Mientras asistimos a ese resurgir del corrupto y del corruptor, del indecente disfrazado de gran gestor e insobornable regenerador de la vida pública canaria, observamos inquietantes movimientos en el seno del Partido Popular grancanario. Es cierto que en todas partes cuecen habas, pero más cierto es que en determinados partidos políticos se pone la tapa al caldero, se cierra la puerta de la cocina y se ordena evacuar los alrededores en un diámetro de 300 kilómetros. Así funcionan las purgas en el Partido Popular de Gran Canaria, donde tienen una presidenta, Australia Navarro, que aceptó en su día ponerse al frente de la nave para cortar el paso a los peligrosos demócratas que querían aupar al liderazgo insular a Paulino Montesdeoca y a Víctor Jordán. Pero tras el regreso de ese viejo lobo de mar que es José Miguel Bravo de Laguna, peones como la señora Navarro o sus más directos colaboradores, no sólo no son necesarios, sino que incluso parecen estorbar. Eso explica, en gran medida, cómo se ha postergado a personas como Carlos Ester o Auxiliadora Pérez, hasta ahora piezas destacadas del PP y del equipo más cercano a Navarro, con responsabilidades de relevancia en el Parlamento y en el Gobierno, respectivamente. Ester ha sido borrado del mapa por el momento, y a la que fuera viceconsejera de Administración Pública hasta el otro día, se la manda de número ocho al Cabildo.