Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Diga no a la revolución con corbata
La sociedad canaria actual demanda de nuevos líderes, y éstos se presentan ante la misma con una nueva estética, la que erradica la corbata y en muchas ocasiones la chaqueta e incluso en campaña electoral impone remangar la camisa, como si este mero gesto significase ponerse del lado de los administrados en su rol de oprimidos y no de los gobernantes evitando les asocien al papel de opresores.
En el caso de las mujeres, cabe abrir el debate de si incidir en el vestuario e indumentaria de nuestras políticas constituye un acto de sexismo o no lo es tal, y aunque numerosos estudios de Ciencias Políticas emergentes demuestran que los votantes no tienen una percepción distinta por sexos durante la campaña electoral; lamentablemente cuando los objetivos mediáticos se fijan en una mujer candidata se suele enfatizar en su vestimenta, sin motivo ni razón aparente, y a las que injustamente no se les perdona alguna de las libertades de sus homólogos masculinos.
Siempre he pensado que el aspecto físico, la indumentaria y los modales son unos elementos muy importantes en la comunicación no verbal, y la política nos guste o no también se nutre de la comunicación visual, en la que el voto y la confianza ciudadana se capta no solamente con programas o propuestas políticas sino con la ayuda del aspecto exterior de los políticos, que a través de la denominada “plástica del poder” ejercen una forma y manera de acercarse o alejarse a la hora de romper la barrera con la ciudadanía.
Sin llegar al extremo de lemas como los del Mayo del 68 que decían “Diga no a la revolución con corbata” si es cierto que la armonía entre lo que mostramos y lo que decimos afianzará nuestra credibilidad personal pero no por ello se debe pretender que un mero y forzado desaliñamiento de los valores estéticos distorsione el mensaje político, y en política, desafortunadamente, la percepción es la realidad.
Resulta cuando menos curioso observar como los dirigentes de algunas marcas blancas, sean de izquierda o no, jóvenes profesores y licenciados universitarios en su mayoría, usan y abusan de un estilo con el que escenifican la lejanía de la denominada casta profesional de políticos que es, en teoría, la que ansían desplazar, aunque suavizándolo paulatinamente desde el momento en que son alternativa real de gobierno y han de mostrar seriedad y rigurosidad en las propuestas.
En el otro extremo están los políticos tradicionales y su relación de amor odio con la corbata. Muchos hoy en día huyen de este complemento por un más que discutible prejuicio estético o ideológico, ya que su uso pudiera denotar una imagen de seriedad, gravedad, formalidad, solvencia y autoridad no deseado aunque con un abuso en la actualidad en demasía sobrero para intentar conseguir una percepción pública de proximidad, cercanía, familiaridad que roza en la realidad la informalidad.
Un enigmático, ambiguo, confuso y sibilino discurso de la imagen pública hace alejar, con mucha sensatez, cualquier signo o traza alguna de ostentación y lujo en la persona de nuestros políticos, pero no por ello deberían obviar el común sentido quienes ostentan nuestra representación institucional porque deben estar preparados, y así debe exigírseles, para representarnos y representarse con corrección y adecuación al cargo que ocupen.
En política, como en otros campos profesionales o como en la realidad diaria, lo que debe primar es la competencia para el desarrollo de esta labor, pero al ser la política un ejercicio que depende de los votos de su sociedad, ha de conjugarse dicha capacitación con la representación estética y formal de quien la ejerce.
Afortunadamente la globalización y las nuevas dinámicas en las relaciones han introducido cambios y evoluciones positivas en los protocolos institucionales, en detrimento de la rigidez anterior que denotaba algo parecido a un pensamiento único, que significaba a la par la falta de una pluralidad estética y la ausencia efectiva de una pluralidad ideológica, ambos factores estos que probablemente nos abocaron a la crisis de principios y valores que hemos sufrido.
La amplificación mediática de la estética tiene una gran proyección hoy en día y es un factor predominante en todas las estrategias de visibilidad y posicionamiento político, ideológico o personal. Lo que sería deseable, partiendo de esta tesitura, es que nuestros líderes políticos sean menos rígidos, sinceramente más espontáneos y con una capacidad real de posicionarse tanto en política como en su estilo y atuendo personal.
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