Se agarró Torres como pudo a las públicas disculpas de Miguel Ángel Ramírez, arrepentido por haberlo llamado “impopular”, pero miró el inspector para otro lado ante el reto del empresario de que dijera lo que le viniera en gana porque no iba a admitir que nadie le amenazara. Como un niño caprichoso sorprendido haciendo trampas, Torres recogió velas, se quedó con el balón bajo el brazo y se lo llevó para su casa. Pataleando y perretoso. La estrategia de remover la basura la querrá dejar para mejor ocasión, cuando pase esas horas de reflexión que anunciaba tras escuchar a Ramírez. Reflexionará Torres si será bueno para sus intereses y los de sus corifeos seguir con la coacción al presidente deportivo del club. Y de paso, anuncia querella por llamar a las cosas por su nombre: chantaje. Que baje Dios y lo vea. Esperamos el discurso de su jefe de prensa, que también pierde gas por momentos.