Se suceden de manera aparentemente interminable las reacciones en torno al clamoroso silencio del presidente de Canarias en torno a sus conversaciones domésticas con el alcalde de Arona, Berto González Reverón, al que pidió que intercediera por su sobrina en las pruebas de acceso a la Policía Local de ese municipio. No hay noticia, declaración, anuncio, comentario o insinuación que haga mover un milímetro al equipo de Presidencia de su táctica inicial de guardar silencio, como si éste fuera a ser más beneficioso que dar una explicación más o menos razonable, y a otra cosa mariposa. Ya no vale decir lo que dijo el alcahuete de Soria, que soltó esa estupidez supina de que las escuchas fueron ilegales, y mucho menos que aquello nunca existió, que fue una ensoñación del número de la Guardia Civil que escribió el oficio para el juez Frías. Suponemos que la salida de Rivero, prevista para el jueves, 22 días después de que diéramos la noticia, irá en la línea de los usos sociales, de lo admitido que está por algunos de que a la familia hay que ayudarla, incluso por encima de le legalidad vigente y el principio de igualdad, capacidad y méritos.