En los últimos cuarenta años, Canarias ha sufrido las consecuencias de 28 grandes incendios forestales (GIF), es decir, quemas en las que la superficie calcinada supera o alcanza las 500 hectáreas, con un patrón atmosférico claro detrás de la mayoría de ellos: intrusiones de polvo sahariano (calima) e inversión térmica de baja altitud.
Investigadores de la Universidad de La Laguna (ULL) han publicado un estudio científico en la revista académica Geographies detallando las condiciones ambientales antes y durante estos episodios de fuegos incontrolados, cuyo riesgo de producirse irá en aumento por culpa de la crisis climática causada por los seres humanos.
Los resultados de la publicación muestran que estos incendios, que han quemado un total de 132.000 hectáreas en el Archipiélago, casi el 18% de su territorio y prácticamente toda su superficie forestal, tienen una relación “estrechísima” con la inversión térmica, una capa atmosférica característica de Canarias que hace que la temperatura aumente en lugar de descender a medida que se gana en altitud.
El ‘techo invisible’ que anuncia ese cambio drástico de las temperaturas es el particular mar de nubes que presentan las islas montañosas de la Comunidad Autónoma y que mantiene el aire húmedo abajo y el seco, arriba. Es una estampa única en Canarias con más trasfondo del que parece en primera instancia.
Los autores han demostrado que, al inicio de la mayoría de estos fuegos, la base de la inversión térmica se situaba a una altitud promedio de 369 metros de altura, una cifra “muy por debajo” de la media general registrada entre 1983 y 2023, ubicada en 1.010 metros, e incluso por debajo del promedio registrado en verano (792 metros).
Esto tiene implicaciones importantes. Cuando la base de la inversión térmica desciende por debajo de los 400 metros, casi toda la masa forestal del Archipiélago (un 96,7%) queda por encima de ella. Los bosques pierden el frescor y la humedad habituales de los vientos alisios (siempre por debajo del mencionado mar de nubes) y quedan expuestos a una capa de aire cálido y muy seco, por lo que las probabilidades de que se extiendan las llamas aumentan considerablemente.
En el incendio de 2019 que quemó más de 10.000 hectáreas en Gran Canaria, por ejemplo, la inversión térmica el día del inicio del fuego se situó a unos 205 metros de altitud, dentro del 3,5% de los niveles más bajos de toda la serie histórica. En el de Tenerife de 2023, fue de 287 metros.
Para más inri, los mismos investigadores que han firmado este estudio, Jordan Correa y Pedro Dorta, miembros de la Cátedra de Reducción del Riesgo de Desastres de la ULL, publicaron otro trabajo académico hace unos meses en el que comprobaron que la altitud del mar de nubes de Canarias había descendido cien metros de media desde 1970, desprotegiendo durante más tiempo la laurisilva y el pinar del calor.
“Cuanto más baja esté la inversión térmica, habrá una mayor extensión forestal en una capa de aire seca y cálida y, por tanto, mayor riesgo de incendios forestales”, resume Dorta.
Ambos expertos utilizaron datos del Centro Europeo de Previsiones Meteorológicas a Plazo Medio (ECMWF, en sus siglas en inglés), que recopila cifras de temperatura desde capas cercanas a la superficie hasta unos ochenta kilómetros de altitud. Y también emplearon series climáticas de las estaciones meteorológicas más cercanas a los grandes incendios para calcular variables de interés como la temperatura máxima, la humedad relativa, la precipitación y la intensidad del viento.
La investigación, además, recuerda que la rebaja estival de la inversión térmica en el Archipiélago “coincide” con la llegada de calima. Y la calima, como tal, agrava aún más las condiciones áridas del terreno, elevando las temperaturas a menudo por encima de los 35 grados, provocando una humedad relativa “extremadamente baja” y generando vientos con rachas de hasta 60-70 kilómetros por hora. Un cóctel explosivo para grandes incendios.
“La inmensa mayoría de las hectáreas que se queman en Canarias lo hacen cuando entra una advección de aires saharianos que suponen una modificación radical de las condiciones ambientales”, explica Dorta. El también geógrafo agrega que las Islas pueden pasar de tener unas temperaturas “suaves” y una humedad relativa “alta”, a registrar un incremento de hasta 20 grados en la primera variable y un descenso de sesenta puntos en la segunda cuando el polvo desértico hace acto de presencia.
Dorta advierte de que, en ese caso, las condiciones ambientales son “tan extremadamente” secas y cálidas, que si los incendios forestales no se controlan al principio, cuando continúan siendo conatos (menos de cien hectáreas afectadas), “la extinción es prácticamente imposible”. “Solo se va a apagar cuando cambie el tiempo o se haya quemado todo el combustible”, lamenta.
Las conclusiones del estudio muestran, de hecho, que el 95% de la superficie quemada en las Islas se corresponde con grandes incendios forestales. Y los autores consideran que el Archipiélago es la región española con el mayor riesgo de que unas pequeñas llamas pasen a ser GIF precisamente por eso: pese a que esta es la autonomía con menor porcentaje de área forestal sobre el total (apenas un 18%), y hay menos incendios que en el resto de España, cuando el monte arde, suele hacerlo en grande.
“Tenemos un menor número de siniestros, un menor número en general de incendios. Pero cuando los tenemos, suelen ser muy grandes. Y cuando ocurren, afectan a grandísimas superficies y son muy difíciles de gestionar. En otras áreas españolas pueden tener muchísimos más fuegos, pero no llegan a convertirse con tanta frecuencia en GIF como en Canarias”, reflexiona Correa.
Otros resultados de la publicación apuntan a que la mayoría de los grandes incendios forestales en el Archipiélago ocurrieron en los meses de agosto (11) y julio (9); que las islas más afectadas han sido Tenerife (48.000 hectáreas), Gran Canaria (31.100 hectáreas) y La Palma (23.600 hectáreas); y que no ha habido un incremento “significativo” de los mismos en las últimas décadas, sino que los que han dañado el campo canario lo hacen cada vez con más virulencia.
“El cambio climático no está haciendo que en Canarias haya más incendios, pero sí podemos decir que los que se producen tienden a afectar a más superficie y son más difíciles y complejos [de atajar]”, añade Correa.
La temperatura máxima promedio en los días de inicio de estas grandes quemas fue de 30,3 grados, con anomalías térmicas que superan los diez grados. La humedad relativa mínima en esas mismas jornadas suele ser del 24,3% (en algunos casos extremos por debajo del 10%). Y en la mitad de los episodios la dirección del viento era del noreste. Sin embargo, cuando las rachas procedían del este, los incendios afectaban a muchas más hectáreas, pues estos vientos suelen estar asociados con intrusiones de aire sahariano.
Más hallazgos tienen que ver con la precipitación. El estudio no encontró una correlación relevante entre años secos o húmedos y grandes incendios forestales. Las lluvias en el Archipiélago se producen habitualmente fuera de la época de mayor riesgo de quemas. El campo ya llega seco al verano, así que el monte “se mantiene con un déficit hídrico acusado” durante mucho tiempo, indica Dorta. “La aridez es una característica estructural del entorno canario”, remacha.
Esa es una causa más. Al igual que la inversión térmica y la calima. Pero también lo son el abandono de la agricultura o las negligencias que provocan fuegos intencionados, a juicio de Dorta.
Tanto para él como para Correa es crucial que Canarias comience a monitorear en tiempo real la altitud de la inversión térmica como un elemento clave para prevenir incendios, que apueste por un análisis detallado y localizado de la meteorología (por es de los microclimas de las Islas) y que continúe con los cortafuegos, los sistemas de detección temprana, los programas de concienciación pública y una planificación del suelo que evite construir en zonas de alto riesgo.
“Las futuras estrategias de gestión de incendios deben incorporar una planificación adaptativa al clima que anticipe temporadas de incendios más largas, olas de calor más frecuentes y un mayor número de días con condiciones meteorológicas propias para incendios. Solo a través de un enfoque integral y prospectivo se podrán mitigar los impactos de los grandes incendios forestales en Canarias”, concluye la investigación.