El aguante de la UE, a prueba
Enmanuelle Macron vencerá este domingo, 7 de mayo, en la segunda vuelta de las elecciones francesas. Eso se desprende de las encuestas que le dan el 51% de los votos frente al 49% que se decantaría por su rival, la ultraderechista Marine Le Pen. Es lo previsible, pero, tal y como están las cosas, no conviene descartar una sorpresa. Aunque el mal estilo de Le Pen en el debate televisado del martes pasado pudo reforzar las posibilidades de Macron, no dejó éste de caer en el guirigay tipo La Sexta que fue, por momentos, el debate de los dos presidenciables.
Los observadores destacaron de las intervenciones respectivas el dominio de los aspectos técnicos y de los matices de Macron frente a la visión unilineal y cenutria de Le Pen con sus anuncios de desastres terribles si Francia continúa en la UE. “La fin del mundo” que decimos por estos andurriales. Coincide, por cierto, la líder ultra con la izquierda radical al considerar al candidato de En Marche! hombre al servicio de los poderes supranacionales que lo han puesto ahí en beneficio de los grandes grupos financieros, del “sistema” en definitiva. Le Pen recurrió en algunos pasajes a un discurso obrerista, como si ella fuera una paria de la Tierra que nada tiene que ver con el mundo del dinero y el mentado “sistema” del que forma parte, supongo, la Justicia que ahora mismo la investiga por destinar cinco millones de euros (más de 800 millones de pesetas) a empleos inexistentes. Los asuntos de corrupción, que arruinaron la candidatura de Fillon en la primera vuelta, ni se mencionaron en el debate. Tampoco los de nepotismo que el partido de Le Pen practica cosa mala. Quien esté libre de culpa, que tire la primera piedra, digo yo que será.
La improbable Marine
La victoria de Marine Le Pen el domingo sería novedosa no sólo por improbable sino porque sería el triunfo de unos planteamientos elementales dirigidos en su simpleza a remover los sentimientos (y los instintos) de los “patriotas auténticos”, que no figura entre las especies en extinción. Además, favorece a Macron un sistema electoral, el de dos vueltas, diseñado para impedir que el nacionalismo fascista que representa Le Pen u otros excesos, que haberlos, háylos, se hagan con el control del Estado. El fantasma de dos guerras mundiales aparece detrás. Así, la primera vuelta permite eliminar la morralla y dejar “vivos” sólo a los dos más votados que se disputarán la presidencia de la República en la segunda vuelta. Dado que los candidatos derrotados en la primera suelen recomendar a sus seguidores votar en la segunda por uno de los dos finalistas, se previó que si los ultras llegaran a ella, el peso del electorado no fascista les pararía los pies, como ocurriera en 2002 cuando Jean-Marie Le Pen, que había fundado el Frente Nacional (FN) en 1972, dio el aldabonazo de pasar a la segunda vuelta por vez primera con el 16,8% de los votos. Fue posible gracias al desastre del socialista Jospin y a la dispersión del voto entre las restantes candidaturas. Había llegado el momento de probar el funcionamiento del mecanismo y Jean-Marie fue aplastado por Jacques Chirac, que obtuvo más del 80% de los votos al concentrarse el de todos los partidos interesados en cerrarle el paso a los ultras.
Llama la atención que el FN nunca haya protestado contra un procedimiento dirigido a impedirle llegar al poder. Los peor pensados lo atribuyen a que el FN no tiene prisa, que la mera presencia en política es suficiente soporte para el status familiar de Le Pen y los negocios derivados de la marca y consideran que de lograr vencer los obstáculos y acceder a la presidencia, el blindaje les ayudaría a conservarla.
Vayamos de nuevo atrás. En 2011, nueve años después de que el FN lograra pasar por primera vez a la segunda vuelta, Jean-Marie Le Pen dejó la presidencia de FN en manos de su hija Marine. Una nueva generación que vio la necesidad de cambiar de imagen sin modificar la esencia de las convicciones. Esto llevó a que en 2015 el viejo Le Pen, el fundador, fuera expulsado del partido por negar el Holocausto judío en unas manifestaciones públicas.
FN: más de cuarenta años a la espera
Este domingo 7 de mayo, con el 21,3% de los votos obtenido en la primera vuelta, afronta el FN su segunda oportunidad de alcanzar la presidencia. Para ello, Marine Le Pen ha limado pacientemente sus propuestas. Más en la forma que en el fondo, claro, favorecida por el hecho de que la dialéctica derechas/izquierdas ya no basta para comprender la realidad política. El antagonismo de otros tiempos ha cedido y permite escaquear propósitos radicales sin renunciar a ellos, es decir, sumirlos en la ambigüedad que se aprecia, por ejemplo, en la “dulcificación” de la xenofobia o en la reivindicación del abandono del euro y la vuelta al franco. Esto último toca directamente, por simbólico que pueda parecer, la fibra añorante de un pasado mejor y más seguro bien pegadito a la “grandeur”, que difumina las incertidumbres del futuro. Que no aclarara Marine cómo sería ese regreso al pasado permitió a Macron desenfundar su sarcasmo y señalar que Le Pen pretende utilizar el franco durante el día y el euro al llegar la noche; o al revés, según y cómo sea el toletazo, diría un isleño.
Dicen que los franceses son más de revoluciones que de reformas. Esta propensión a armar la rebambaramba y no contentarse con las medias tintas debe ser la clave de esa capacidad de generar convulsiones que anuncian, preludian incluso, cambios de época no parándose en barras para guillotinar al rey como recurso promocional del método sin demasiados discursos. Desde luego no son pocos los hechos ocurridos en Francia que marcaron el paso al continente europeo y al conjunto del mundo occidental. Un viejo profesor coñón se preguntaba que rayos contendría las aguas en Francia. Dejando fuera la de Vichy, que cogió por otros cauces. Si con esa idea nos fijamos en la cronología del FN, tomando como referencia de partida el final de la guerra mundial, en 1945, igual damos con algo de utilidad; aunque sea a efectos mnemotécnicos.
Para empezar, el FN se fundó en 1972, a los 27 años de acabada la segunda guerra mundial. Creo haber indicado que en 1983, 38 años después, se aprecia ya cierto despegue electoral; el que en 2002, a 57 años del fin de la contienda y a 30 de la fundación del partido, lleva a Jean-Marie a enfrentarse a Chirac. Por último, en 2017, a los 77 años de la derrota del Eje, la ultraderecha lepenista disputa, por segunda vez, la presidencia francesa. Seguramente Marine saldrá derrotada pero no hay duda acerca de la normalización, por no decir legitimación, de un partido más del ideario fascista de Vichy que de la V República de De Gaulle.
No creo que con más de tres cuartos de siglo de por medio queden muchos combatientes y víctimas civiles de aquella segunda guerra mundial con memoria activa. Y llama la atención que llamen a cerrar filas con la UE y sus instituciones a quienes han despreciado siempre a la UE como la “Europa de los mercaderes”, como un club de ricos para defender sus intereses frente a la mayoría de los europeos que carecen de canales de representación y participación democrática ante decisiones trascendentales para sus vidas. Nada puede reprochárseles a quienes así piensan porque, en verdad, la UE es eso pero también otras cosas dignas de estimación. Aunque los cantos a los valores europeos de democracia y libertad ya empalagan y empiezan a sonar a chiste si consideramos, junto a los déficits democráticos internos, el papelón de la UE con los refugiados, la impotencia ante la conversión del Mediterráneo en un cementerio, la “comprensión” con el Gobierno húngaro o con el autócrata turco Erdogan. Hay una buena distancia entre el rigor con que se rechazó a la España de Franco, a la que impidieron adherirse al Tratado de Roma y las prisas de hoy por ampliar la UE aceptando a países que estuvieron sometidos a la URSS que, como era de esperar, no acaban de asimilar su pertenencia a un conjunto supranacional. Y paro de contar las amenazas internas y externas y el extravío de la perspectiva de los padres fundadores de la CECA y del Mercado Común; la imposición de la miopía neoliberal, si miopía es participar de la avaricia de los grupos a los que apunta el oportunismo de Le Pen, el de sus iguales del resto de Europa y hasta el del mismísimo Trump que dice estar ahí para devolver el poder al pueblo y pararle los pies al gran capital. Debe ser grande el estrépito de huesos chocando en los cementerios de ilustres estadounidenses.
La Europa de los “multicines”
Ya han señalado algunos que el fantasma del “Frexit” no es una broma y lleva camino de convertir a Europa en un multicines lleno de avisos luminosos señalando la “exit” y en el que triunfo de Le Pen acabaría con la remota posibilidad de restablecer el eje franco-alemán al no quedar UE que vertebrar ni luces que encender porque todos han salido.
No es preciso insistir en que la dicotomía derecha/izquierda no basta ya para explicar la realidad al completo. Resulta insuficiente ante la complejidad de los fenómenos. Podemos imaginar, pues todos conocemos algún ejemplar, a sujetos de izquierdas o de derechas, extremadamente críticos siempre con la UE que se muestran ahora dispuestos a defenderla frente a quienes quieren volver al mundo de los particularismos nacionales exacerbados por la xenofobia, el racismo y otras lacras que Europa no ha erradicado. Esto no quiere decir que no estar de acuerdo con la UE permita sentar directamente a los contestatarios en el banquillo. Tampoco que quepa descuidarse porque las lacras señaladas aparecen cómodamente instaladas en el universo de los sentimientos, a la espera de condiciones que les permitan sacar la cabeza: lo que tratan los nacionalismos de ultraderecha, justo los más predispuestos a avenirse con los grupos económicos dominantes que, según las circunstancias (“del mercado”, diría en plan perverso), les harán o no fós.
El desenlace francés
Todo esto y mucho más figura en el proceso electoral galo. Los sondeos conocidos difieren algo en sus números, pero coinciden en que será Macron el próximo presidente de Francia. Visto que las ovejas van menos cada vez con sus parejas, las muy adúlteras, ofrece especial interés la situación ahora mismo en Francia Insumisa. Su candidato, el izquierdista Jean-Luc Mélechon, no pasó a la segunda vuelta por lo que su coalición, plataforma electoral o como se diga eso en francés, ha de pronunciarse por uno de los dos finalistas y recomendarle a sus simpatizantes que le voten.
Sin embargo, Mélenchon no se ha pronunciado a favor de ninguno de los dos. No ha hecho recomendación alguna sino que se limitó a anunciar que no votará a Marine Le Pen, lo que es una forma de recomendar sin decirlo el voto a Macron sin descalificar el hacerlo en blanco o abstenerse. Esta postura le ha valido fuertes críticas y ha disgustado al Partido Comunista, uno de sus apoyos, al que Pierre Laurent, su secretario general ha llamado explícitamente a votar a Macron para impedir a Le Pen acceder al poder. Una opción clásica, diría que propia del eurocomunismo.
Mélenchon parece, pues, lo bastante seguro del triunfo de Macron, o del fracaso de Le Pen, que tanto monta, como para centrar su atención en las legislativas del 11 y 18 de junio, dentro de poco más de un mes. De ellas saldrán los 577 diputados de la Asamblea Nacional y su objetivo es mantener la distancia del Partido Socialista al que tampoco le va bien al otro lado de los Pirineos, donde está en el piso, sin que los de la banda de acá saquen las debidas conclusiones.
Limitarse a decir que no votará a Le Pen indica, pues, el propósito de Mélenchon de evitar un pronunciamiento que nada influiría en el resultado y que podría crearle problemas en los comicios del mes que entra. No quiere correr riesgos. Según las cuentas de Francia Insumisa, dos tercios de los suyos se abstendrán o votarán en blanco y sólo un 35% votará a Macron. En este sondeo partidista no se tuvo en cuenta a Le Pen, lo que no sé si influirá de algún modo en el resultado del sondeo limitado a los “insumisos”. Un sondeo menos limitado, conocido a principios de esta semana, indica que el 52% de los votantes de Meléchon en la primera vuelta lo harán por Macron en la segunda; un 31% se abstendrá o votará en blanco y un 17% se inclinará por Le Pen: estos serán, seguramente, los convencidos del sincero “obrerismo” de la candidata que recuerda el ideario de la Falange española que proponía la nacionalización de la Banca. Nada menos. Más o menos como lo de Trump devolviendo el poder al pueblo.
En definitiva: unas elecciones cruciales para la UE, con el “Frexit” revoloteando. Según el Instituto Elcano, la UE puede aguantar un “Brexit” pero no un “Frexit” y ni siquiera la simple salida de Francia del euro. La cosa pinta mal, no tanto por los resultados electorales, salvo que Le Pen dé el susto, sino porque no parecen muy claras las posibilidades de que se reponga el eje franco-alemán ni que éste sirva de mucho tal y como anda el patio. Si algo queda claro, no obstante, es que la UE cambia o se va a hacer gárgaras muy pronto. Sería el precio de su despiadada orientación neoliberal hoy difícil de rectificar en un mundo cambiante en que la tecnología tiende a sustituir al ser humano por los robot cerrando el viaje de regreso a las condiciones, las sociolaborales entre ellas, que se quedaron en el siglo XX para no volver.
Holanda, Alemania, Chequia, Reino Unido
El triunfo de Mark Rutte, cabeza liberal-socialista sobre el ultra Geert Wilders en marzo dio un respiro a los europeístas, que no ganan para sustos. Wilders había prometido celebrar un referéndum para que los holandeses se pronunciaran sobre el “Nexit”, otro de los tantos “exits” aludidos. El acompañamiento, el habitual anti europeísmo adobado de xenofobia feroz, de oposición a la inmigración y tal rechazo al islamismo que el día menos pensado piden prestado a España el Santiago Matamoros para que saque de nuevo su espada y su cuchilla.
Alemania, por su parte, celebrará elecciones federales en la última semana de septiembre, el día 24. El gran enfrentamiento será el de Angela Merkel, que aspira a un cuarto mandato y el socialdemócrata Martin Schultz al que se le otorga esa condición por automatismos que no siempre responden a la realidad ya que el verdadero partido rival de Merkel, criado pudiera decirse que a sus pechos, es el que aparece en tercer lugar: la AfD (Alternativa para Alemania), formación populista donde las haya que propone una serie de prohibiciones que colocan en su punto de mira a una comunidad religiosa; el Islam, por supuesto. Es la primera vez que esto ocurre desde los días del III Reich. Se observa que no precisamente a lo tonto la AfD gana fuerza pues no es infrecuente la opinión de quienes tildan de falsa la amenaza de que vienen los nazis para añadir que no, que “lo que viene son gente que necesita hacer el trabajo que a Merkel se le ha ido de las manos. Luego, si deciden empezar con el nazismo, se les deja de votar y punto”. Consolador. Más o menos lo que ocurrió con Hitler que gracias a los votos evitó esa segunda guerra mundial inventada por Hollywood y tan falsa como el Holocausto. Es lo que se llama jugar con fuego.
También Chequia, la República Checa, elegirá este año, a mediados de octubre, a su primer ministro y 200 diputados. El principal candidato para encabezar el Gobierno es Andrej Babis, ministro de finanzas y que se define de centro-derecha.
En cuanto a las inmediatas elecciones de junio en el Reino Unido, se advierte cómo se está tejiendo una red de desencuentros desde el momento en que la UE comienza a dar trazas de que no transigirá ante los británicos. Theresa May debe haber comprendido ya que no se lo van a poner fácil, que no saldrá sin daño del trance. Hay quienes recuerdan ahora a De Gaulle que siempre se opuso a la entrada del Reino Unido en la hoy UE. Su tozudez se debía a que no se fiaba de los británicos a los que consideraba una extensión del brazo USA en el Viejo Continente. Una especie de caballo de Troya. Que algo de eso había se advierte en el papel de Londres y de la City y su hilo directo con Wall Street. A Washington los británicos les facilitaban su relación con la UE e imagino que la relación sería lo bastante intensa como para reforzar el influjo del conjunto de Occidente en el mundo. Esto daba a los británicos un lugar de privilegio que, seguramente, se llevará por delante el “Brexit”: Bruselas no parece dispuesta a permitir al Reino Unido seguir con ese papel fuera de la UE y no se concibe que Washington renuncie a buscar otra vía de información, otra forma de comunicarse y entenderse con la UE y relegar a los británicos. Mientras, Theresa May trata de consolidar su posición en la jefatura del Gobierno y armarse de la más completa legitimidad en las urnas para negociar las condiciones del “Brexit”. Y ya veremos qué ocurre con Gibraltar.
2017 tiene todos los puntos para convertirse en año crucial. Aunque los indicios de decadencia europea se advierte por todas partes. En lo que nos toca, es para hacerse cruces que Rajoy sea ahora visto por sus colegas como un estadista que ha conseguido, a pesar de los pesares, mantenerse en el machito. Unos capullos, oye.