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Persiana de agua

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Román Delgado

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Dudé entre poner cortina de agua o la más enigmática y abierta expresión, de las que sirven para todo, cortina de humo. En Canarias siempre pega más lo segundo, y está hasta feo y es de auténtico maleante asegurarlo cuando lo que tengo justo delante de mi despacho no es otra cosa que una perfecta cortina de agua de origen atlántico. Es una cortina de agua que, conforme se pone más ruidosa, muta hacia persiana sellada.

Ahora, en el momento en que me empeño en trasladar algo de interés, el agua es la reina del mundo inmediato y no me queda más remedio que dar por culo a la cortina de humo, al fin, por fin y de una vez, que tal expresión ya está muy presente y es un recurso fácil para llenar cajas y más cajas virtuales que atrapan palabras más o menos atrevidas, más o menos jugosas.

La cortina de agua se ha convertido, y espero que solo por poco tiempo, en persiana de agua formada deprisa por impulso del viento, que da fuertes golpes en ventanas y puertas, como queriendo entrar veloz debido a un imprevisto apretón de estómago.

La belleza ambiental la pone la casi nula luz y el gris de niebla o neblina da paso al temor de que quizá este mismo día se convierta en el fin del mundo, en el colofón perfecto a un lustro perdido que solo ha servido para generar miseria. El fortísimo chaparrón de ahora mismo ha creado varias piscinas en los laterales del barranco arrollador, que se ha transformado hace unas horas en auténtico rápido, en río marrón que lleva tierra y otras cosas enfangadas, invisibles.

El tiempo, más tarde de lo anunciado, se ha puesto feo, demasiado feo para mi gusto. Ya suenan sirenas de ambulancias, bomberos y policías en la ciudad en tinieblas, lo que es señal de que la persiana de agua empieza a hacer de las suyas.

Esta, pese a yo vivir en las alturas, me impide ver una panorámica del barrio desde mi despacho, que cuelga de un undécimo piso. Por ese motivo, que la curiosidad me puede, se me ocurre subir la persiana de agua tirando de la correa con cuidado y esta, sin querer, se eleva lentísima. Conforme lo hace, deja que se funda la luz artificial de dentro, amarilla, con la cortina de agua de fuera.

La persiana ya está arriba del todo, horas después. Entonces aprecio, feliz, que la cortina de agua dice adiós y que no se trata del fin del mundo. Al otro lado, muy lejos, ya brilla la luz y es el sol.

*Artículo publicado en el libro de cuentos y otros textos PolicromíaPolicromía

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