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Las neuronas del lawfare

La exministra de Igualdad, Irene Montero, en el Congreso de los Diputados, en una foto de archivo señalando a la bancada de Vox.
10 de octubre de 2024 13:31 h

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Este miércoles se conocía el archivo definitivo del Caso Neurona, una causa abierta durante cinco años contra el partido político Podemos que ha ocupado más titulares y horas de televisión que condenados: cero culpables. Una ramificación de ese caso judicial-mediático, quiso arañar con sus zarpas a quien les escribe, no tanto por herirme a mí sino por enviar un mensaje poderoso a cualquiera que se acercara a la formación política que cuestiona los privilegios inmutables de una élite económica y también de una élite judicial.

Ojalá yo nunca hubiese tenido que ser especialista en lawfare o que mi madre nunca tuviera que sufrir tan de cerca lo que significa esa palabra o tener que explicarle a los lectores y lectoras que la justicia no es lo que nos contaron en la modélica transición española que nos ha sorprendido con tantas trazas de golpismo en los últimos años.

Salirse del relato oficial y encima para contarle a los adultos el equivalente que en los niños es desvelarle los secretos de la Navidad; que los jueces pueden ser corruptos y los periodistas mentirosos, es nadar a contracorriente y en el caso de ponerse a explicar el acoso judicial en España, es empezar de cero. Pero como dicen en mi tierra, “no nos queda otra”.

Lo primero que no nos contaron es que esa balanza que sostiene esa mujer con los ojos vendados, está trucada por defecto del lado de las personas que más poder han ostentado a lo largo de la historia y que se ha usado a los jueces para decidir el destino de gobiernos, naciones, vidas e incluso muertes. Ese grupo social, los privilegiados, no están, ni estarán nunca dispuestos a perder sus privilegios y ese puede ser el único elemento que les aglutina por encima de todos los demás. 

En un principio, para conservar esos privilegios en riesgo, ese poder utilizó básicamente golpes de Estado militares en una lista que podría resultar interminable y cuyas consecuencias tienen su eco en la actualidad y de la que todavía las democracias se están desembarazando: Operación Cóndor, golpe de estado en Chile contra Allende, el caso de Lula en Brasil.

Tiempo después se inauguraron los golpes mediáticos, después de que los propios Estados Unidos se dieran cuenta del poder que podían tener las imágenes de la televisión entrando por las casas de la gente y llevando hasta sus cocinas las atrocidades cometidas por el ejército estadounidense en Mỹ Lai (Vietnam). Despertó una conciencia global por la paz, la figura del corresponsal de guerra se hizo imprescindible y aquel año el país perdió dos guerras: la emprendida en el campo de batalla y la mediática, pero aprendió la lección y la usaría contra aquellos rivales que amenazaran sus privilegios sustentados, en este caso, en una expansión imperialista y extractivista del mundo.

Luego sucedió que también los medios perdieron ante la opinión pública esa pátina de honorabilidad, prestigio, ecuanimidad e imparcialidad. Y aquí quiero hacer un inciso, y si se pudiera llorar con las palabras esto sería un lamento, ya que la culpa de que la gente perdiese esa admiración y ese respeto casi virginal hacia los periodistas, de la que no gozan fácilmente otros profesionales solo por el hecho de serlo, ha sido única exclusivamente de los periodistas. Que por codearse con el poder, se creyeron el poder sin llegar a fin de mes y abandonaron las tesis de Kapuściński y entre todos hemos aceptado que haya cínicos en este oficio, alejados del control al abuso de poder y cercanos a ser parte de esta nueva forma de acoso que nace cuando las guerras anteriores resultan insuficientes.

 Con la democracia en marcha y conquistada por los pueblos del mundo, si la guerra además de burda es mala para los negocios, habría que buscar formas incuestionables de deslegitimar a los adversarios políticos y algunos jueces, que es algo que también nos cuesta ver desde nuestra inocente mirada de perenne democracia, se prestaron y se siguen prestando al juego y se pusieron al servicio de los intereses de esas minorías abandonando los espacios que estaban ávidos de sentencias que son justicia y a veces reparación.

Hoy, en octubre del año 2024, la palabra lawfare no nos es ajena y ya a quien la usa y advierte de sus consecuencias no se les llama conspiranoicos, exagerados, cuentistas o evasivos. Hoy existe un consenso más o menos amplio que hace ocho años no había y es que el acoso judicial opera, destruye vidas, y que es imposible sin el propio apoyo de televisiones, radios, periódicos y redes sociales.

Cuando no era un consenso que fuera consenso, valga el trabalenguas, las víctimas del Lawfare en España se enfrentaban a un ente abstracto, que no tenía ni nombre porque las cosas “son verdad porque lo dicen en la tele” y “en la tele han dicho que lo dice un juez”. En este punto, con el permiso de ustedes me voy a autoreferenciar y lo voy a hacer en el único momento que creo que un informador debe hacerlo; para explicar mejor algo que quiere transmitir.

Cuando el juez Juan José Escalonilla me imputó en la pieza separada del Caso Neurona, conocida como el “Caso Niñera”, yo tengo que esperar meses hasta poder estar ante él y poderme explicar aunque ya desde el primer minuto se estuviera estableciendo sobre mi persona un juicio paralelo en los medios y en la televisión (como anécdota, casi no llego a tiempo de contárselo a mi madre por teléfono antes de que se enterara por televisión) y esto nos da cuenta de cómo de interdependientes son las patas judicial y mediática para que este tipo de acoso sea efectivo. 

Mientras esperaba a que fuera la vista, además de recibir odio en redes, silencios muy dolorosos, también hubo ruido de apoyo que no era solo a mí sino a todo lo que hacían a quien se sumaba a la causa de refutar los viejos consensos y sacudir las tramas de poder o, simplemente, estar muy cerca de quien tenía el altavoz para hacerlo, en este caso Irene Montero. Y decidí que con mi tiempo iba a hacer aquello que nos enseñaron, salvando las distancias de su terrible sufrimiento a mi pequeño contratiempo, las madres de la Plaza de Mayo y las mujeres que defendieron en la PAH el derecho a la vivienda digna, que se pusieron a estudiar, a aprenderlo todo de las causas de su lucha, porque son auténticas maestras y especialistas del amor.

Y me puse a estudiar y no encontré en aquel entonces mucha literatura académica en España que hubiera analizado este fenómeno en términos contemporáneos con la incidencia de las noticias falsas en los teléfonos móviles, a golpe de un click en las redes sociales. Sí encontré la bibliografía decidida de Martín Pallín a quien veía en los medios mencionando este tipo de acoso, sin ninguna inflexión en su voz. Y di con un libro, que a veces es como abrir una ventana y que entre luz, llamado El Lawfare. Golpes de Estado en nombre de la Ley, de la politóloga Arantxa Tirado Sánchez. Este libro no solo me hizo sentir muy acompañada, sino que me abrió los ojos a cosas que jamás hubiera observado en otro contexto vital. 

Tirado explica que el Lawfare lleva en su ADN el ataque a las políticas públicas, las transformaciones sociales, la garantía de derechos y la igualdad, porque todas estas cosas empequeñecen la parcela que garantiza que la riqueza esté en pocas manos, que es una de las definiciones del privilegio. Sabiendo esto, podemos entender que Pablo Iglesias Turrión, en tanto que fundador y secretario general de Podemos entonces, fuera el blanco de los ataques judiciales, tanto él como su entorno. Y es verdad que Pablo Iglesias sufrió feroces ataques, y quizá nos demos cuenta cuando los estudiemos a fondo o Netflix haga una serie, han sido feroces e inéditos ataques en democracia. Pero lo que le hicieron a Irene Montero siendo ministra de Igualdad fue una brutalidad porque el poder no perdonó jamás a Montero que liderase en nuestro país el movimiento mundial mejor organizado que actualmente más está luchando contra la desigualdad y las formas de poder y su acaparación, que es el feminismo. Y no solo eso, sino que decidió ser una ministra que imprimiera en el BOE las consignas que las mujeres manifestaban en las calles.

Con esto quiero decir, que el Lawfare encuentra un blanco muy eficaz y con intenciones ejemplarizantes al resto de la sociedad en las mujeres y, que viendo lo que han sufrido otras compañeras, me siento una privilegiada que lo ha visto desde la grada mientras otras se han batido el cobre en la arena: Victoria Rosell, Isa Serra, Mónica Oltra, Dina Boulsselham o Teresa Arévalo entre otras y otros.

Yo no tengo la respuesta a si después de un atropello así se puede restituir completamente el honor y el derecho, ni sé qué medios se pueden establecer para reparar este daño que se ha llevado familias por delante, con el agravante de que la gente ha perdido la oportunidad de estar representados por grandes líderes porque no han soportado el acoso y la impunidad de quienes lo perpetran. Pero sí sé que quizá la manera en que nos interpela esta situación como informadores es recordar que nuestro trabajo es controlar el abuso de poder, también el judicial, ahora que sabemos que puede ser corrupto, de echar a los cínicos de nuestro oficio y no compartir con ellos espacios democráticos y también es nuestro deber emprender, ahora sí, la modélica transición. Quizá no es  una tarea muy resultona a los ojos de la historia, pero urge para los que ya han llegado y necesitan esperanza. Quizá sea nuestro sino, el de nuestra época: ser culpables si los justos son declarados culpables por el poder, que dijo Thoreau.

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