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El ciclista imbécil

Cristóbal D. Peñate

Un matrimonio de mediana edad cruza la avenida marítima de Puerto del Rosario por el paso de peatones la noche del sábado. A unos 40 metros se acerca un ciclista a toda velocidad vociferando improperios e imprecaciones a la pareja. Cuando está a cinco metros de ellos les tira una botella de plástico de la que está bebiendo mientras pedalea.

La gente que está esa noche en las terrazas cercanas se queda perpleja ante la escena rocambolesca. El hombre imprecado e increpado es el único que reacciona y le grita al ciclista descerebrado: “¿qué pasa, imbécil?”. El ciclista, que seguro que no creyó que el cincuentón le hiciera frente, sigue pedaleando sin parar con el rabo entre las patas, sin mirar hacia atrás, más por miedo y cobardía que por indiferencia.

El ciclista imbécil es un tipo andrajoso de unos cuarenta y pico años, uno de los tantos peninsulares que viven en Fuerteventura, aunque en este caso es mejor llamarle godo con todas las letras ya que obedece fielmente a la definición que en Canarias tenemos de los foráneos engreídos, enterados y maleducados como éste.El ciclista estaba participando en una prueba para batir el récord mundial para hacer más de 31 horas seguidas en la bicicleta. El Ayuntamiento de Puerto del Rosario había cerrado las calles de la zona baja de la capital la noche del sábado para que este mequetrefe se luciera a costa de las molestias y trastornos que las medidas de tráfico causa a los vecinos. Además, las autoridades le ponen un vehículo su disposición que lo escolta durante día y noche, gastando tontamente gasolina que costean los contribuyentes, además del apoyo de los coches de la policía localLo más curioso es que no hay más participantes. Él solito cierra la ciudad ante la indiferencia absoluta de la gente, que ni tan siquiera se fija en el recorrido de este supuesto deportista imbécil. Una camarera también se queja: “No entiendo cómo se le da apoyo oficial a un loco que quiere batir un récord por simple protagonismo mientras la capital majorera queda colapsada en la avenida marítima y calles colaterales un sábado por la noche, cuando la gente sale más a pasear, comer o tomarse unas copas”.

Nadie lo seguía, nadie le hacía caso, pero su empeño en conseguir un récord idiota hizo que el ciclista estulto fastidiara la noche a todo el mundo. Con todo, lo peor es que los organismos oficiales (ayuntamiento capitalino y Cabildo de Fuerteventura), paradójicamente gobernados por nacionalistas majoreros, apoyan a estos godos energúmenos con aires de grandeza mediante nuestros impuestos. No sé si logró el récord de horas montado en bicicleta. De lo que sí estoy seguro es de que consiguió la marca mundial al ciclista más imbécil.

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