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El confesionario de los curas

Rafael Lutzardo / Rafael Lutzardo

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La Iglesias, desde la Edad Media, siempre ha tenido obispos, cardenales y curas corruptos, personas disfrazadas detrás de una sotana y un crucifijo, amparándose en un Dios que ellos denominan como verdadero. La Iglesia es una mentira, un negocio, un poder fáctico interesado en el capitalismo y el poder de las conquistas de las fronteras en el mundo. Recuerdo, en mi infancia, ver a un conocido cura, el cual todos los domingos solía confesar en la Iglesia de la Concepción, en Santa Cruz. Era un cura carismático dentro de la sociedad isleña, pero no exento de debilidades, varias fueron las ocasiones que le vimos en la afamada y ya desaparecida, calle la Curva, negociando el precio de un polvote con una prostituta. Estos eran los que se llamaban ministros de Dios. ¡Que asco!. Otros, los que regían como educadores en determinados colegios públicos, caso del desaparecido colegio Los Salesianos, en Santa Cruz, solían poner variados y sufridos arrestos a los alumnos entre ellos: de rodillas y con los brazos en cruz soportando el peso de varios libros; si dejabas caer los brazos, te inflaban a palos las manos, con una vara de bambú. También, contra la pared, donde tu cara tenía que estar pegada a ella o duchas frías. Así, tenías que permanecer durante horas, al capricho masoquistas de estos curas falsos, vividores y oportunista.

Imagino cuántas mujeres fueron al confesionario contándole que habían sido infieles a sus respectivos maridos o novios, lo que aprovechaba el cura de turno para condenarla, en otra época, en la hoguera; pero en esta nueva era, lo hacían proponiéndole cama a cambio de guarda silencio ante las sociedad y autoridades. Sí, es fue la sociedad del franquismo, donde la Iglesia supo sacar tajada de sus ciervos, pecadores, cristianos. En los pueblos, cinco elementos eran los que solían mandar y controlar todos los movimientos vecinales: el alcalde; guardia civil, cura, maestro y médico. Todos ellos recibían del noble y analfabeto campesino los frutos de sus huertas, huevos, gallinas, conejos, quesos etc. Así, vivían todos estos poderes fácticos. Unos fascistas recubiertos por las distinta estatus profesiones de sus vidas. La Iglesia de mi infancia, la de sus representantes, muchos de ellos fueron unos verdaderos cabrones y corruptos. Ahora, con la puesta de moda de la Ley de la Memoria Histórica, sería conveniente que se creará un gabinete de investigación para sacar a la luz los abusos que cometieron los representantes de la Iglesia en nuestra tierra, apoyada por las autoridades del franquismo de aquellos años.

Rafael Lutzardo

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