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¿Vacío de poder en Líbano?

Rafael Morales / Rafael Morales

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Estados Unidos y Francia aspiran a mantener la situación actual, añadiendo un presidente pro occidental, olvidando que la reciente agresión israelí (derrotada por la resistencia que encabezó Hezbolá) complica una decisión que exige acuerdo parlamentario. El embajador gringo quebró el último casi acuerdo para el nombramiento del ex ministro Michel Edde como presidente. Jeffrey Feltman, advirtió a sus aliados que Edde no ofrecía “garantías suficientes”. Para Washington, naturalmente.

Por su parte, Siria e Irán pretenden la elección de alguien dispuesto a mejorar las relaciones, no a empeorarlas bajo las presiones occidentales y la utopía sangrienta del Gran Oriente Medio. Estados Unidos amenaza a Damasco y más abiertamente a Teherán. Y mientras este pulso tiene lugar sobre las débiles espaldas de Beirut, el control del país lo ejercerá el jefe del ejército, el general Michel Suleiman, a quien parte de la opinión pública libanesa considera como un futuro buen presidente, capaz de reunir el consenso nacional en torno a su figura.

Líbano, considerado un Estado tapón, tuvo siempre dificultades para funcionar de forma independiente ante las intervenciones extranjeras. La inestabilidad regional permanente tampoco ayuda. Las rivalidades religiosas, por otro lado, hace que la ley contemple, por ejemplo, una estricta división de poderes en los principales cargos políticos del país. El presidente tiene que ser un cristiano maronita, el primer ministro un musulmán sunita y el jefe del Parlamento un musulmán chiíta. Este reparto responde a la diversidad de una sociedad donde cristianos y musulmanes se dividen en 18 comunidades separadas cuando no enfrentadas abiertamente. Casi todos los partidos políticos responden a una confesión religiosa por muy laico que se confiese el Estado mismo. Muy complicado hablar, pues, de partidos políticos “nacionales”.

No creo que las normas constitucionales determinen las dificultades de este Estado nación tan especial, más bien las reflejan. Pero también es cierto que el modelo confesional está en el origen de problemas y guerras civiles desde la creación del gran Líbano en 1926. Es el representante del mandato francés en el Líbano quien lo impuso y hasta hoy las guerras civiles de carácter confesional se suceden una detrás de otra. Opina Jaled Hadadeh que “la clase política del Líbano es como una clase de feudales, donde grupos humanos geográficamente bien delimitados siguen a un jefe político o tribal y donde el régimen libanés refleja una unión de estos jefes que representan los intereses de su propio grupo comunitario”. Cada jefe busca apoyos internacionales para consolidar su poder.

Quizás el establecimiento de un sistema laico y democrático que abandonara el sistema confesional y una ley electoral basada en la proporcionalidad (dejándole al Senado la representación de los intereses de las distintas confesiones) constituya una salida. Esta idea de Hadadeh suena más bien a música del futuro. Mientras, Líbano aparece como una pieza disputada por potencias ajenas y un vacío de poder que, sumados, puede conducir a nuevas crisis. Creo.

Rafael Morales

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