Don Santillana subiendo a la guagua

El jugador de la UD Las Palmas, Juani Castillo.

Alexis González

Las Palmas de Gran Canaria —

Sobran los dedos de las manos para contar las victorias de la UD Las Palmas al Real Madrid. En Gran Canaria, porque nunca hasta la fecha se ha logrado poner una pica en Chamartín. Han sido solo siete triunfos en 32 visitas merengues a la isla desde 1951. Y costó lo suyo a la UD, tanto como 20 años para firmar el primero en 1971.

Después vinieron los legendarios años setenta con unas cuantas victorias sonadas hasta caer a Segunda en 1983, pero si hay alguna noche que aún luzca en la vitrina de los recuerdos de quienes ahora se acercan a la cincuentena será siempre el 4-3 del 86. Un glorioso sábado de aquellos olores a césped y calamar seco en el Insular.

Era la campaña del retorno a Primera, después del descenso de 1983 tras 19 años consecutivos en la élite. Germán y Ruiz Caballero dirigían al equipo en la banda, ya con visos de que las estructuras nada sólidas de las vacas gordas de los años 70 se acercaban a un abismo cierto. Pero todavía se disfrutaba de cantera y Primera.

Y ese año se gozó en el Insular tanto de un rotundo triunfo ante el Barcelona (3-0) en febrero como esta épica remontada de 1-3 a 4-3 del 29 de marzo de 1986. Fue la época de los Julio Durán, Juanito, Narciso, Saavedra, Mayé, Chinea, Félix, Santís o el coreado “Kooookeeee” Contreras cada vez que botaba un libre directo. Pero iba a ser la gran noche de un veterano de vuelta, Juani Castillo, liándola en el partido.

Habrá gente que se remueva ahora de rasquera. No en vano, aunque Las Palmas se puso 1-0 en el marcador con un gol de Narciso, en el minuto 77 ya ganaba 1-3 el Madrid de la Quinta del Buitre, de Santillana, Camacho y Hugo Sánchez. Las gradas del Insular se iban despoblando de descreídos. Conozco casos que por irse para evitar las colas de tráfico dando el partido por perdido se enteraron de la gesta al día siguiente, viendo con ojos desorbitados las portadas de los periódicos de papel.

Porque Juani Castillo saltó al campo en el minuto 67 (todavía con el marcador 1-2) para volver locos a los madridistas y poner en bandeja la remontada con los goles de los chilenos Santís y Koke Contreras. Hubo aficionados que habían abandonado la grada Curva e iban ya camino de casa, por el Paseo de Chil, y con el rugido de los goles sabatinos (Contreras en el 82’, Santís en el 84’ empata…) corrían de vuelta al Estadio para rescatar un pizquito de lo que se estaban perdiendo.

Hasta que Juani se plantó en el área como un ratón al que no había manera de darle caza, salvo mandándolo al piso, como hizo Gallego. El penalti de libro concedía a la Unión Deportiva una oportunidad de oro para encarrilar la permanencia con dos puntos imprevistos y evitar un final de Liga más que apurado. Como así fue.

Recuerdo haber seguido todo el partido de pie, en la grada de Tribuna a la derecha del palco, más escorado a la grada Curva. Quien se moviera no es que no saliera en la foto, es que no veía ni un ‘cacho yerba’ por las dobles y triples filas de seguidores sin asientos. El que se fuera a orinar perdía la posición, pero me dio un pronto y me eché a correr como un poseso por el pasillo, detrás del palco, viendo ya la grada de la Naciente, no había huecos, ¡qué angustia! ¡Me lo pierdo!

“Koookeeee, Kooookeeee”, rezaba con contundencia el Insular a voz en cuello. Y lo suyo tenía para hacerlo. Contreras había fallado esa temporada dos o tres penaltis y andaba indeciso, pero entre Juani y todos lo animaron hasta los once metros.

Yo corría hacia Naciente sin encontrar un resquicio para ver el chut, me lo iba a perder; hasta que casi a la altura del córner di un brinco sobre dos hombros y tres espaldas para ver tremendo pipanazo. ¡Para qué fue aquello! Fuerte despiporre.

Las Palmas le había ganado, por fin, al Real Madrid y yo ya podía contarlo, aunque fuera desde el suelo, y no solo escuchar de mi padre y los mayores las grandes gestas de antaño. La fiesta sobre el terreno de juego y en la grada fue prolongada. Se sabía que esos dos puntos le iban a dar la UD el derecho a seguir una temporada más en Primera. Y había que celebrarlo por todo lo alto…

Calle Manuel González Martín. Cada vez más aficionados se congregan delante de la puerta de salida del vestuario visitante, justo donde está aparcada la guagua que debe devolver al Madrid a su hotel. Cánticos, bailes, un desparrame de los de nota invade la noche de Las Alcaravaneras. Hasta que empiezan a salir en fila de a uno los jugadores merengues. “¡¡Uno, dos, tres, cuuuaaaaatroooo!!”, grita y baila todo el mundo sumando dedos de la mano a la victoria…

“¡¡Uno, dooos, treeeesss, cuuuuuaaaaatroooo!!”, repiten todos como una mantra de los que echa p’afuera los miedos al descenso. Y suenan cada vez más fuertes, solo a centímetros de los madridistas, separados de la algarabía por un minúsculo pasillo policial; casi puedo tocarlos mientras suben con malas caras a la guagua.

Butragueño, Michel, Martín Vázquez… los más jóvenes no lo llevan muy bien por mucho que no necesitaran los puntos. Y se les nota en el desdén que alimenta más aún la coña de los dedos de uno a cuatro y los bailes y los cánticos. Alguna burla…

Hasta que le tocó el turno a una leyenda. Santillana cerraba la fila de jugadores. Justo a dos palmos de mí, subió los tres o cuatro peldaños de la guagua con cierta parsimonia –“¡unooo, doosss, treeesss, cuaaaatrooo!”- y en un momento dado se para, da media vuelta y levanta sus dos pulgares hacia la afición con una sonrisa limpia: disfrútenlo. Llegó al alma amarilla. “¡Saaaantillana, Saaaaantillana!”. Me parece que fue ayer mismo. Una imagen fresca y nítida de un caballero del fútbol.

Cuentan los aguafiestas que total, al Madrid le daba un tanto igual jugarse los dos puntos del Insular. Se había proclamado campeón la semana anterior, tenía ya diez de ventaja con el Barcelona a falta de cuatro jornadas. Y quien entrenaba a los blancos era todo un referente de la historia del fútbol canario, Luis Molowny…

¡Bah! Pero que nos quiten ‘lo bailao’: “¡uno, dos, treeesss, cuuuuaaaaatrooo!”.

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