El ascensor social
Parafraseando la primera ley de la termodinámica, los patrimonios no se crean ni se destruyen. Se transforman. De esta forma se van transmitiendo de generación en generación sin que exista mérito alguno más allá de estar en el sitio adecuado en el momento justo. A partir de ahí, la naturaleza hace el resto del trabajo. Ante este panorama está claro que el devenir de los acontecimientos no vería alterado si no se interviniera sobre él buscando una correcta redistribución de lo generado sin otra ambición que la de abandonar la ley de la selva en donde solo sobreviven las especies que muestran una mayor fortaleza o adaptabilidad, dejando de lado al resto que, o bien porque le falta poder o porque le sobra debilidad, terminan por ser devorados por el resto entendiendo que la perdurabilidad en las especies, salvo en la humana, las domésticas o las protegidas, no existe porque ante la lucha diaria solo perduran las que mantienen intactas sus características de protección y ataque.
Y para redistribuir se necesita un órgano de delegación colectiva que permita aunar los requerimientos de la mayoría de la sociedad, apostando por una pluralidad intentando que dicho consenso alcance al mayor porcentaje posible. Ahora bien, existe otra posibilidad solo aprovechada por quienes entienden de qué va esto, y esa otra contingencia es el conocimiento adquirido a través de la educación. De hecho, al comparar la movilidad de unas clases sociales con otras, se puede decir que, entre los que proceden de los orígenes sociales más bajos, aquellas personas que acceden a los circuitos de formación superior tienen más probabilidad de obtener ocupaciones profesionales respecto a las que no completaron la educación secundaria. Y no es una percepción. Es un dato fácilmente contrastable con las estadísticas. Ahora bien, el acceso a dicha formación superior está correlacionada de forma positiva con el nivel de renta de la unidad familiar a la que se pertenece, volviendo a aparecer ese necesario órgano corrector colectivo de desigualdad. Es decir, a mayor y mejor formación, mayor movilidad social, otorgando una mayor ventaja cuanto más baja es la posición social de partida.
Pero no solo hay que aspirar a subir. También se ha de aspirar a no bajar. En este sentido, los títulos educativos no solo promueven la movilidad ascendente, sino que sirven también para mitigar el riesgo de caer haciendo bueno el dicho de que cada generación es siempre mejor que la anterior. O, en otras palabras, nuestros descendientes vivirán mejor que nuestros ascendientes, situándonos a las generaciones actuales en un término medio. Y ¿por qué? Porque nos protege de la vulnerabilidad proveniente del desempleo. Esta situación, más allá del denominado paro friccional, que nos viene a medir el tiempo que transcurre entre la pérdida de un empleo y la consecución de otro, si se eterniza en el tiempo puede ocasionar un desapego ya no solo temporal sino permanente de la cohesión económica y social únicamente sustituido por peores condiciones de empleo y salarios más bajos. En definitiva, el aislamiento de la exclusión se puede evitar, en cierta manera, sin necesidad de esperar que un instrumento mágico disponga de la solución, estando en nuestras manos demostrando que funciona, no solo en etapas de crecimiento económico, sino lo que es más importante, en situaciones de recesión, tomando esta recomendación más actualidad que nunca habida cuenta el panorama que nos queda por delante lleno de riesgos e incertidumbres.
0