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El albergue de quienes sueñan con Europa

Abdul Karim (segundo por la izquierda) junto a sus compañeros en el albergue del Corvo en Moya.

Natalia G. Vargas

Las Palmas de Gran Canaria —

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Abdul Karim pasea por el Camino del Corvo, en Moya. Lleva las manos en los bolsillos de su abrigo, una sudadera negra y fina que poco le protege del lluvioso norte de Gran Canaria. Los 16 grados del municipio nada tienen que ver con la temperatura de su país de origen, Costa de Marfil, que el pasado 8 de enero registró 35 grados. “¡Cuánto frío!”, comenta con los otros 39 hombres que, tras llegar en dos pateras distintas al Archipiélago, se alojan desde el 23 de diciembre en un albergue habilitado por el ayuntamiento acompañados por miembros de Cruz Roja, un espacio usualmente ocupado por senderistas y que fue un colegio durante la dictadura franquista. El edificio cuenta con 20 literas, dos amplios baños, un comedor y una cocina. Sin embargo, el lugar en el que mayor tiempo pasan sus nuevos huéspedes es en la cancha exterior.

Los zapatos de Karim están desgastados de tanto jugar al fútbol, el deporte de sus sueños y por el que decidió arriesgar su vida atravesando el mar en una embarcación durante dos largos días y dos noches aún más eternas. “Quiere ser como Iniesta”, bromea uno de sus compatriotas, que tiene un objetivo distinto. Su madre murió y su padre está enfermo, una situación que le obligó a convertirse en “el hombre de la familia”. “Necesito ganar dinero para enviárselo”, confiesa. Junto a ellos, otro joven marfileño revela mirando al suelo que su propósito en Europa es estudiar Contabilidad. No quiere quedarse en Gran Canaria, la Isla es solo un punto de paso para llegar a Francia, donde está el resto de su familia.

A pesar de que la travesía se prolongó dos días y medio, el viaje hacia Europa se remonta mucho tiempo atrás. En algunos casos, incluso un año. Karim y muchos de sus compañeros, antes de embarcarse hacia las Islas, llevaban más de 300 días en Marruecos trabajando en distintos oficios como la carpintería o limpiando zapatos. El objetivo: reunir el dinero exigido por las mafias para subir a la patera. “El precio que ha pagado cada uno es distinto”, explican en su francés de adopción.

“No es fácil conseguir el dinero porque no tenemos medios, yo llevo dos años trabajando únicamente para poder hacer el viaje, por el que me pidieron 300 euros”, apunta uno de los jóvenes. Él no es capaz de encontrar una palabra para describir lo que sintió al pisar tierra firme, pero recuerda una sensación similar a la de quien salta al vacío. “Estaba feliz por haber sobrevivido, pero tenía miedo de lo que pudiera pasar a partir de entonces”, recuerda. A pesar de ello, están convencidos de que vale la pena, ya que todos asimilan la idea de Europa al “respeto de los Derechos Humanos”.

Todos ellos lograron sobrevivir al océano, que en lo que va de año ya se ha cobrado tres vidas: la de Shalif, el maliense que murió de sed al sur de Gran Canaria, la del recién nacido que murió a las pocas horas de que su madre diera a luz en una patera rumbo a Lanzarote, y la del bebé que perdió una de las mujeres embarazadas de la misma embarcación que llegó a Arrecife. Aún así, no volverían a hacer el viaje. “Hemos visto peligrar nuestra vida”, lamentan. “Yo sí volvería a hacerlo”, afirma un joven convencido, observado con sorpresa por sus compañeros que le alegan que no ha entendido bien la pregunta en francés. Tampoco recomiendan el viaje a sus familiares o amigos: “No me atrevería nunca a decirle a alguien que arriesgue su vida en mitad del mar”, asevera Karim.

Trasladarse por vías seguras se vuelve más complicado, y es una opción que apenas barajaron por las grandes dificultades que conlleva. “Venir en avión hacia Europa es casi imposible, es muy caro y sobre todo, lo complejo es conseguir el visado”, apunta el marfileño, quien añade que no solo cuesta dinero sino que es un arduo proceso administrativo que se demora mucho tiempo y que en pocos casos se resuelve favorablemente.

Una Navidad distinta

Un grupo de 16 chicos fue el primero en llegar a Moya el 23 de diciembre, al día siguiente, en Nochebuena, llegaron los demás. Sus primeras peticiones: conexión Wi-fi para ponerse en contacto con sus familiares y un balón de fútbol. A pesar de que en la mayoría de los casos los hombres no se conocían entre sí, pronto estrecharon lazos, y la fiesta de Navidad lo puso aún más fácil. “Comimos papas”, comenta un joven maliense en un canario recién aprendido. “También había sopa y pollo”, añaden los demás. Una vez acabada la cena, llegó el momento de bailar. La noche se movió al ritmo de un intercambio de música española, francesa y senegalesa. “Mi canción favorita es Despacito”, cuenta riéndose el futuro contable, aunque su estilo favorito es el rap francés.

Todos tienen claro el objetivo con el que decidieron arriesgar su vida subiendo a las pateras que les trajeron hasta Canarias. Pero ahora el futuro es incierto. Mientras tanto y “hasta que sea necesario”, tal y como ha asegurado el alcalde, Raúl Afonso (PP), el albergue del Corvo será su hogar y la gente de Moya sus vecinos. En su día a día conversan, escuchan música en sus teléfonos móviles, recorren las verdes rutas que bordean al albergue, pasean por el pueblo y aprenden español. Además, en las próximas semanas Karim podrá demostrar sus habilidades en el deporte rey en un partido de fútbol que organizará el ayuntamiento con el grupo de chicos de Mali, Costa de Marfil y Senegal y los habitantes del municipio. “Buena suerte”, se despide Karim, que permanece junto a la cancha con la mirada perdida en el agua, esta vez de la lluvia.

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