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Un país sin monarquía

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Si preguntásemos a la sociedad qué justifica la existencia de la monarquía en España y qué papel desempeña, gran parte respondería, desde una perspectiva sentimentalista, que es necesaria para aunar a todos los españoles y constituye el símbolo de la reciente democracia. Este es el mensaje planificado que las esferas del poder nos han trasmitido generación tras generación para no poner en duda una institución que, funcionalmente, no tiene ningún cometido, más allá del representativo; supone un despilfarro de recursos económicos, humanos y logísticos para el Estado, que en esencia provienen de los impuestos que pagan los ciudadanos; y ha desarrollado distintas estrategias para formar redes clientelares nacionales e internacionales, que repercutan en su patrimonio y en la defensa de sus intereses privados.          

El exrey Juan Carlos I, cuya figura se ha visto recientemente más que cuestionada por su implicación tanto en escándalos extramatrimoniales como sobre todo en presuntos casos de corrupción, demuestra que ha utilizado la potestad que le confiere su cargo para lucrarse, reproduciendo la misma conducta que históricamente han desarrollado los monarcas que le precedieron. Hasta hace poco, casi todos los medios de comunicación silenciaban este hecho porque forman parte de distintas empresas situadas ideológicamente al lado del PSOE y el PP, ambos partidos monárquicos. Había que impedir a toda costa que se pusiesen objeciones a la Monarquía porque esto supondría golpear los pilares sobre los que se cimenta la falsa democracia que nació en la Transición, perjudicando con ello los intereses políticos y económicos de esos dos partidos y del propio sistema neoliberal, que siempre la han defendido por encima de los derechos de los ciudadanos.

Gran parte de esa ciudadanía sigue justificando la figura de Juan Carlos I como una persona inquebrantable e íntegra, gracias a la cual volvió dicha democracia a España tras la dictadura de Franco. No obstante, lo que realmente defiende es la monarquía como institución porque responde a un factor de orden y estabilidad, así como de símbolo nacional, ya que aúna a todos los españoles al mostrarse teóricamente como apolítica. Esto último es falso, ya que la monarquía siempre es de derechas: se sustenta en el dinero del resto de ciudadanos; ocupa la cúspide de la clase dirigente; le interesa la división de clases sociales; y apoya y defiende el entablisment entre PP-PSOE, surgido desde la Transición y que se basa en el turno de partidos rotatorios, reproduciendo la misma situación de finales del siglo XIX y comienzos del XX entre el Partido Liberal y el Partido Conservador, ambos de carácter caciquil.

La monarquía equivale a conservadurismo y ostentación, mientras que la familia real aglutina uno de los valores exaltados en el franquismo, donde todo giraba en relación a la figura dominante del progenitor como cabeza visible de la misma y como guía indiscutible de su entorno. A sus pies, queda la mujer, con un papel sumiso y secundario, encargada de la educación de sus hijos. El ideal de rectitud de la Corona, con sus gestos y frases programadas, su sonrisa amplia y su inquebrantable felicidad, nos recuerda nuestros fracasos diarios porque nunca estaremos a su altura, ya que nuestro único objetivo es trabajar para sustentar el bienestar ajeno.

Estos son los valores que el Estado se ha encargado de transmitir década tras década, haciéndonos creer que Juan Carlos I y su familia eran referentes supremos, cuando en realidad nos ha educado para aceptar una sociedad patriarcal y para hacer del respeto hacia esa institución un sinónimo del miedo.

El exrey y la Constitución de 1978 han ido históricamente de la mano como los dos símbolos principales de la Transición. La Carta Magna establece que todos los españoles somos iguales ante la ley. De ser así, aquel debería estar desposeído de todos sus privilegios e investigado por las presuntas acusaciones de corrupción, donde al parecer la Corona intercedió en asuntos empresariales y se lucró con ello. Pero, ¿cómo hacer esto cuando todo el aparato estatal descansa sobre la obediencia ciega a ella y no trata con equidad a todas personas? 

Por eso, la nueva Monarquía necesita de un apoyo social más rejuvenecido y, sobre todo, desmemoriado, formado quienes que no estén interesados en indagar en la historia de España y menos aún en las relaciones directas entre los Borbones y el franquismo y en los aspectos de su financiación. Este nuevo blanqueamiento garantiza la renovación de esa base social, acorde con los nuevos tiempos, pero no se producirán cambios en el mecanismo del funcionamiento: el Estado seguirá detrayendo de nuestros impuestos una amplia cuantía anual para garantizar la felicidad de los integrantes de la Corona, a la par que aceptaremos silenciosamente que no se invierta más dinero en Sanidad, Cultura y Educación. 

A pesar de todo, confío en que muchos docentes de los centros públicos, a la hora de abordar la historia reciente de este país, contribuyan a formar un espíritu crítico en sus alumnos y les expliquen cómo se nos vendió el papel de la Monarquía antes y en el momento clave de la muerte de Franco y cómo desde el primer momento quedó blindada por el sistema político. 

Aunque seguimos viviendo en una sociedad dividida en estamentos, como en la Edad Media y el Antiguo Régimen, y preferimos pasar hambre y miserias que hacer frente a quienes se han preocupado de que se perpetúe dicha división, está en nuestras manos cambiar esta situación para comprobar la ventajas de un país sin monarquía y exigir que se cumpla la premisa de que todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Mientras tanto, seguiremos bajando la cabeza y aplaudiremos que Juan Carlos I disfrute de un retiro con todo tipo de lujos, a la par que el Gobierno nos repite una vez tras otra que tenemos que hacer frente a recortes económicos para sobrevivir y utiliza todos los aparatos estatales para silenciar cualquier información que demuestra que la Familia Real heredó las actitudes propias de las dinastías de los Austrias y los Borbones en la Edad Moderna.

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