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Nada es casual
La referencia la tomé entre las muchas contenidas en el documentado libro de Naomi Klein titulado La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Quizá sea ocioso recordar que entre los seguidores de Friedman figuran varios ex presidentes USA, primeros ministros británicos, oligarcas rusos, dictadores del Tercer Mundo, secretarios generales del Partido Comunista Chino, directores del Fondo Monetario Internacional, jefes de la Reserva Federal americana? y Rajoy con su Faes y su canesú.
Lo digo porque la política de Rajoy se ajusta a la matriz de Friedman al apresurarse a realizar terribles “ajustes” en un tiempo récord. Y debe estar tan satisfecho de lo conseguido (¿para quién?) que seguirá, dice, en el mismo plan hasta el final de la legislatura. Se diferencia de Friedman en que el maestro iba por lo derecho y exponía sus recetas abiertamente, mientras Rajoy dice que los tales “ajustes” no son para él plato de gusto y que no ha tenido más remedio que recurrir a ellos por culpa de los psocialistas y su legado. Oculta de forma vergonzante que se atiene a la ortodoxia neoliberal aplicada en otros lugares; la preconizada por la FAES, que no le cae tan lejos.
La aportación de Rajoy y el PP al neoliberalismo es la mentira como arma política. Mintió en campaña cuando dijo que nunca haría lo que está haciendo y por mucho que utilice a los psocialistas como excusa , habida cuenta de la contumacia con que ocultó su verdadero programa, es lícito concluir que con las mentiras simplemente buscaba bajarle la la guardia al electorado y meterle la batería de “reformas” sin darle tiempo a reaccionar. La eficacia de la estrategia de la mentira radica en que somos un pueblo políticamente poco avisado y menos avezado. La idea clave es que por cada diez españoles que adviertan los embolados hay cien mil que no se enteran y como todos los votos valen igual, la mentira se convierte en activo electoral; sobre todo si cuenta además, en el caso del PP, con la las grandes empresas y la banca; las bendiciones de la Iglesia, que trata de cubrir el expediente hablando ahora de codicia sin señalar con el dedo a los codiciosos (ya no se lleva echarlos del templo) y la conformidad fascista. Suficiente para arrastrar a mucha gente de buena fe creída de que la democracia española es real y no apariencia.
Nada es casual. No lo es la política que desarrolla el PP, a la que responden las embestidas contra los sindicatos, las únicas organizaciones capaces de articular el descontento; la decisión de controlar TVE para hacer propaganda de partido y evitar en ella las voces críticas, que cada vez tienen menos lugares donde expresarse; o el deseo manifiesto de impedir manifestaciones de protesta y recortar el derecho de huelga. Por no hablar de los alegatos contra las autonomías cargados de resabios de la España Una, Grande y Libre, según. La precariedad, el miedo, la angustia y la incertidumbre de futuro son el balance de los primeros cien días del PP. El que se añade a sus ocho años en la oposición en que tanto contribuyó al descrédito sistemático de todas y cada una de las instituciones y al enconamiento de las dos España. A lo que acaban de añadirse, fuera concurso, los malos trances de la Monarquía.
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