Siete historias de indignados en Canarias diez años después del 15M: “Construí una forma de mirar que nunca he abandonado”

Concentración por el 15M en Santa Cruz de Tenerife. Foto: arribalasqueluchan.org

Iván Suárez / Jennifer Jiménez

Las Palmas de Gran Canaria —

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Desempleo, precariedad laboral, recortes económicos y de derechos sociales, empobrecimiento de la población, desahucios, corrupción... El 15 de mayo de 2011 decenas de miles de personas salieron a las calles de las principales ciudades españolas para expresar su indignación contra los poderes políticos y económicos que habían sumido al país en una profunda crisis. “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”, rezaba la convocatoria de una concentración que se celebró de forma simultánea en distintas localidades y que desembocó en espontáneas y multitudinarias acampadas en plazas y parques públicos. Surgía así el 15M, un movimiento asociativo que introdujo aires de cambio en la sociedad y en la política que perduran una década después. 

En Canarias, una de las comunidades más afectadas por el paro juvenil, también se celebraron multitudinarias acampadas que dejaron historias, lucha, indignación y sentimientos de nostalgia entre los participantes diez años después. Desde Ana, profesora de 50 años que lo resume en que construyó una “forma de mirar” que nunca ha abandonado; Ibrahin que impulsó una moneda social; Sara, ahora convertida en concejal de La Oliva, pero desde joven ligada al activismo, o la actual consejera de Derechos Sociales, Noemí Santana, que estuvo presente desde los comienzos de Podemos, el partido que canalizó las demandas de aquel 15 de mayo y que se presentó tres años después a las elecciones europeas con “una nueva forma de hacer política”, más asamblearia. 

El mes más feliz en la vida de Ana

A Ana (50 años) le cautivó el lema de Democracia Real Ya. Condensaba el sentir manifestado en horas de conversación y lamentos con sus amigos. Aunque ejercía como profesora en un instituto de Gran Canaria, “el destino” quiso que el 15M estuviera en Tenerife, donde se implicó -y disfrutó- de las asambleas. Recuerda a sus hijos, que entonces tenían tres y un año y medio, correteando por la plaza de La Candelaria de la capital. “Estuve como un mes con la emoción metida en el cuerpo. Era feliz, había encontrado un hueco donde encajaba perfectamente, donde podía ser como yo era, con gente como la que a mí me gusta, pacifista. Había pensamiento, colaboración, risas, música, creación y mucha reflexión, libertad para hablar. Creo recordar que no fui tan feliz nunca como ese mes. Construí una forma de mirar que nunca he abandonado”, resume. 

Diez años después de la irrupción de aquel movimiento espontáneo y heterogéneo, Ana considera que “hace falta más 15M que nunca”. Otro tipo de 15M. Aquel, dice, respondió a una coyuntura social y económica determinada. “Fue un florecer. Esa horizontalidad, esa forma de mirarnos de igual a igual, de diluirnos en una marea, de no haber egos personales, o por lo menos neutralizarlos, esa forma de hacer política y vida a la vez. Esa parte más libertaria, reivindicando que todo el mundo puede estar ahí, participar, vivir una vida plena, digna, no partidista, fue la que dio más miedo”. Ahora falta que prenda “una chispa” para volver a juntarse, para que “la gente buena salga de la cueva en la que está escondida ante tanta violencia de estilo casi militaroide” de la ultraderecha. 

Para la docente, el 15M dejó “un poso inmenso” en la sociedad. También en la política, durante un tiempo al menos, con “el resurgir de los procesos democráticos”, de las primarias en los partidos, de las asambleas, de los círculos. “Nunca hubo tantos políticos en los parques, en las plazas, en Twitter”. “Todo eso se ha ido apagando poco a poco, pero ahí estuvo y por ahí quedará la semilla”. Ana admite que las transformaciones no alcanzaron las expectativas de lo que salió de las plazas. “Se quedaron muy lejos de esos sueños y de esas ambiciones de participación, de democracia directa, de democracia real”. Nunca vio el espíritu de este movimiento reflejado en un partido político, sí algún resquicio “en el primer Podemos”.

Ibrahin Cabrera: 15-M, moneda social y soberanía alimentaria

Apenas 600 metros separaban la oficina de Ibrahin Cabrera del parque San Telmo. Cuando acababa su jornada laboral, se acercaba a la plaza pública, participaba en las asambleas y ayudaba a la organización “en lo que hiciera falta”. Tenía entonces 27 años y un empleo “relativamente estable”, con un sueldo “digno para el momento”, como trabajador social para una ONG que mantenía un convenio de colaboración con el Gobierno canario para un proyecto con menores. Vivía de alquiler junto a su pareja en La Isleta, un populoso barrio de la capital grancanaria en el que, antes de que surgiera el movimiento de los indignados, ya participaba en asociaciones vecinales. “Éramos personas movilizadas”, remarca. 

Solo pernoctó en San Telmo la víspera de las elecciones del 22 de mayo. “Muchos sectores querían que se disolvieran los campamentos. Decían que era la jornada de reflexión, un día en el que no podía haber campaña electoral ni debate político. Esa noche se hizo una vigilia y fue la única me quedé. Me levanté y fui a votar”, recuerda. “A algunos les interesaba decir que el 15-M promovía la abstención activa. No era así. Dentro del movimiento había diversas opiniones”. Entre ellas, la que defendía el apoyo a formaciones minoritarias para acabar con el bipartidismo. “Nosotros creíamos que había que ir a votar sí o sí porque era una de las poquitas maneras que nos habían dejado para apretar. Queríamos más, pero también aprovechar las que ya teníamos”. 

Ibrahin recuerda jornadas intensas, pero repletas de esperanza. “De repente vi que no estaba solo, que había más personas que eran conscientes de la necesidad de que la sociedad civil se organizara. Había mucha comunidad, camaradería, era como una familia”. Cuando el movimiento se trasladó hacia los pueblos y los barrios, se involucró en la asamblea del 15-M de La Isleta. Formó parte del núcleo dinamizador y de la transformación de un modelo más reactivo, centrado en acciones de movilización frente a decisiones ya adoptadas por el Gobierno -“un gasto de energía que no llevaba a ningún lado”-, a una posición más proactiva. Y de ahí surgió la moneda social Demos, una alternativa al euro para facilitar el intercambio de servicios, productos y conocimiento entre personas. Esta iniciativa perduró hasta la irrupción de la pandemia de COVID-19 y ahora se encuentra en “un momento de letargo”. “No sabemos qué va a pasar con ella”, afirma.   

Junto al movimiento colectivo, el 15-M representó también para Ibrahin el inicio de un proceso personal. “No era solo un cambio hacia el exterior, sino también hacia el interior, en la búsqueda de la coherencia”. En aquel momento instaló un huerto urbano en su vivienda de La Isleta. Años después, se fue a vivir al campo, al municipio de Moya. Ahora, “un porcentaje bastante alto” de lo que come lo cultiva él mismo. “Una parte importante de este cambio, de este empujón hacia ser consciente de que tenemos que ser más partícipes en nuestra alimentación, por ejemplo, surge del 15M, de hablar de la soberanía alimentaria, de sostenibilidad y de métodos más respetuosos con el medio para obtener alimentos”. 

Laura: “El 15M hace más falta que nunca”

Para Laura*, el movimiento de los indignados supuso un reseteo. Esta profesora tinerfeña de 40 años encontró en el 15M el marco colectivo en el que canalizar un sentimiento que padecía “sola y en casa” por una crisis, la de 2008, que “había generado la banca y estaba pagando el pueblo de manera injusta” con recortes económicos y de derechos. Le sedujo la idea de tomar y convertir las plazas públicas en una especie de “ágora” de la democracia griega clásica. 

Admite que en el colectivo había posiciones contrarias. Un grupo creía que el movimiento se tenía que transformar en un partido político para poder cambiar las cosas dentro del sistema. Otro, en el que Laura se encontraba, consideraba que, por definición, el 15M tenía que estar fuera de ese sistema y “transformar la sociedad desde abajo planteando otro modo de hacer política”. La docente aprecia un vínculo entre esta movilización colectiva y reivindicaciones de la izquierda, de preocupación por la justicia social, por la paz, por la redistribución de la riqueza. “Es verdad que es algo que plantea Podemos, pero al estar dentro del juego democrático de los partidos políticos, tiene las manos atadas y se queda un poco corto”. 

Al igual que Ana, sostiene que el 15M “hace más falta que nunca”. “Los ciudadanos tenemos que estar más en las calles, en las plazas, tener una actitud más política y que la política deje de ser votar cada cuatro años porque eso no es democracia. A mí el 15M me enseñó a escuchar, a dialogar, a respetar la palabra del otro, a tener estrategias de conciliación, de horizontalidad, de solidaridad. Dejó poso en cada uno y eso hace que la sociedad mejore”, concluye. 

Ana Granell y el impulso desde ‘Democracia Real ya’

Al pensar en el 15M, Ana Granell se transporta a sus 29 años, a un día de primavera detrás de la pantalla de un ordenador con su cuenta de Facebook abierta. Recuerda que gracias al auge de las redes sociales se fraguaron las grandes manifestaciones que recorrieron las calles de varias ciudades españolas, entre ellas la de Las Palmas de Gran Canaria. Democracia Real Ya se convirtió en un lema desde el que reivindicar un gran cambio social. “Teníamos una forma de trabajar muy horizontal, sin cabezas visibles”, señala. A ella y al resto de fundadores les inspiró los libros ¡Indignaos! de Stéphane Hessel y Lucha política no violenta, de Gene Sharp. “Nuestras guías eran esas. Éramos un grupo pacífico que estábamos en contra de la violencia”, añade. Relata que hubo un trabajo previo al 15M, que llegó nutrido de otros movimientos como la Primavera Árabe y que la capital grancanaria fue de las primeras ciudades españolas en sumarse. 

Granell explica que, aunque aquella primavera de 2011 contaba con un trabajo estable, se movilizó ante la situación que atravesaban otras personas jóvenes allegadas y para evitar que mermaran los servicios públicos esenciales y todos los derechos por lo que se había luchado durante años. “No éramos un movimiento apolítico, sino apartidista”, recalca, aunque siente cierta decepción con el hecho de que después de toda la lucha ganara la derecha en las elecciones de otoño de ese año. “Fue como David contra Goliat; al final siempre ganan los mismos y es bastante agotador” y lamenta que hubiera tanta abstención en esos comicios, en parte fomentada por algunos sectores ya que después del 15 de mayo se sumaron muchísimas personas al movimiento y “morimos de éxito”, apunta. 

Subraya que el votante progresista es mucho más crítico y que el 15M se gestó precisamente en la época en la que gobernaba el PSOE. No obstante, sí extrae puntos positivos, ya que considera que el movimiento sirvió para llevar la política a la calle y que la ciudadanía se interesara más por determinados temas. El objetivo de Democracia Real ya asegura que era que las manifestaciones no fueran un fin, sino una herramienta para “articular una alternativa ciudadana”. “Estábamos con lo público”, y añade que el manifiesto defendía la necesidad de blindar los derechos básicos, como la alimentación, la energía, una vivienda digna… Se trata de aspectos que luego canalizó Podemos, en especial con la figura de Pablo Iglesias, pero cree que una vez “llegas arriba” hay poderes que impiden cambiar las cosas. 

Sara Estévez: “Pocas veces se ha visto una hermandad tan profunda”

Sara Estévez (34 años) llegó al 15M movida por la “injusticia social” que veía a su alrededor, por el paro juvenil y el futuro “tan negro” que sentía que le deparaba a las personas jóvenes. Es de la generación a la que se llamó “la más preparada de la historia”, pero que se veía forzada a emigrar para poder tener un trabajo. “O trabajabas como camarero o te ibas fuera de España”, recuerda. Ya militaba desde muy joven en el PSOE, partido con el que ahora es concejala en el ayuntamiento de La Oliva. Señala que era entonces la formación con la que se identificaba tanto en su forma de pensar como en su concepto de sociedad. Pero este hecho considera que no es un hándicap en su activismo y su lucha por los derechos. Hace unos años también integró el movimiento Supermamis de Corralejo para reivindicar la necesidad de un pediatra en la zona. 

Estévez acampó en la plaza de San Telmo y lo califica como una de las experiencias “más bonitas” que ha vivido. En ese espacio convivían varias generaciones que han luchado en distintos momentos históricos. Hasta allí, explica que se acercaban profesores de universidad para impartir clases sobre economía, donde se hablaba de la importancia de los impuestos. También se celebraban talleres y había mucho debate. “Yo decía, ¡esta es una sociedad ideal!”. Entonces, ella era una de las personas encargadas de hablar con la prensa, pero en aquel momento no era consciente de que se estaba construyendo “algo tan grande”. Se recuerda a sí misma haciendo potajes para llevarlos después a la plaza, cargando con calderos de leche caliente o colaborando en otras tareas. “Para mi fue un máster total en cuanto a sociedad”, añade. De hecho, recalca que convivió con perfiles con los que no pensó nunca que llegaría a compartir tanto, como personas que tenían problemas de drogodependencia o personas más jóvenes que provenían de situaciones difíciles. “Me abrió los ojos a que no podemos ser jueces, tendemos a prejuzgar a sectores de la población”, insiste. 

“Pocas veces se ha visto en la historia una hermandad tan profunda”, asegura. Las asambleas tenían comunicación y coordinación entre ellas y destaca que existía la necesidad de ser un colectivo. A ella, que asegura que vivía enamorada de las revoluciones del 68, el 15M le sirvió para darse cuenta de que “no estábamos solos, de que somos colectivo con capacidad de remar para un mismo lado”. Aunque cree que si existe organización “la gente sale a la calle”, no cree que en el momento actual se pudiera vivir un movimiento similar. Primero, por la situación de pandemia, pero también porque hoy día se tiende a desprender más la sociedad de la política. Si se diera una movilización considera que sería más una rebelión. “Nuestro concepto era político-social, de cambio dentro de la política. Se pedía la abolición del Senado, que los partidos tuvieran unas listas abiertas, que se votara a la persona, se pedía garantizar los derechos fundamentales de la sociedad, que todo el mundo tuviera derecho a una vivienda digna dentro, el derecho a la educación…”, recalca. “Volver ahí, no lo sé, pero sería otro concepto”. 

Un país en pausa y sueños rotos

“Un país en pausa, con muchos sueños rotos y con una perspectiva de futuro nada halagüeña”. Es el escenario que se encontró N.B.* a su regreso a Gran Canaria, meses antes de que los indignados tomaran las plazas. Había pasado los primeros años de la crisis económica y financiera fuera, en el país de origen de su familia. A su vuelta a la isla pudo comprobar de primera mano los estragos que estaba causando. Hasta ese momento, España representaba para él “el lugar idóneo para realizar el sueño europeo”. Lo que percibió era incluso peor que lo que había seguido a distancia por las noticias. 

Ahora trabaja como autónomo en campos relacionados con el sector de la construcción. En 2011 estaba en búsqueda activa de empleo, “muy decepcionado con la situación económica y laboral del país”, y vivía de unos ahorros personales. En San Telmo halló esperanza en medio de “un presente preocupante” y mirando “hacia un futuro incierto”. En el parque capitalino se topó con personas “de diferentes ideologías, formas de pensar y conocimiento” que eran capaces de trabajar juntos por un objetivo común. 

Para N.B., el malestar que desembocó en esa manifestación de 2011 no ha acabado de disiparse. En su opinión, el movimiento ha tenido un impacto “mucho mayor” del que se esperaba. Después del 15M, “la política ha ocupado un espacio en los medios y, en especial en la televisión, que era impensable”. Además, ha posibilitado la aparición de nuevos partidos “más afines a las necesidades de gran parte de la población”, ha puesto en evidencia “los defectos que tiene nuestra democracia” y ha propiciado que “muchas personas que nunca han tenido interés en la política hayan empezado a hablar y cuestionar y evaluar la situación política en general”. Cree que Podemos ha encarnado ese espíritu y ha permitido “cambiar cosas”. Lo ilustra con la gestión de las ayudas para paliar los efectos de la pandemia de COVID-19. “Aunque no sea la mejor respuesta que uno puede desear, es mucho mejor de la que cabría esperar en un gobierno de derechas”, afirma N.B. que considera que la aparición de un movimiento parecido al 15M “es cuestión de tiempo”. 

Podemos, la formación que canalizó las reivindicaciones del 15M

Podemos no puede entenderse sin el 15M y eso lo sabe muy bien Noemí Santana. Actual consejera de Derechos Sociales del Gobierno de Canarias, ha sido secretaria de la formación en las islas y se encuentra en la formación desde los inicios. No llegó a acampar en la plaza de San Telmo pero asegura que siguió muy de cerca las movilizaciones, en las que participó. Ese mayo del 2011 asegura que se vio un “cambio de paradigma” ya que hasta ese momento nadie se había atrevido a dar un paso al frente y “visibilizar ese sentimiento que teníamos de querer cambiar las cosas, convulsionar el mundo político tal cual lo conocíamos”. Por ello, lo califica como un momento “muy bonito, esperanzador” y que “dio sus frutos”. En su caso, ya tenía experiencia en otro partido (Nueva Canarias) y asegura que estaba “desencantada de esa forma tradicional de hacer política”, por lo que ver que en el 15M se trataban los temas de forma más participativa y asamblearia le hizo apreciar que había otra forma de hacer las cosas. 

Recuerda que Podemos no surgió nada más suceder este hito en España. Pasaron unos años hasta su constitución y su posterior irrupción en las elecciones europeas. “Se fue cocinando en el tiempo y por aquello que se decía de que si tan mal están, que se presenten a las instituciones” y añade que “al final se decidió dar ese paso”. En las primeras asambleas de la formación recuerda que aún había poca gente, pero tenían “muchísimas ganas y eso se traducía en un efecto multiplicador que hacía que llegáramos a sitios impensables”. En su caso, recuerda salir de trabajar y ayudar en lo que “hiciera falta” desde pegar carteles a megafonear barrios. Considera que se recogieron los valores y principios que el 15M había despertado en la sociedad. “Fue nuestro momento político”, afirma. 

Santana sostiene que el 15M cambió muchas cosas. Desde la ruptura del bipartidismo al hecho de que Juan Carlos I abdicara y se simbolizara en parte esa ruptura con el pasado. También menciona cómo se ha hecho frente a esta crisis sanitaria y económica, “muy diferente a la anterior crisis, es decir, no recortando en derechos sino intentando proteger a la ciudadanía a través de los ERTE, el Ingreso Mínimo Vital o no dar dinero a la banca sino a las pymes…” Cree que aquel mayo de 2011 fue un momento de reflexión para la sociedad y sostiene que sí que se podría volver a vivir porque ahora mismo hay una generación que se siente huérfana por parte de la clase política. “A veces no sabemos atender las nuevas necesidades de la ciudadanía y puede surgir un movimiento a modo de catarsis” y recuerda que ya se ha vivido en otros momentos de la historia como mayo del 68 o las movilizaciones feministas. 

* Estas personas aparecen con un nombre ficticio o con sus iniciales porque así lo han pedido

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