El debate sobre el fondo que aqueja al “espíritu de la política” ni se menciona. Utilizar el plagio como medida del tamaño moral de los contrincantes es una ocasión para humillar al rival, pero hipócrita, porque la falsificación es de esos artes aceptados en privado y utilizados en público según la situación y los personajes. Todos, en campaña, se arriman como abejas a la miel a este tipo de debates embaucadores, un engaño para mentes pequeñas que a estas alturas quiere presentar al enemigo como de más cuidado que uno mismo y que hay que poner bajo vigilancia moral. El plagio, más que dibujar la moral de nadie, es espejo de una cultura que valora el afán de éxito y la notoriedad sin esfuerzo. En la universidad, por ejemplo, el plagio está a la orden del día. El fraude y el robo de ideas ajenas, especialmente de los jefecillos que se dan purpurina utilizando al trabajo de los recién llegados. Se debate menos y se copia más porque la carrera universitaria se hace escribiendo todos los artículos científicos que puedas. El plagio y la falta de tolerancia, escribió Patricio Orellana, son los dos males de la universidad. En la política, plagiar un discurso o un programa puede tener su gravedad, pero entiendo que los políticos se están plagiando constantemente sin que nadie diga nada porque de tanto repetirse unos a otros, en conductas y promesas y otros tics, han caído en ese otro fenómeno de la memoria paralelo al plagio y que se denomina criptomnesia o memoria de sangre: es tal la asimilación cultural que parece que no hay plagio.Los supuestos efectos “perversos” de un programa no dicen nada sobre la altura moral de nadie en política. Hubiera querido que en estas elecciones se dedicaran menos a mirar por la cerradura de la casa del vecino, tanto los mirones como los mirados y nos explicaran cómo llevarán a cabo lo que dicen en sus programas. Eso sí, el PP y CC tienen prohibido mirar por sus respectivas cerraduras no sea que se les manche el ojo. ¡Qué incitante historia la trayectoria de una derecha abrazada a la tabla de salvación del nacionalismo y de un nacionalismo haciendo gárgaras con refrescos de PP-Cola! ¿Cómo se van a espiar por la cerradura si es que viven en la misma casa plagiándose mutuamente y, más aún, siendo tan clónicos que da miedo pensar si vamos a tener que hacerles el test de humanidad que se hacía en la película Blade Runner para saber quiénes son?Estos hechos nos dicen mucho más sobre la agenda oculta de la política y su falta de verdadera implicación, dando como resultado el aislamiento al que es llevado un electorado percibido más como cliente comercial. Desaparece, así, la política, ya apenas perceptible, dando paso a esa otra política que consiste en hacer que los demás cumplan mis deseos en exclusiva: odien a los que odio, amen a los que amo, no distingan sus necesidades de las mías, como debe ser según la muy hegeliana relación entre el amo y el esclavo; y, además, conviertan sus pecados capitales en virtudes por el tamaño de los pecados del enemigo político. Tanto querer moralizarse y demostrarse más moral por comparación ha producido, paradójicamente, una ciudadanía desmoralizada. Somos parte del videojuego programado de esta política que nunca termina de hacer examen de conciencia. El resultado es el abandono de la política que sí se ocupa de la gente, dejándonos a merced de esa otra política que no se ocupa de la gente, políticos de breve conciencia que se asoman al balcón para celebrar la vieja liturgia de predicar la cohesión social mientras nos escupen. Y nos escupen de muchísmas formas. Por ejemplo, con la profecía de dar el premio Canarias a Don Pepito, quien desde El Día retuerce la cohesión social de la gente de Canarias. El premio y la beatificación, que no me extraña que hasta pacten con el Vaticano su particular santoral político. Nos escupen desde arriba, que se creen que se han elevado solos. Si los espejos de feria producen risa por sus deformaciones ridículas es debido a su poco grosor. Si nos miramos y nos sentimos ridículamente deformados, ciudadanos y ciudadanas de Canarias, es debido al poco grosor de nuestros políticos. José A. Younis Hernández