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Monarquía o República
Eran dos antenas con las que registra cuanto le interesa de mis explicaciones sobre nuestras para él extrañas costumbres. Son de color verde, como su cuerpo y se tornan amarillas si el procesador alojado en algún sitio detecta incongruencias en lo que digo; cosa que suele ocurrir si hablamos de política. Se le pusieron amarillas, por ejemplo, cuando le leí el currículum del ministro Soria: -¡Asombroso! -musitó.
Sin embargo, se mantuvieron verdes al referirme a la opción española entre monarquía o república. Me atreví entonces a dar el paso de confesarme republicano y siguieron igual. Pero la encharqué al aplaudir que el rey aludiera en su discurso de Navidad a la corrupción (Urdangarín mediante); aunque, bien mirado, no fue eso lo que disparó el amarillo sino que comparara la actitud de don Juan Carlos con la de Rajoy, que pasa de puntillas, se sulfura cuando le preguntan por la corrupción y llega poco menos que a considerar absolutorio el triunfo electoral. No ve necesario, pues, dar a los españoles, con los que se ha comprometido a decir siempre la verdad, las razones por las que él y la cúpula de su partido cerraron filas en apoyo de cuantos peperos han trincado con las manos donde está feo ponerlas. Las malditas antenas registraron como incongruencia que un republicano recién confeso alabara al rey en detrimento de quien, como Rajoy, ha emergido de las urnas plebeyas.
K-52 me observaba. Leí en sus ojos, como platos, una irritante sorna muy humana.
-En primer lugar, Rajoy no es republicano, que yo sepa y sería sectario no reconocer el acierto del rey, aunque fuera el instinto de preservar la monarquía de las urdagarinadas lo que le indujo a manifestarse.
Las antenas habían vuelto al verde a la espera, supongo, de mi respuesta pero no pasaron de nuevo, como me temía, al amarillo sino a un rojo encendido, inédito: -Quien te entienda, que te compre ?dijo K-52 haciendo lo que se me antojó un gesto de impotencia. Y es que el rojo sirve para aquello que ni su avanzada tecnología asimila. Entonces, en plan vengativo y para descuajeringarle los circuitos, saqué un viejo reportaje de The Guardian sobre España por los días de la Transición, en que el periodista expresaba la sospecha de que el rey fuera realmente, nunca mejor dicho, republicano; monárquico un republicano tan manifiesto como Santiago Carrillo y Manuel Fraga demócrata de toda la vida. Las antenas seguían rojas al llegar la hora de volver K-52 a la mesilla de noche; la que cerré sin darle tiempo a poner fuera la bacinilla.
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