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El clarinetazo de Podemos

Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón en un acto de Podemos.

José A. Alemán

Las Palmas de Gran Canaria —

“Esa persona por la que usted se interesa”, “esas pocas cosas que han ocurrido”, “todo es falso, menos alguna cosa” (en referencia a los papeles de Bárcenas) son algunos de los recursos de Mariano Rajoy para trasladarnos la impresión de que el PP, el Gobierno y sobre todo él mismo nada tienen que ver con la corrupción; es una forma de despejar a córner a la que no negaré su coherencia con la política pepera de “externalizar” (vulgo, privatizar) responsabilidades. Sin embargo, tiene uno la impresión de que la Justicia se va imponiendo a las conveniencias políticas de pasar de puntillas y no hacer sangre. Es fuerte la sensación de que la redada “púnica” ha cogido mal sentado al Gobierno.

Que el juez Eloy Velasco, que puso en marcha la operación, ordenara a la Comunidad de Madrid la entrega de decenas de contratos sospechosos denota que su señoría sabe que, en materia de corrupción, el que menos corre tira al de adelante. Se trata de contratos que ilustran la gestión de Francisco Granados entre 2004 y 2009, de los que algunos alcanzan los 100 millones de euros. Se comprende, pues, la rápida y atribulada comparecencia de Esperanza Aguirre para pedir perdón por haber elevado, sostenido y defendido a quien fuera su hombre de confianza. Aunque no aclaró qué le duele más, si que le saliera ranón más que rana o no oír a tiempo el zarpetazo de su zambullida en los dineros públicos. Lo que no ha pasado desapercibido es que el “madrugón” de Aguirre desvela su intención de volver al primer plano. Menos imaginativo que Aguirre fue, en la parte que nos toca, el ínclito Soria que se declaró el “primer indignado”, nada menos, con tanta corrupción; la de los demás claro. Primacía que, por cierto, reclama también para sí José Miguel Bravo.

La comparecencia de Esperanza Aguirre contenía también, no sé si sobre todo, el recado a Mariano Rajoy que lo obligó a bajarse del plasma para acudir al Senado a pedir perdón sin anestesia y presionado tanto por la oposición como por su propio partido. Está visto que el rey Juan Carlos creó escuela, aunque Rajoy no llegó al punto de prometer que no volverá a ocurrir porque no está en condiciones de asegurar que no le crecerán los enanos del circo que se ha montado.

Los 'perdones' de Rajoy

Es la segunda vez que Rajoy pide perdón. La primera fue a cuenta de los “papeles de Bárcenas”, en agosto de 2013, y habrá que esperar una más a ver si es verdad que a la tercera va la vencida. Más modesto que Soria, dijo que entiende y comparte plenamente la indignación de los ciudadanos; aunque se vio que quienes realmente lo cabrean son los socialistas. Porque lo que “llenó” la sesión del Senado fueron los consabidos “y tú más” al estilo de los debates televisivos. Rajoy se agarró a los EREs andaluces y a la investigación por el Supremo de las gestiones de Manuel Chaves y José Griñán; como si las presuntas granujadas de unos justificaran las no menos presuntas de los otros. Olvidó el presidente que Chaves y Griñán no están imputados; como olvidó Pedro Sánchez, ahora en el Congreso, adonde también acudió el presidente, que aunque no pueda relacionársele con las trapisondas socialistas, ha de asumir la historia de su partido. Pero lo que interesa del penoso rifirrafe es la insistencia de Rajoy en que la solución es un gran pacto contra la corrupción que, a mi entender, no tiene demasiado sentido pues en el fondo y en la forma equivaldría al compromiso solemne de no delinquir más; o de reforzar los controles para impedirlo. O sea, comprometerse a hacer algo que va incluido en el sueldo; por definición, pudiera decirse. Quiero decir que mejor empiezan por cumplir y hacer cumplir las leyes y atenerse a los procedimientos reglados de gestión de lo público.

Los socialistas no están por suscribir ese pacto, ya digo. Pero mucho me temo que más que nada le mueve el gusto de negarse a darle al Gobierno un respirito, ahora que está cogido por el bebe. Electoralismo puro y duro. Rajoy, por su parte, replicó que si el PSOE no acepta el pacto, aprobará en solitario las medidas que estime necesarias haciendo uso de su mayoría zumosol. Advertencia sorprendente en quien se ha valido reiteradamente de esa mayoría parlamentaria para cambiarnos la vida a peor a golpe de decretos leyes, sin consensos ni boberías. La pregunta es obligada: ¿cuál es la razón de que no lo haya hecho ya en los casi dos años que espera en el Congreso cierto paquete de medidas anticorrupción? Una pregunta retórica porque es evidente que hubieran salido adelante sin mezcla de socialista alguno de darle la gana; pero no le dio.

Está el Gobierno desbordado no tanto por la corrupción como por las leyes cuasi físicas que impulsan a las instancias jurídicas y policiales a levantar alfombras y mirar detrás de las cortinas. Cuando Rajoy habla de “situación creada” no se refiere a la corrupción en sí sino al desenmascaramiento de sus tramas ya demasiado cercanas al Poder político para que pueda alegar inocencia.

Corrupción tolerada y anticipo electoral

Choca un poco, no mucho como se verá, que no sea un clamor la exigencia de elecciones anticipadas en las actuales circunstancias. El otro día lo comentó Paulino Rivero y le salieron a la contra los peperos isleños. A mí nunca me ha gustado Rivero pero no por eso voy a negar que la impotencia del Gobierno ante la corrupción, que llega a parecer complicidad con según qué corruptos, debería hacer que al menos se considerara la posibilidad que indica Rivero. Hay motivos de sobra para hacerlo con los que pueden, de momento, las aprensiones por el miedo ante el cambio de la percepción en el electorado de determinados asuntos; como la misma corrupción.

Que siempre ha habido corrupción es un hecho cierto en el que se insiste como constante histórica inevitable; sobre todo desde la derecha. Tan es así que no faltan quienes no se plantean acabar con ella, por considerarlo imposible, sino fijar el grado de corrupción soportable antes de que comience a minar el sistema democrático. Que España haya llegado o no a ese punto crítico es materia opinable y Paulino Rivero ha sido de los primeros en considerar la conveniencia del adelanto electoral. Los improperios de los dirigentes del PP canario no se hicieron esperar, siempre dentro de las coordenadas de su propia mediocridad. Nunca he sido entusiasta de Rivero, pero eso no me impide aceptar lo que pueda decir de razonable, como es el caso.

En España, bien lo sabemos, no ha tenido nunca la corrupción incidencia en los resultados electorales. En algunos lugares el electorado incluso la ha premiado votando una y otra vez a personajes manifiestamente corruptos; de los que algunos han llegado a proclamar que con sus votos el pueblo los había absuelto. Desvergüenza corroborada por los partidos que los incluían en sus listas.

Sin embargo, no todo el monte es orégano y hay ahora mismo un rechazo indignado y clamoroso a la corrupción. Algo hasta ahora inédito en España y que me atrevería a atribuir a un efecto rebote. Primero fue la crisis y el empeño del Gobierno en echarla encima de las clases medias y populares, de acuerdo con las más rancias tradiciones del país siempre en manos de la oligarquía. Gentes que se creían, por fin, a salvo de la pobreza volvió a ella y ya ocurre que ni trabajando se sale de ella. Los desahucios, las estafas a los preferentistas, las embestidas contra la Educación, la Sanidad o la investigación científica, el mundo de la cultura, etcétera, acabaron por generar movilizaciones sociales que confluyeron en las “acampadas” multitudinarias del 15-M, sin otra respuesta gubernativa que endurecer la ley de Seguridad Ciudadana. Por si acaso. Mientras, de forma significativa, aumentaba el número de millonarios españoles según cómputo de la Banca suiza. A todo eso se unieron los casos de corrupción, los que venían de atrás y los que se han ido destapando. Siempre con el constante martilleo de que vivíamos por encima de nuestras posibilidades, lo que, por lo visto, legitimaba el intento de dejarnos sin posibilidades de vivir. Debe confiar el Gobierno en revertir el efecto rebote si consigue convencer a la gente de que la recuperación está ahí para asombro el mundo. Muerto el perro de la crisis se acabará la rabia; siempre que el perro muera, claro.

El 15-M revolvió muchas voluntades, pero la notoriedad que alcanzó se fue diluyendo. La negativa a dotarse de una mínima organización, la alergia a que alguien asumiera el liderazgo y el empeño de funcionar a base de un asamblearismo puro y duro hizo pensar que sería si no flor de un día, sí cosa de pocas semanas. El Poder no se alarmó ni advirtió que aquella movida podía dar lugar a lo que ha resultado ser Podemos. Se pensó, al principio, que también Podemos se diluiría sin advertir que, además de asumirlas, daba a las reivindicaciones del 15-M formulaciones programáticas, las convertía en propuestas de gobierno y eso ya es otra cosa. No se tomaron en serio a Podemos hasta que dio la campanada de las elecciones europeas y se situó en las encuestas como fuerza política a tener muy en cuenta.

Entonces comenzaron a acusar a Podemos de populistas, de chavistas vendidos al oro venezolano, que ya el de Moscú no se lleva, de marxistas-leninistas añorantes del viejo comunismo, de pro etarras y qué sé yo. Cuando Podemos procedió a organizarse, las acusaciones pasaron a ser de su incorporación a la “casta”, de que venían a ser más de lo mismo, sin cesar de tildar a la formación de antisistema y dar por descontado que su objetivo es acabar con la democracia para imponer una dictadura. Entre las cosas que se le echan en cara figura el “disparate” de oponerse a que España pague sus deudas. Podemos se refería, claro, a las abusivas, que es lo que mutatis mutandi, ha advertido Cameron a la UE en el caso del Reino Unido sin que nadie lo acuse de nada. Es curioso, por otro lado, que muchos de los que denuncian la falta la ausencia de democracia interna en los partidos vean en los debates internos pero abiertos de Podemos divergencias tan radicales que anuncian, satisfechos, el hundimiento del proyecto.

Es lo que hay de momento. No trato de defender a Podemos, pero si estamos convencidos de que los partidos al uso ya no nos sirven, habrá que estar atentos a quienes traten de buscar otras formas que no se cierren a la participación ciudadana en la política, que es una de las propuestas principales del nuevo partido. Para mí, quienes más han acertado con Podemos son quienes señalan que el secreto de su éxito radica en que expresa lo que piensa muchísima gente; y en que procura darle forma como programa político y organizarse para poderlo llevar a cabo ocupando parcelas de poder.

Esa forma de entender el fenómeno la he leído tanto en quienes se sienten alarmados y tratan de advertir del peligro a los partidos convencionales para que le paren las patas, como en los ilusionados porque consideran que Podemos abre perspectivas que deben explorarse.

Los “autores” de la invención son gentes adscritas a departamentos universitarios relacionados con las ciencias políticas; disponen, pues, de un armazón intelectual en la materia que les da clara ventaja sobre otras formaciones en las que predominan juristas, economistas, en general gentes formadas en sus propias bases que han hecho de la actividad política una profesión. Hay razones suficientes para que al menos se les escuche sin prejuicios. Y me ha parecido apreciar en ellos una complacencia casi diría que irónica cuando les aplican “ismos” más propios de la guerra fría y del franquismo que los que deberían irse introduciendo en la política de cara a un futuro que ya está entre nosotros. Por poner un ejemplo, el de los que reclaman a Podemos que diga si es de derechas, de izquierdas o qué rayos es y consideran que no se pronuncie es una ambigüedad que busca engañar al electorado. Como si este no estuviera acostumbrado de sobra al engaño de los partidos convencionales.

Podemos ha tratado de explicarse aludiendo a lo que podríamos llamar su trasversalidad. La dialéctica izquierdas/derechas, que tanto juego ha dado desde los días de la Revolución Francesa, nada menos, no es suficiente para las modernas sociedades. La conveniencia de relegarla y de poner en primer plano los derechos de la ciudadanía y la aspiración a la igualdad son a mi entender, los que deberían prevalecer y relegar lo de izquierdas/derechas al libre albedrío de los individuos. Por hacer un símil, sería como la religión que practique cada cual sin enfrentarse por ello a cara de perro. Algo difícil de entender, eso también es verdad, en España donde el catolicismo trata de imponer sus principios a todos los ciudadanos con el apoyo incluso del Estado. No creo que haya diferencia alguna entre derechas e izquierdas respecto al derecho a la Educación, la Sanidad, la Vivienda, la eliminación de las desigualdades. Por seguir con los símiles, las ideologías se quedarían en el ámbito de la vida privada sin que nada le impida manifestarse públicamente y que sean las propuestas de gestión, los objetivos ciudadanos de todo tipo, los que determinen el sentido de la votación. No es fácil conseguirlo pero sí necesario intentarlo y pienso que Podemos va por ahí. En este sentido se pronunció el otro día el hispanista irlandés Ian Gibson en ‘La Provincia’. Dijo que ya estamos hartos de fachas y rojos. Se refería a la actitud del Gobierno, que le niega el pan y la sal a los descendientes de asesinados por el franquismo que desean recuperar sus restos. Pero viene a cuento de la necesidad de esa trasversalidad de la convivencia de que les hablo.

Es verdad, desde luego, que la procedencia universitaria de los animadores de Podemos conlleva el riesgo de ese academicismo que no parte de la realidad sino que se la acomoda, error en que suelen caer los economistas que nunca fallan en sus vaticinios a posteriori. Pero no está escrito en ninguna parte que no sea posible superar esa querencia.

El invento de Podemos podrá resultar o no. Ya se verá. Lo que me parece que está fuera de toda duda es que ahí está y que si se ha generado en el seno de la sociedad española es porque lo necesita. No es un invento caprichoso sino nacido de un diagnóstico que determinó un tratamiento que será o no el adecuado pero que, en cualquier caso, pone de manifiesto que esto no aguanta mucho más con la marcha que lleva. Aunque al final fracase, ya ha cumplido como un clarinetazo de aviso. Porque ya está bien.

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