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Ya era leyenda
Sobre la mesa de mi despacho, justo al lado del ordenador en el que les escribo, hay siempre un libro pequeñito de tapas amarillas: Las 200 mejores partidas de Bobby Fischer. De vez en vez, reproduzco alguna.La noticia de la muerte de Fischer fue, según leo en un periódico deportivo argentino, el suceso más leído en las ediciones digitales de la mayoría de los diarios del planeta, entre ellos “El País” y “El Mundo”, muy por encima de los avatares de Gallardón, un suponer. Me parece un ejemplo de sensibilidad e inteligencia por parte del personal. La desaparición del legendario y extravagante ajedrecista ha resucitado, para quienes la desconocían, una biografía novelesca, desde una niñez difícil en una familia nada convencional hasta sus últimos años de apátrida rebeldía. Halló una patria prestada casi al final de sus días, justamente en la nación donde vivió sus instantes vitales de mayor gloria. Pero es curioso que ni en el momento de morir el misterio y la incertidumbre hayan abandonado a Fischer. Se sabe que falleció en su domicilio, víctima, al parecer, de una insuficiencia renal. Pero, nada más se ha sabido ni se ha podido saber al respecto, ni siquiera, según confiesa Spassky, su rival en la final del campeonato del mundo del 72, dónde y cuándo será enterrado, si no lo ha sido ya. De modo que su cordial enemigo no ha podido despedirse, como hubiese querido, de quien le derrotó tan brillantemente.
La leyenda de Fischer se prolongará y se irá agrandando con los años en tanto exista un juego-ciencia que a tantos nos apasiona y en el que, para una inmensa mayoría de aficionados, el estadounidense que acabó con la hegemonía soviética ha sido el mayor genio de la Historia. Con el permiso de Kasparov, dicen otros. Pero yo milito en las filas de los primeros. De ahí este pequeño homenaje.
José H. Chela
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