenadas del propio destino.
La contraseña era fácil pero había que adivinarla a través de un sortilegio recitado con rimas y silbidos, acompañada de una secuencia de toques en la puerta: golpe a golpe, verso a verso...
Pasar al otro lado era lo fácil. Lo complicado era el regreso.
En un cuadrado perfecto la línea del horizonte poseía curvas, el cielo estaba dado vuelta y las gaviotas volaban barriga arriba. Un cangrejo invisible se reconocía en dos espejos, el mar se derramaba de una caja de zapatos llena de peces de luz. Toda la maquinaria del desvío se puso, al mismo tiempo, en amarillo. Tocaba ya nadar, casi en silencio, de nuevo tierra adentro, a la montaña. Tuvo bastante el pasajero.
Yo me bifurqué, dejando un pie dentro y otro fuera, sin salir del todo, al otro lado.
Soy, ahora, una isla dentro de la isla. Mojando mis pies en la orilla del futuro.
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