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Muere Boris Yeltsin

Borís Yeltsin, el hombre que asestó el golpe mortal al comunismo, acabó con la URSS y abrió una nueva etapa en las relaciones internacionales, falleció este lunes en Moscú a los 76 años de un repentino paro cardíaco.

El primero en expresar sus condolencias fue su enemigo acérrimo, Mijaíl Gorbachov, quien lo elevó primero a la cima del poder soviético, el Politburó, y lo desbancó después, catapultándole así a la fama y a la gloria.

“Tuvo un destino trágico. Tras su espaldas quedaron grandes méritos ante el país y también graves errores”, declaró Gorbachov, primer y último presidente de la URSS.

“Yeltsin falleció a las 15.45 (11.45 GMT) en el Hospital Clínico Central de Moscú a causa de una progresiva insuficiencia cardiovascular multiorgánica”, según explicó Serguéi Mirónov, jefe del Centro Médico del gabinete de la Presidencia rusa.

Su corazón ya le había dado problemas y poco después de ser reelegido presidente de Rusia, en julio de 1996, fue sometido a una operación para instalarle cinco puentes coronarios.

Tres años después, sorprendió a todo el país al anunciar que abandonaba su cargo antes de tiempo y proponía como sucesor al actual presidente ruso, Vladímir Putin.

Hijo y nieto de kulak, prósperos campesinos expropiados por el comunismo, Yeltsin nació el 1 de febrero de 1931 en el poblado de Butka, cerca de Sverdlovsk en los Urales, a donde la familia huyó de las represiones.

Allí, en Sverdlovsk, antiguo Ekaterimburgo donde fueron fusilados el zar Nicolás II y su familia en 1918, trabajó de obrero, estudió ingeniería civil e ingresó en el Partido Comunista, único camino entonces hacia la cima del poder.

Aquel período se marca por su decisión e intransigencia, también la lucha contra cualquier disidencia y por la destrucción de la casa Ipátiev, en cuyos sótanos fue asesinada la familia real, orden que luego en varias ocasiones confesó lamentar profundamente.

La perestroika, impulsada por Mijaíl Gorbachov, requería nuevos dirigentes, jóvenes y enérgicos como Yeltsin, que fue trasladado a Moscú e hizo una fulminante carrera.

En tan solo dos años, fue responsable de la construcción y jefe del Partido en Moscú, secretario del Comité Central y miembro del omnipotente Politburó.

Pero su comportamiento no tuvo nada que ver con los anteriores dirigentes: Yeltsin viajaba en metro, aparecía en las colas, decía lo que pensaba y denunciaba a diestra y siniestra la corrupción y los privilegios de la “nomenclatura”.

Al final, en noviembre de 1987, Gorbachov optó por deshacerse de él para calmar al menos un poco a los sectores conservadores, cuya resistencia crecía a medida que avanzaban las reformas.

En otros tiempos, semejante caída era el fin de la carrera política y hasta el propio Yeltsin se desesperó y en 1989 llegó a pedir su “rehabilitación política” en el congreso del PCUS.

Pero todo había cambiado. El amor de la gente ya pesaba más que la desgracia del Kremlin y fue Yeltsin el primero en entenderlo: tan solo unos meses después, renunció públicamente a la militancia en el Partido Comunista.

A partir de entonces todo fue imparable. El 26 de marzo de 1989, para disgusto de las autoridades, fue elegido diputado en las primeras elecciones “mínimamente” democráticas, el 29 mayo llegó a la presidencia del Parlamento y el 12 de junio de 1991 se convirtió en el primer presidente de Rusia elegido por voto universal.

Su prueba mayor y su momento de gloria llegaron en la madrugada del 19 de agosto, cuando la cúpula comunista aisló a Gorbachov en Crimea, sacó los tanques a la calle y usurpó el poder como “Comité Estatal de Situación de Emergencia”.

Yeltsin no dudó, llamó a la desobediencia y la resistencia y contrapuso al Ejército a miles de personas civiles, decididas a defender la libertad aunque fuera al precio de sus vidas.

Dos días después el golpe fracasó y Gorbachov volvió a Moscú, sin entender aún que el país había cambiado: Yeltsin no dudó en demostrárselo y el 23 de agosto firmó la disolución del PCUS.

Luego, fue también quien asestó el golpe de gracia a la URSS, al sellar en Belovezh su disolución, que Gorbachov se vio obligado a aceptar y a dimitir el 24 de diciembre de 1991.

Pero su camino en adelante, junto a algunas de sus histriónicas apariciones y anécdotas, estuvo sembrado de errores, como las polémicas reformas económicas que permitieron que hoy en Rusia haya más multimillonarios que en EEUU y más pobres que en toda Europa.

También fue el artífice de una dudosa reforma estatal, cuando su llamamiento a las autonomías a “asumir tanta soberanía de la que sean capaces de cargar” puso en peligro la existencia de Rusia, y de la disolución a cañonazos del Parlamento en 1993, que acabó con la última resistencia comunista, pero también con las ilusiones de un pronta democracia para Rusia.

Y la primera guerra en la separatista Chechenia, que lanzó en diciembre de 1994, en la que su Ejército fue derrotado en 1996 y por la que pidió disculpas al país tras entregar el poder el 31 de diciembre de 1999 a su sucesor, Vladímir Putin.

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