Nada que ver la ficción y la vida por mucho que se mezclen en la coctelera televisiva de la que surge la embotadora mezcolanza del entretenimiento inmeditado. En la ficción, los pirómanos son lo que su denominación indica: unos chiflados a los que hay que someter a tratamiento psiquiátrico. Pero nuestros resecos montes del estío son destruidos no por locos, sino por estúpidos vengativos, que es mucho peor, o por incendiarios a sueldo, cuyo destino natural debiera ser la cárcel, no el frenopático. En el cine, los espías son elegantes y astutos. O malísimos de la muerte. En nuestro entorno, los espías son individuos aparentemente del común, pero tan tontos que ofrecen sus servicios por correo a otras potencias y guardan después esa correspondencia, para que les pillen bien pillados. En el imaginario popular hay ladrones y atracadores románticos que la fantasía de las gentes y la tradición ha elevado a la categoría de mitos. Como Robin Hood o, por quedarnos en nuestro país y nuestra historia más cercana, Luis Candelas. Pero, la vida misma lo que nos trae es la imagen de un cretino, egoísta y megalómano con suerte, asesino además, que se cree una figura digna de admiración y aplauso: El Solitario. Va a tener que quedarse uno con la ficción, que resulta mucho más confortable, oigan. José H. Chela