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12 aniversario de la revolución bolivariana... Vamos de nuevo, Simón por Joaquín Sagaseta Paradas
Durante la guerra de independencia de México, las tropas realistas fusilaban las imágenes de la Virgen de Guadalupe, o las destripaban a machetazos allí donde las trincaban. Sin respeto.
Conforme al dictamen de prestigiosos doctores dominicos, la fealdad de la acción era perdonada por la bondad de la intención. En el lugar de la Virgen finada los realistas dejaban bien puesta la imagen de otra Virgen, castellana, Virgen verdadera, mil veces más santa que la ajusticiada.
Y es que el principio de Esquilo es un cáliz, peor que la cicuta, del que no tragan los vencedores cuando su propósito es mantener el yugo sobre los vencidos. Entonces dioses y templos tienen que ser destruidos, de lo contrario, dioses y templos volverán reclamando sus fueros.
Por eso en los consejos de las empresas mineras, en Wall Street, o en los círculos de negocios petroleros, del cobre, del café o del banano, durante decenios, se andan que no paran programando la próxima limpieza del patio trasero latinoamericano. Todavía están calientes los cadáveres del ultimo crimen cuando ya preparan el siguiente, y a así les fue llegando la hora a Farabundo Martí, a Sandino, a Arbens, a Gaitan, a Caamaño, a Torrijos, a Goulart, al Che, a Allende, a la Operación Condor? lo hacen con el desprecio de los que se creen llamados por el destino manifiesto, sin reparar siquiera, en la genialidad de Neruda, en la creatividad del mestizaje, en la grandeza de los Andes, en la inmensidad del Orinoco, en la eterna lealtad de aquellos indios de Ecuador, que aún hoy llevan luto por Ataualpa, en la dignidad de Artigas, o el espanto de la guerra del Chaco, la guerra de la sed, o en la gesta jesuita en Misiones?en la gran historia de la Patria Grande.
Sucede, sin embargo, como advirtió Esquilo, que cuanto menos se respeten, los templos y dioses de los vencidos, tanto más frágil es la victoria de los vencedores.
Cuanto más se oprima a los pueblos y naciones, tanta más materia inflamable se acumula en el encendido pozo de las contradicciones, y cuando quiera la boca del pozo las vomita, con la fuerza de los volcanes, y entonces se abren amplias avenidas y vuelven los pueblos a pisar nuevamente las calles, las mismas calles que ayer caminaban intimidados, como extranjeros, y ahora pisan con fuerza, como si fuera de ellos, como si fuera de ellos la tierra donde están enterrados sus muertos, la tierra donde ellos amaron y trabajaron y donde en hogares de hambre nacieron sus hijos y con sangre de cebolla los amamantaron mujeres morenas, como las de Miguel Hernandez, derramadas hilo a hilo sobre las cunas, y donde ellos vivieron como pidiendo permiso. Y marchan por centenares, por miles, por centenares de miles, por millones, plenos, y sólo se detienen a llorar por los ausentes.
Si en la América Latina existía un país destruido en sus valores culturales y en sus identidades nacionales, ese país era Venezuela. Si existía un país donde el generalato de los grandes partidos, de los poderes del estado y de los sindicatos, estaba secuestrado por una mafia de burócratas que formaba bloque con la oligarquía financiera y el capital internacional, ese país era Venezuela. Si existía un país donde los cauces ordinarios para la organización, defensa y movilización popular se encontraban descompuestos por la corrupción y el soborno, ese país era Venezuela. Pero si había un país donde toda esa nata de putrefacción flotaba sobre los más agudos antagonismos de clase, sobre la más salvaje explotación de los trabajadores, sobre el más infame océano de marginación social y sobre el mayor sentimiento de humillación nacional, ese país también era Venezuela.
Podían en Venezuela dinamitar las estatuas ecuestres de Bolívar, hacer hogueras con los retratos de Miranda, prohibir la lectura de Otero Silva o de Rómulo Gallegos, llevar a la silla eléctrica a la Virgen de Coromoto, clausurar las areperas y las destilerías de ron, abrir en su lugar un millón de hamburgueserías, podrían hacer retroceder hasta el subconsciente la memoria nacional?pero ¿cómo evitar que lo vencidos hayan tenido sus dioses y templos?, ¿cómo impedir que revivas en la memoria, Simón Bolívar, Simón, caraqueño americano?, ¿cómo impedir que vuele como candela tu voz, Simón?, ¿cómo negarle a la historia que sea historia?, ¿cómo evitar los mil mundos que hay en el mundo?
Se puede multiplicar por cientos y por miles la reserva de denarios para invertir en el soborno y en la traición, pero nunca habrán suficientes Pactos de Punto Fijo para que de cada doce más de uno sea un Judas a quien espera pacientemente su higuera, ¿se puede sobornar a toda una clase, a todos los asalariados, a todos los intelectuales?, ¿Se puede sobornar la miseria y la humillación nacional?, ¿ durante cuánto tiempo?
A determinado nivel de condensación las nubes descargan por el rayo.
Se desató la tormenta sobre Venezuela en Diciembre de 1998, bajaron de los cerros, vinieron de los ranchitos, cartón y hojalata y penitas grandes, y de las fábricas, y de las tierras de sudor barato, anchas pero ajenas, eran negros y mulatos, blancos, mestizos? inundaron las calles, codo a codo, y fueron para Miraflores, y con ellos estaban los intelectuales de Simón Rodríguez y Miranda, y los soldados de Carabobo de Bolívar y de Sucre, y los indios, caramba, por su destino? eran más de un millón y por millones votaron y Hugo Chávez asumió la presidencia en febrero.
Hace ahora doce años, doce años para la historia grande de la nueva independencia de Venezuela, doce años para la mejor de las páginas de la mejor de las historias, la de los pueblos por su emancipación nacional.
Y entonces, ¿cómo no revivirte en la memoria Simón?, si por todo el tiempo vuela como candela tu voz, Simón Bolívar, Simón, antes de que todo se hunda, vamos de nuevo Simón.
JoaquÃn Sagaseta Paradas
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