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Ellas no escupen

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Un partido dura noventa minutos. Fútbol es fútbol. Y hasta el último minuto todo es partido. O cosas parecidas. Son la sabiduría masera de un deporte de masas. Las esencias patrias. Aun así, Cruyf olía a colonia mientras acariciaba la bola (Valdano dixit). Después, un jugador con apellido de mineral, símbolo del honor y de la furia, española, claro: creo que no ganó nada. Escupía mucho, desde luego. Y se enfurecía, y gritaba, y le aplaudían. Y el que se fue a París tatuado y con caballos, también. Otros daban y dieron cabezazos, aguerridos defensores mandaban y mandan al hospital a ilustres delanteros. Y escupían. Una pistola empotró su bengala mortífera en el pecho de un niño de doce años, Guillem, que estaba en la grada de enfrente, en el estadio de la carretera de Sarrià, hace más de treinta años. ¿Qué genera qué? El instinto asesino que le faltaba a algunos y les sobraba a otros. Las metáforas suelen ser atroces en esos ámbitos, en esas voces.

Las literalidades atronan y atragantan.

¿Dónde está la belleza? Es quizá una condena milenaria, la de las personas que repercuten en colectivo siempre desaforado.

No sé muy bien lo que ocurrió el domingo, pero algo cambió: ellas no escupen. Un paréntesis de los afanes porque todo lo demás sigue estando ahí, como se pudo comprobar. Las malas y viejas formas, el machismo atávico que encierran muchos vestuarios masculinos. La exaltación de las naciones por la fuerza y la violencia. A lo peor, nada cambió, fue un espejismo. “Porque todo es igual y tú lo sabes/ has llegado a tu casa, y has cerrado la puerta/ con ese mismo gesto con que se tira un día,/ con que se quita la hoja atrasada al calendario/ cuando todo es igual y tú lo sabes.” (Luis Rosales)

En la misma semana, la derecha española se prepara para gobernar intentando encontrar el apoyo en partidos políticos que ayer eran el demonio y hoy son constitucionalistas de toda la vida. Cosas veredes.

En la misma semana, la Casa Real se ampara en “la costumbre” para la designación del candidato. La costumbre de dar besos sin pedir permiso. La costumbre de palmear traseros con una sonrisa, lo más normal del mundo. La costumbre capaz de tapar el rigor del ordenamiento democrático vigente. Todo en la misma semana. Menos mal que ellas no escupen. Con las lágrimas de los incendios, en Grecia, en Canadá, en Hawái, y en Tenerife, cuánta tristeza, cuánta insolvencia. ¿Quién genera qué? Todos los fuegos, el fuego, nada que ver con Julio Cortázar. El penúltimo, “Los argonautas de la cosmopista” una crónica muy vigente, dolorosa, alegre y bella, eternamente femenina.

 

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