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Adiós, festival, adiós

Margarita Guerra Caballero

El título no se refiere solamente al cierre de ésta 33 edición del Festival de Música de Canarias que acaba de ocurrir sino a la triste despedida de lo que ha sido, sin duda , el acontecimiento cultural mas importante de Canarias con proyección internacional. Las rebajas en la calidad, los recortes en presupuesto y sobre todo, la incapacidad y soberbia de sus nuevos responsables, han logrado liquidar de un plumazo- o mejor de un “decretazo”- un proyecto que llevaba funcionando con gran éxito de la crítica y con una buena acogida de un público fidelizado en abonos año tras año.

No voy a recurrir a cifras y porcentajes sobre ventas, costes, y pérdidas para mostrar el resultado de esta debacle, porque estos datos han salido en toda la prensa y están en boca de todos los aficionados. Por mucho que la consejera quiera maquillar los datos, mientras se contradice penosamente una y otra vez acudiendo al recurso de la “rentabilidad social”, lo que hemos visto tanto en fotos como en la realidad han sido, demasiadas veces las salas casi vacías y la huida de los antiguos abonados paralelamente a la bajada de calidad de la oferta.

Como profesional de la música y antigua asistente al Festival, quiero hacer constar mi protesta y mi frustración – que es la de muchos-as como yo- ante esta chapuza, esta estúpida invención del “nuevo formato” que nos ha traído la muerte anunciada del Festival.

Por qué se ha llegado a cambiar algo que funcionaba bien y a una directora que era la persona idónea para el cargo, dados sus estudios, su experiencia profesional y su excelente gestión, es algo que escapa a mis entendederas y es solo explicable por tejemanejes políticos y clientelismo vulgar, como ya denunciamos en Junio. Por qué no haber atendido a criterios profesionales y al asesoramiento de expertos, tampoco es comprensible a no ser por la necia soberbia de quien cree que va a descubrir nuevos mediterráneos.

Y en fin, creer que bajando la calidad y subiendo la cantidad se llega a más público y se gana en democracia, llevaría en su extremo a suprimir la excelencia en cualquier evento cultural en lugar de operar justo al contrario, elevando al público para que disfrute de lo excelente. Pero esta labor no es la propia del Festival, sino de los colegios, de las escuelas de Música, del Conservatorio… Y del ejemplo de nuestros gobernantes (que raramente acuden a los conciertos, por cierto). Pero si ustedes, los gestores del Festival, no lo saben, qué le vamos a hacer. Les invito a que dimitan: por no saber, por el fracaso, por la mala gestión, por responsabilidad, por dignidad, en fin. Y porque ahora tenemos que decir por culpa de ustedes “adiós Festival, adiós”

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