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Claves de una victoria histórica: No ganaron los laboristas, perdieron los 'tories'

El líder laborista, Keir Starmer, ganador de las elecciones generales en el Reino Unido. EFE/EPA/NEIL HALL

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La legitimidad de las elecciones que han desalojado a los tories del poder después de catorce años no admite cuestionamiento alguno, por más que carezca de la más mínima proporcionalidad, ya que se trata precisamente de un sistema mayoritario con circunscripciones unipersonales en las que el ganador, así sea por un solo voto, se convierte en diputado, dejando sin representación a los candidatos del resto de partidos.

Se trata de un sistema, conocido como first past the post, que ha gozado de un amplio respaldo popular, hasta el punto de que cuando su posible modificación fue sometida a referéndum en 2011, se impuso la opción de rechazarla con casi un 68% de apoyo.

Lo que sí admite cuestionamiento, o al menos diferentes lecturas, es la valoración de la victoria del Partido Laborista con el liderazgo de Keir Starmer, pues su extraordinario resultado en escaños no debe ocultar la realidad que dibuja una primera aproximación a los porcentajes de votos obtenidos por las principales fuerzas políticas.

La siguiente tabla recoge los resultados de las formaciones políticas que superaron el medio millón de votos y se ha considerado al Reform UK como el heredero del Partido del Brexit. Para cada formación se ha detallado el porcentaje de votos y los escaños obtenidos en los dos últimos procesos electorales.

El primer dato que llama la atención, de manera casi estruendosa, es que los laboristas han obtenido una victoria histórica con una subida mínima, casi anecdótica, del porcentaje de votos. 

La excelente distribución de los apoyos recibidos ha permitido a los de Starmer ganar 210 escaños más, hasta llegar a los 412, a pesar de haber incrementado sus apoyos tan solo en 1,6 puntos y hacerse con el 63,38% de esos escaños con un 33,7% de los votos.

El caso contrario podría representarlo el Reform UK de Nigel Farage. A pesar de que obtienen 12,3 puntos más de respaldo, tan solo consigue ganar cinco escaños. Una exigua cosecha para el 14,3% de votos obtenidos.

El siguiente gráfico refleja de manera visual la variación experimentada por el porcentaje de votos obtenido por cada partido (representada por las barras) y la variación de los escaños conseguidos (reflejada por la línea).

En menor medida que lo sucedido con los laboristas, puede observarse la enorme desproporción que existe también entre el resultado en porcentaje de los liberales y su rendimiento en escaños, pues una subida de tan solo 0,6 puntos les permite ganar 60 escaños más.

Todo lo contrario sucede con la otra formación fuertemente penalizada, el Partido Nacionalista Escocés, que pierde 39 escaños a pesar de que tan solo bajó 1,4 puntos.

A pesar de lo llamativo de este cuadro, que ilustra perfectamente las consecuencias dramáticas y casi crueles que puede provocar el sistema mayoritario de circunscripción unipersonal, ha de insistirse en que no se pretende juzgar la bondad, o su ausencia, del first past the post ya que lo que interesa es tratar de aventurar, en una primera aproximación, cuáles pueden ser las claves de la victoria laborista.

En ese sentido, quizás sea más aproximado a la realidad definir el resultado de las últimas elecciones en el Reino Unido como una absoluta debacle para el Partido Conservador ocasionada, en gran medida, por la entrada en liza de Nigel Farage con su Reform UK.

Cabe pensar que los votantes conservadores han visto en Farage una apuesta alternativa ante la gestión desastrosa de Theresa May, Boris Johnson y Liz Truss y el fallido intento de recuperación de Rishi Sunak, pero mantienen su apuesta por las políticas defendidas por los tories, hasta el punto de votar a su versión ampliada, Reform UK.

A Keir Starmer se le podrá reconocer el mérito de haber incrementado muy ligeramente los apoyos con respecto a los obtenidos por Jeremy Corbyn, pero quien ha cosechado los frutos del desplome de los tories ha sido Farage.

Parece importante realizar esta lectura con la mirada puesta en el medio plazo. Starmer podrá pensar que su apuesta por mantener un perfil casi tecnocrático y su renuencia a entrar en asuntos escabrosos. como las relaciones con Europa o el genocidio que perpetra Israel en Gaza. han sido la clave de su éxito.

Posiblemente con esa estrategia haya conseguido no perder a los votantes más centristas, pero lo que está claro es que no ha conseguido una movilización importante en su favor. Es más, la participación bajó del 67,3% al 60%, lo cual parece indicar que no existía una pulsión de cambio, más allá del desencanto de los conservadores con su propio partido, pero en ningún caso una movilización ilusionada en favor del laborismo.

No cabe duda de que los laboristas hacen bien en celebrar su victoria histórica pues, más allá del análisis más o menos pormenorizado de los datos, lo que queda en el imaginario colectivo es la fortísima mayoría obtenida por Starmer, que le dota de los apoyos necesarios para liderar la recuperación del Reino Unido tras los catorce desastrosos años de gobiernos tories.

Pero Starmer debe tener muy presente que sus 412 diputados se deben a la debacle histórica de los conservadores y no estar atento a esa consideración puede salirle muy caro.

Obviar que quienes abandonaron a los conservadores se refugiaron mayoritariamente con Farage y que pueden realizar el movimiento inverso, es una receta segura para un desastre futuro.

Con todas las prevenciones, y con un paralelismo ciertamente forzado, conviene recordar el caso de Ciudadanos y el error de lectura cometido por el Partido Socialista.

El vertiginoso crecimiento de los de Albert Rivera respondió, en gran medida, a dos procesos de abandono. En Cataluña, la incertidumbre que generó en algunos momentos el PSC hizo que obtuvieran unos resultados extraordinarios. Los votantes socialistas desencantados por algunas veleidades de su partido de referencia, encontraron en Ciudadanos, por aquella época de centro-izquierda, un refugio que les permitía abandonar al PSC sin quedarse en casa o entregarse en los brazos del Partido Popular.

De manera simétrica, los votantes populares madrileños pudieron dar la espalda al Partido Popular, tras el festival de corrupción que rodeó a Esperanza Aguirre e Ignacio González y el estrambote de las cremas y el máster de Cifuentes, porque apareció Ciudadanos, que ya había comenzado a definirse de centro derecha, pues en ningún caso iban a confiar en el PSOE.

Cuando el PSC recuperó su posición natural, por no decir la sensatez, retornaron los votantes y ese crecimiento fue leído de manera incorrecta, llevando a pensar que en Madrid podría suceder lo mismo.

Este error de bulto provocó que tanto las campañas como la política del día a día se orientaran a ese supuesto votante de centro que podría apoyar al PSOE, sin caer en la cuenta de que, tras el periodo de penitencia, su destino natural era retornar a su partido de origen, el Partido Popular. 

Casi con total certeza, la pérdida de apoyos del PSOE en Madrid se debió en gran medida precisamente a ese error de ir a conquistar a un votante supuestamente de centro que nunca votaría socialista, al precio de dejar descuidado el flanco por el que creció Más Madrid.

Quiere decirse con ello, y a modo de conclusión, que la victoria histórica del laborismo solo podrá mantenerse en el tiempo en la medida en que Starmer sea capaz de movilizar a nuevos votantes. Fiarlo todo a la caída de los conservadores sería un error pues resulta evidente que quienes abandonaron a los tories lo hicieron por desacuerdos con su gestión, no con sus políticas.

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