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Los invisibles de Kolda

José Naranjo / José Naranjo

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Sin embargo, nunca llegaron a ninguna parte. Tuvieron que pasar cinco largos meses sin noticias, cinco meses de angustia y desesperación, hasta que, en octubre de 2007, sus familias aceptaron la dura realidad. Sus hijos, sus hermanos, sus maridos habían sido tragados por las olas. Los funerales colectivos convirtieron a Kolda en un lamento. Es, hasta el momento, la peor tragedia en la historia de la inmigración clandestina hacia España. Sin embargo, pasó casi desapercibida para el mundo y, en ausencia de cadáveres, hasta los gobiernos de ambas orillas se atrevieron a negarla.

Casi un año después de aquellos hechos, en el verano de 2008, el periodista Magec Montesdeoca y yo mismo nos desplazamos hasta Kolda y fuimos tirando del hilo hasta dar con decenas de familias afectadas por esta tragedia. El impacto causado por este siniestro había sido brutal, devastador, para muchos pueblos de la región que prácticamente se habían quedado sin jóvenes. Como si fuera un puzzle, fuimos recuperando las piezas esparcidas de una historia que, en el fondo, no es sino la historia de los miles de africanos que en los últimos diez años han muerto intentando alcanzar las costas canarias.

Pero, sobre todo, esta historia de Kolda es la historia de un gigantesco olvido. En los pueblos que tuvimos la oportunidad de recorrer, la sensación que flota en el ambiente es la de que gobiernos a uno y otro lado del mar miran para otro lado y no se preocupan demasiado por la vida humana. En fin, que los actores de este gigantesco drama no son sino un precio prescindible que hay que pagar para que el mundo siga siendo lo que es, un lugar donde unos lo tienen casi todo y el resto, es decir, la inmensa mayoría, se tienen que jugar el pellejo para acceder a unas pocas migajas.

Tras volver a casa, dimos a aquella historia forma de reportaje. Pero no tuvimos suerte. A ningún medio de comunicación parecía interesarle el drama de Kolda, una lejana región de Senegal a donde no llegan los viajes de empresarios dispuestos a invertir ni los foros internacionales de discusión y debate, esos cuyos participantes se alojan en hoteles de cinco estrellas y, tras sesudas reuniones, salen en grandes titulares en todos los periódicos. A Kolda no van. Y menos por su cuenta y riesgo. Allí sólo hay miseria, aldeas empobrecidas y falta de todo. ¿Para qué van a ir si no hay moqueta que pisar?

No salió el reportaje, pero sí un libro. Se llama Los Invisibles de Kolda porque pretende sacar a la luz, poner rostro, con sus nombres y apellidos, a quienes no suelen ocupar mucho hueco en los telediarios y en las páginas de los periódicos. Lo presentamos el martes que viene a las ocho de la tarde en la parroquia de Entrevías (Madrid), un lugar donde la lucha por la dignidad de las personas es algo más que un eslogan. Pero lo más importante de todo es que, al final del camino y pese a todos los obstáculos, la verdad de Kolda y, por extensión, de tanta muerte inútil, se abrirá paso a empujones. Y esa es la única y más rotunda satisfacción que puede sentir un periodista.

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