Los otros dos candidatos hicieron sus propios debates y cada uno ganó el suyo, si se puede resumir así un empate técnico como el que se dio entre López Aguilar y Román Rodríguez. El primero marcó claramente el paso, o mejor, la carrera, al imprimir al programa un ritmo casi frenético al que se trataron de sumar los otros dos candidatos. Eso en televisión está bien, pero se corre el peligro de que los telespectadores se pierdan. Román Rodríguez actuó de eficaz representante de una marca fácilmente vendible: la canaridad, lo nuestro, nuestra voz en Madrid, el abandono al que nos someterán los partidos centralistas como no tengamos representación suficiente... Lo repitió hasta la saciedad, quizá demasiado, pero colocó su discurso de manera clara y utilizando recursos muy televisivos, como enseñar su programa electoral y un mapa de España, sacado de la web del PP, en el que el Archipiélago aparece en el Mediterráneo. Eludió enfrentarse al candidato socialista en todas y cada una de las ocasiones en que éste le provocó llamándole cómplice del PP. Hizo su debate y, a su manera, lo ganó.