Espacio de opinión de Canarias Ahora
Veranos
El caso es que siempre, en un momento impreciso, caemos en una suerte de ausencia, a veces de un helado, de un rostro habitual o de un silencio. Yo recuerdo las siestas obligadas, cuando todos los primos pasábamos juntos las vacaciones y después de comer nos obligaban a dormir. Y nos acostábamos a regañadientes. Y nos levantábamos empapados en sudor y discutiendo. O con la cara llena de betún que nos habían pringado durante ese sueño impuesto. Y la tarde se presentaba como un territorio lleno de promesas. Recuerdo las peleas en la mesa, los viajes en seiscientos y las canciones de Richi e Poveri.Con el tiempo llegaron otros veranos, con otras emociones y nuevas expectativas. Pero de entonces hasta el final, me temo que en la piel siempre quedan impresas algunas huellas que reviven con el calor y el sol. La suerte de la distancia en el espacio es que uno puede jugar con la idea de que todo, menos nosotros mismos, sigue igual. La pena de la realidad es que cuando acude a los rincones de la memoria puede que solo encuentre cenizas.Las llamas me han quitado el paisaje de mi memoria, se me ha ahondado un poco la nostalgia y se ha encendido la indignación. Pero al evocar los rostros, pienso qué habrá sido de algunos de ellos que acumulaban vidas y generaciones en Mogán, en pequeños pagos próximos a Inagua, entre barrancos en ocasiones casi olvidados. Gentes con vidas sencillas y humildes, apegados a la tierra, con sus raíces prendidas con fuerza, confiados y amables, sin cosas de marca pero con una identidad propia. De ésos que abrían las puertas al que pasara por su puerta y le ponían un café delante. Duele la conciencia de que hay cosas que no es que hayan evolucionado con el tiempo, sino que se han extinguido.
Esperanza Pamplona
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