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La desprotección de las especies

José A. Alemán / José A.Alemán

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Confieso que tuve la primera noticia del asunto en El País, alejado como estoy de la Prensa local. Ya era hora, me dije, de que el Gobierno adopte medidas para el desarrollo sostenible del cemento, los bloques y las bovedillas y camine hacia el alicatado completo de los barrancos que acabe con las cagadas de bichos que todo lo empuercan y con la indisciplina florística de plantas indisciplinadas que a poco las dejes les sale el ancestro selvático y tapan el paisaje.

También cabe destacar que prepararon el catálogo contra las especies que tanto molestan callada la boca para dar la gran sorpresa. Una sorpresa, desagradable para los falsos ecologistas y traidores emboscados con el disfraz de mediocres científicos y profesores universitarios a sueldo de los canariones para hundir Tenerife, “El Día dixit”; y agradable para los promotores urbanísticos y golfísticos (de “golf”, no de “golfo”) a los que, al fin se les hace justicia al premiar su denodado empeño de crear riqueza a despecho de tarabillas y hubaras. Gracias a Dios, la Universidad de la Vida sigue incrementando el número de sus licenciaturas, cosa que se nota.

El diario madrileño recoge críticas y comentarios a la norma de los mentados falsos ecologistas y científicos mediocres y traidores, que sólo ven destrucción de las islas cuando, en honor a la verdad, tratan de construirlas del todo. Los opinantes son todos de Tenerife, lo que no es raro porque los grancanarios carecen de criterio, pues, como dice el periódico santacrucero, su isla es un feo secarral del que huyen hasta los lagartos. ¿Qué van a decir?

Sin embargo, ya ven, ayer mismo, en La Provincia, se descolgó David Bramwell, director del Jardín Botánico Viera y Clavijo y grancanario adoptivo, al alinearse con sus colegas tinerfeños de mediocridad científica. Niega Bramwell rigor al catálogo cuando resulta riguroso en exceso a fin de acabar con todo bicho y verde viviente. Hace una relación de los estudios e informes en los que han desperdiciado su vida profesional tanto pseudo científico.

Vuelve a hacer Branwell las mismas impertinentes preguntas que formulara en otro artículo de hace tres años. El muy pesado. “¿Por qué en Canarias tenemos que entregar todo nuestro espacio de calidad, especialmente en la costa, al turismo, una industria ya saturada y sobredimensionada en proporción a los recursos disponibles? ¿No se puede reservar algo de costa para el uso o disfrute de los residentes permanentes de las islas para proporcionarles algo de calidad en su recreo y ocio, o solamente pensamos en el Dios Euro?” Pues va a ser queno. Suficiente recreo y ocio proporciona la champion, los programas de Belén Esteban, las romerías con Paulino, Pepe Benavente o la clave ésa de ja que le dicen.

Son preguntas que sólo se le ocurren a un inglés. A Bramwell se le nota, tras tantos lustros de residencia aquí, que ha logrado alcanzar el sincretismo de pensamiento entre la parte canariona de colmillo revirado y el eterno inglés que lleva dentro. Es decir, no se cree que la ley busque la mejor protección de los ecosistemas canarios, como dice el portavoz de CC, que es su lado canarión, pero deja aflorar cierta contención británica al solicitar civilizadamente “una revisión de la proposición de ley para el beneficio de todos los habitantes de nuestro archipiélago y no solamente para los especuladores”; como si se dirigiera a un Gobierno serio.

El Gobierno, por fin, ha dado con la manera de acabar con los sebadales que entorpecen la realización del puerto de Granadilla; y de exterminar a los cigarrones perjudiciales para el golf. Porque no saben ustedes la rabia que da ver la bola deslizarse por el green derecha al hoyo y héte aquí que tropieza con un cigarrón que no la vio venir, se desvía unos milímetros y a la mierda la caminata. Hay que comprenderlo. Un buen complemento para la otra ley, la del cuarto y mitad de ambiente. Estamos de enhorabuena.

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