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Los inmigrantes de San Borondón

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En otro tiempo, otras lenguas de nosotros mismos sonorizaron nuestra tierra, la amazigh de nuestros ancestros, el árabe que habitó en Agüimes, el wólof de los esclavos negros que trabajaron en nuestros ingenios y vivieron en esa misma Tirajana. Hace unos días se silenció el barranco. El sonido de la radio con música árabe, las conversaciones diarias de aquél grupo de chicos con sus familias a través de esos pequeños aparatitos que los aferraba a los afectos, desaparecieron entre las palmeras y el agua de una presa. San Borondón existió, y emergió como una isla solidaria en las entrañas de Gran Canaria.

El Canarias 50 también existió y existe. Y allí esos mismos chicos después de sortear la miseria, las olas y el frío del mar, un hacinamiento inhumano, el dolor de un racismo hostil y de verse rodeados una mañana de mierda, tuvieron la ocurrencia de protestar. De lo que ocurrió se conoce poco, si fueron todos o algunos, si se produjeron faltas graves, si hubo detenidos. La  transparencia es importante por las lamentables consecuencias que ha tenido. Nadie debe ser castigado siendo inocente y parece justo tener una segunda oportunidad. Antes de cumplirse las 72 horas acompañamos a esos chicos al Centro, pero no se les dejó entrar. Gracias al párroco de San Pedro, Somos Red y un grupo de personas de la Isleta, pudieron comer y dormir bajo techo 2 días. Todas las instituciones y responsables políticos nos decían, en primer lugar la Cruz Roja, que no podían hacer nada, que eran órdenes de la Delegación del Gobierno.

Es increíble que estas islas no puedan decidir sobre el Plan Canarias, sobre los millones destinados a la gestión del gravísimo problema migratorio, ni adoptar medidas para que esas personas puedan continuar con su destino, ni oponerse a las políticas de escarmiento y expulsiones sumarísimas. La alternativa a aquellos hechos fue echarlos a la calle, no sólo a su suerte, sino a la suerte de toda la sociedad. A pesar de un alarmismo infundado, nunca fueron una amenaza, pero sí han puesto en evidencia nuestra doble moral y la inoperancia de un sistema político con una rigidez competencial que no permite tender la mano a quién se ahoga. Mientras cientos de personas pasean sin rumbo en portales, barrancos y montañas esperando a que alguna ley o algún gobierno decida si tienen derecho a soñar y vivir un futuro mejor. La gente tirada en la calle es la expresión más triste de esta sociedad. Los cientos de personas de estas islas condenados a la miseria, no lo son por los inmigrantes, sino por la sociedad injusta en que habitamos, los grandes banqueros que cobran millones en sueldo, los paraísos fiscales y  la placentera vida de reyes y magnates.

Canarias es una enorme red que apresa a miles de personas de países en la miseria por culpa de la Europa que los rechaza. Seguirán los discursos sobre políticas de vecindad, sobre inversiones en los países africanos para que salgan de la miseria, con la etiqueta de la solidaridad, la sostenibilidad, el apoyo a la mujer africana y a esa juventud deportada a la incertidumbre. Sabemos que hay importantes iniciativas, desde ONG, algunas de esos mismos países, pero lo cierto es que la realidad diplomática y económica no apunta a que esas elocuentes palabras se traduzcan en un cambio de rumbo.

Aumenta el número de cayucos y pateras, mueren cientos de jóvenes y niños, que seguro antes de morir divisaron la silueta de estas islas, frecuentadas por grandes cruceros y barcos militares que persiguen  la piratería en unas aguas que debería pertenecer a esos miles de pescadores que lo han perdido todo por culpa de las grandes flotas pesqueras que ahora vamos a proteger (que recogen en un día todo el pescado que esa pobre gente pesca en un año). Es como pensar que cuando se arrasó la ciudad de Las Palmas en 1599, los piratas fueron los canarios. Estas islas no sólo reciben personas que huyen del hambre, también grandes empresas que siguen esquilmando los recursos africanos. Algunos países y continentes se enriquecieron injustamente esclavizando a los antepasados de esas personas que ahora dejamos morir.

Los chicos subsaharianos que padecen esta situación son la cara más triste y dramática del expolio, la neocolonización, la nuevas formas de esclavitud, pero son negros, y ese racismo ancestral que llevamos dentro continúa de muchas formas, ese sustrato de desprecio y de entenderlos como algo inferior, el buen salvaje. Son muchos siglos en los que esas imágenes estereotipadas han servido para justificar crímenes, invasiones y el secuestro de millones de seres, en plantaciones como las de Canarias. Pero el moro es otra cosa, no es tan distinto, son blancos. El racismo hacia ellos carga el imaginario de la reconquista, el moro traidor, del que no te puedes fiar, prefiero a un negro que a un moro, una construcción enorme de intransigencia e ignorancia. Me contaba un pariente…y dicen que en Lanzarote venimos del moro. Es alucinante que estemos tan lejos de personas que están tan cerca, apenas a 100 kilómetros de estas islas. No solo el idioma ha sido una barrera, sino la cultura, la intransigencia religiosa y política. Una barrera que llevamos dentro.

Muchas personas y organizaciones como Somos Red, no sólo están aportando alimento y cobijo a esta gente, sino dignidad, la suavidad del alma que decía el poeta Juan Gelman. Una red cuyo objetivo es permitir que estas personas puedan seguir su propio rumbo. Hay personas que lo han logrado con ejemplares sentencias, otras acompañándolos a los aeropuertos, para que no sufran los prejuicios racistas o el mal trago de dejarlos en tierra. 

San Borondón, ha sido un gran aprendizaje. En un mundo donde los pueblos se enfrenten por los intereses de sus amos, es necesario que miremos sin peajes ni mediaciones. Así emergió aquella legendaria isla en nuestro horizonte. Esos chicos ya no eran números, eran Omar, Mohamed, Issam, Youssef, Hamza, Aziz. Conocimos a sus madres, padres, hijos, hermanas, sus historias, como las de cualquier barrio y pueblo.. Esta experiencia con ese grupo acusado de lo peor ha marcado nuestra vida y, sobre todo, su destino, y también de esos miles de seres queridos que los esperan y que las esperan, porque son muchas las mujeres que se han jugado la vida en pateras y cayucos y aguardan su futuro retenidas en las islas. Una linda experiencia de amor en un mundo que vive construyendo odios. El maltrato, el desprecio, el mirar para otro lado cuando los tiramos a la calle, puede generar más odio y ese camino, alimentado por la indiferencia, la intoxicación informativa, la dejadez institucional y el racismo, nos están llevando a un camino sin retorno. Cuando desconfiamos del otro en un espejo, hemos dejamos de querernos.

San Borondón se ha ido sumergiendo despacito, cada vez que alguien ha podido salir y se han encontrado con sus familiares y amigos.  San Borondón es sólo una pequeña islita entre tanta gente que vive en la calle, hacinada y sin futuro, pero es una gran esperanza para multiplicar el sentido más hermoso que tenemos como especie, el único que  nos puede salvar.

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