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Que les den

El diputado de Podemos Alberto Rodríguez, pasando ante el entonces presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy.

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Todos recordamos aquella imagen en la que el diputado tinerfeño de Podemos Alberto Rodríguez caminaba en el Congreso de los Diputados mientras el presidente Mariano Rajoy le miraba entre asombrado y aturdido desde el escaño. Seguramente el jefe del gobierno español en ese momento no entendía cómo un diputado alto, flaco y desgarbado como una palmera canaria podía ocupar un escaño en la Cámara baja de la Carrera de San Jerónimo. 

Es una foto certera y oportuna que expresa figuradamente la diferencia abismal que hay en España entre la derecha conservadora y tradicional y los partidos de izquierda de nueva creación. Rajoy es de los que piensan que un político debe vestirse y peinarse como Dios manda y no con esas rastas y ese vestuario propio de perroflautas. 

Aquella foto simbolizaba una vez más a las dos Españas: la conservadora de traje, corbata y rosario que sueña con el pasado y la moderna, joven y progresista que mira hacia el futuro. La gente de orden de la derecha española siempre ha sido clasista y le ha dado más importancia a las formas que al fondo. Siempre ha sido prejuiciosa con las nuevas generaciones de españoles, excepto con Nuevas Generaciones del PP. 

Nuestro paisano Alberto Rodríguez fue juzgado por la Sala Segunda del Tribunal Supremo, presidida por el también paisano Manuel Marchena, por una supuesta patada que dio a un policía en una manifestación en San Cristóbal de La Laguna cuando todavía no había entrado en la política activa.

El Supremo dictó una sentencia controvertida porque en su fallo reconocía que no había pruebas fehacientes que pudieran confirmar que Rodríguez pateó a un policía. De hecho, los compañeros y los mandos superiores del agente denunciante no respaldaron su versión, que fue la única que tuvo en cuenta el tribunal para condenarlo con el subterfugio de que una declaración de un policía, aunque no sea secundada por sus compañeros y superiores, vale más que la de un ciudadano normal, corriente y moliente como era Rodríguez antes de entrar en la vida pública. 

El Tribunal Constitucional le ha dado esta semana un varapalo a la sala del Supremo y al propio Marchena, al que ha dejado retratado. Aunque el fallo del alto tribunal ya era la crónica de una sentencia anunciada, no deja de tener importancia la expulsión del diputado canario por culpa de un doble fallo judicial. 

Al diputado le rompieron su vida como parlamentario por la mitad al excluirlo del Parlamento sin ningún motivo razonable. La entonces presidenta del Congreso de los Diputados, la socialista Meritxell Batet, metió la pata hasta el corvejón y quizá por eso ha desaparecido hoy de la escena política. 

Ninguno de los periódicos conservadores y ultras que machacaron a Rodríguez en varias portadas ha tenido la valentía y la decencia de publicar la noticia de su exculpación en las mismas páginas y con el mismo tamaño tipográfico. A esa desvergüenza se han unido otros medios afines. 

Aun así, todavía hay mequetrefes y botarates que, a pesar de la sentencia favorable a Rodríguez, siguen cuestionando la honorabilidad del exdiputado. Los carcamales y reaccionarios que aplaudieron la sentencia del Supremo y la decisión errónea de Batet en contra del paisano son los mismos que censuran ahora al Tribunal Constitucional y siguen tratando a Rodríguez como un delincuente. 

Se trata de gente clasista que califica a las personas por cómo visten o qué peinado lleven. No pueden perdonar la imagen y el look de un diputado rival pero sí aplauden a mansalva a un futbolista con su parecido físico y el mismo estilo que Rodríguez. El futbolista no sabe hacer la O con un canuto pero sí hacer goles a favor de su equipo mientras que Rodríguez es adversario y rema contracorriente.  

Son muchos los que le deben una disculpa pública a Rodríguez, desde los medios reaccionarios a los partidos políticos, incluido el suyo, que lo dejó en la estacada sin apenas luchar por él y su buen nombre. Batet también merece un castigo ejemplar por ejecutar la sentencia de aquella manera. 

Este fallo, en su doble acepción de sentencia y error, sirve de lección para todos los mamarrachos deslenguados y zascandiles que han puesto a parir a Rodríguez sin ningún motivo y que lo han juzgado por su apariencia física y no por lo que ha hecho o dejado de hacer. Y lo peor es que lo siguen condenando a pesar de una sentencia contundente y favorable del máximo tribunal español.

A Rodríguez le han respaldado en el Constitucional mientras sus detractores han salido trasquilados pero, en vez de asumir la derrota reflexivos y cabizbajos, se han vuelto altaneros, arrogantes y engallados. A uno le han dado la razón y a los otros un bofetón en el carrillo derecho. Pues que les den. 

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