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ZP, de cumbre en cumbre por Javier Valenzuela

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Resulta que esta primavera Zapatero va de cumbre en cumbre: Chile, Londres, Bruselas, Praga, Estambul? No está mal para alguien que no habla inglés (como, por cierto, tampoco lo habla Rajoy, según confesión propia, ni lo hablaban Suárez, González y Aznar, aunque este último puso manos a la obra y término chamullando tex-mex).

Pero dejemos de lado esa chorrada de la necesidad de hablar inglés para triunfar en el mundo (los verdaderos triunfadores no lo necesitan, tienen traductores; los que lo necesitan son los pringaos, como el que esto escribe) y hablemos de cosas serias. Por ejemplo, de que no hay cosecha sin siembra. O sea, que el avance de España en la escena internacional (simbolizado por la asistencia de Zapatero a las cumbres del G-20 de Washington y Londres) es fruto de la acción desplegada por el leonés desde su llegada a La Moncloa y cuyos hitos han sido el repliegue de las tropas españolas de Irak, la reconciliación con Francia, Alemania, Brasil, Chile, México y Marruecos, una razonable relación con Rusia y China, una presencia importante en Naciones Unidas, la apuesta por el europeismo y la resistencia a los desvaríos del Estados Unidos neocon de Bush.

Es posible que Zapatero se reúna uno de estos días con Obama, poco después de hacerlo en Chile con el vicepresidente Joe Biden. Curioso, ¿no? Porque Zapatero ha sido acusado de ser un furibundo antiamericano, tanto o más que Castro, al que, por cierto, no ha visto en su vida, y Chávez. En el último lustro se ha dicho que la furia del Pentágono iba a abatirse sobre España por culpa de que ZP no se levantara al paso de la bandera de las barras y estrellas, por culpa de que ordenara el regreso a casa de las tropas españolas enviadas a Irak, por culpa de que pusiera fin a nuestra presencia militar en Kosovo? Pues bien, menos lobos, Caperucita. Joe Biden acaba de declarar que España, la España actual, es uno de los más estrechos aliados de Estados Unidos.

Y es que no levantarse al paso de una bandera es un ejercicio de libertad de expresión (free speech) de lo más americano, de los que aprobaría el mismísimo Thomas Jefferson y de los que consienten las sentencias del Tribunal Supremo de Estados Unidos. Y es que Obama también se opuso a la invasión y ocupación de Irak. Y es que por Kosovo sólo protestó en Washington (y de oficio) un portavoz del departamento de Estado, sin que el asunto llegara más lejos.

Si uno escucha directamente a Estados Unidos, lo cual resulta difícil dado el jaleo que se monta en España, parece que Obama, Biden y los suyos tienen a España por un modelo en materia de energías renovables, por un ejemplo de democracia solvente y de sociedad abierta, plural y tolerante, por un referente cultural muy potente (millones de personas hablan allí la lengua de Cervantes) y por un aliado comprometido a tope en la lucha contra el yihadismo de Al Qaeda y asociados.

Así que tenía razón Enrique Gil Calvo cuando el lunes escribía en El País: “El asunto de Kosovo se ha sacado de quicio, exagerando un incidente diplomático sin duda menor”. Sí, señor, se ha exagerado, hinchado, alargado, dramatizado hasta el vómito. Para saldar sus respectivas cuentas con un Zapatero en situación de debilidad política, todos los grupos parlamentarios ajenos al Gobierno y la inmensa mayoría de los grupos mediáticos privados se han pasado una semana larga anunciándonos el Apocalipsis, las gravísimas e incalculables consecuencias que lo de Kosovo iba a traernos a los españoles. Pero seamos serios: la bronca ha sido más bien hispano-española, los políticos y periodistas celtibéricos se han mostrado muchísimo más indignados por la forma de anunciar el regreso de nuestros soldados que los supuestamente afectados: nuestros aliados extranjeros.

Pocas voces se han alzado entre nosotros (una de ellas ha sido la de Miguel Ángel Aguilar) para, siguiendo a Thomas Payne, emplear el sentido común y decir un par de verdades del barquero: que nuestros soldados no pueden jugarse la vida construyendo un Estado independiente en el que no creemos y que es de lo más normal del mundo el que a algunos de nuestros amigos y aliados eso no les guste.

Sí, lo sé, la coordinación y la comunicación por parte del Gobierno no fueron impecables. Como escribe hoy Rosa Montero, también en El País, una de las señas de identidad del actual Gobierno socialista es que “suele enfangar ideas atinadas con ejecuciones chapuceras”. Y no me parece éste un asunto menor. Pero no porque vaya a hundir nuestro país, que no lo va a hacer (¿se acuerdan de cuando se rompía España o de cuando ETA estaba a punto de hacerse con el poder en Vitoria, Pamplona y tal vez Madrid?), ni tampoco porque vaya aislarlo internacionalmente, sino porque puede terminar costándole la presidencia del Gobierno al propio Zapatero. Lo cual no dejaría de ser penoso para los progresistas (incluidos, por cierto, los nostálgicos del felipismo).

Zapatero va ahora de cumbre en cumbre, pero debería bajar a tierra. O se espabila pronto, comenzando por nombrar un Gobierno más compacto, potente, coordinado, combativo y comunicativo, o Rajoy va a terminar llegando a La Moncloa “por aburrimiento”, como predijo ayer una de las participantes en Tengo una pregunta para usted. Al igual que su paisano Camilo José Cela, el político gallego sabe que en España resistir es vencer.

* Periodista y escritor. Ha sido corresponsal de El País en Beirut, Rabat, París y Washington, director adjunto de ese periódico, así como Director General de Información Internacional de la Presidencia del Gobierno entre 2004 y 2006 y articulista de elplural.com* Periodista y escritor. Ha sido corresponsal de El País en Beirut, Rabat, París y Washington, director adjunto de ese periódico, así como Director General de Información Internacional de la Presidencia del Gobierno entre 2004 y 2006 y articulista deelplural.com Javier Valenzuela*

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