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Pre-derrotados

José H. Chela / José H. Chela

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La mayoría de las siglas pre-derrotadas repiten, aunque también las hay de nuevo cuño. Siempre aparece un partido nuevo convencido de que algún voto sacará y cuyos creadores se asombran, después, de que ni siquiera obtengan la cifra correspondiente al número de componentes de su cuadro directivo. Qué raro, ¿no?, se preguntan mirándose los unos a los otros presos de un comprensible mosqueo. Son partidos, la mayoría, de los que solamente se oye hablar –y poco- cuando tocan elecciones. Son grupos y grupúsculos de ilusos agazapados, pero pertinaces, insistentes, que se empeñan en asomar la nariz en el patio exclusivo de la cosa pública o que se resisten a desaparecer del todo, como La Falange, un suponer, y a los que no debemos menospreciar ni tomar a cachondeo, oigan, porque mucho deben creer en el sistema y respetarlo cuando insisten en ser sus víctimas y en dejarse machacar por el vacío de la respuesta (el vacío puede ser más aplastante que una mole de miles de toneladas de cualquier cosa, incluida la indiferencia, oigan). Están ahí, como si no hubiese pasado nada desde la última vez, los diversos Compromisos (ya sea por Tenerife, por Gran Canaria o por Villapescuezos de Arriba), los consabidos Humanistas, las democracias nacionales, tan poco demócratas ellas, por cierto, los Progresistas Independientes, los Comunistas de variopinta índole, pero revolucionarios a cual más, por supuesto, los que se creen que por enarbolar la palabra Alternativa van a comerse un rosco y así sucesivamente. Todo eso no cuenta a la hora de los resultados en las urnas, claro, pero sí es un ingrediente del juego electoral, que confiere al sistema un cierto colorido. Olvidan los pre-derrotados que aquí no juegan, con posibilidades más que los de siempre y que, si aparecen siglas nuevas que pueden envidar y alcanzar alguna migaja del pastel es solamente porque han sido inventadas y financiadas por los que, apartados del machito, pretenden retornar a él disfrazados de novedosos atavíos. (Cada uno gasta sus tiempos, sus ilusiones y sus dineros como le da la gana. Para qué nos vamos a engañar).

José H. Chela

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