Entre mediocres anda el juego
Lo del Parlamento catalán ya aburre a las ovejas. Es tremendo decir esto del proceso de desconexión que se inició con la resolución del propio Parlamento, la que el Tribunal Constitucional desactivó a instancias del Gobierno. Pero es lo que hay. Mas fracasó en su segundo intento de investidura en el que llegó a ofrecer a la CUP, que lo mantienen bloqueado, tres vicepresidencias ejecutivas. Su presidencia sería, prometió, provisional, de diez meses de duración con el compromiso de que, transcurrido ese plazo, sometería a votación su permanencia o el abandono de la presidencia. Pero ni por esas.
Es una situación rara la catalana. Mas y sus socios, como saben, no consiguieron votos suficientes y tuvieron que pactar con la CUP, que si bien accedió a votar presidenta del Parlamento a Carme Forcadell, se cerró en banda negándose, ya en dos ocasiones, a que Artur Mas vuelva a presidir la Generalitat; a pesar de las ofertas del honorable provisional con todo el sabor de un intento de comprar voluntades lo que, la verdad, no es de esas cosas ahora mismo bien vistas en la política catalana marcada por el escándalo del clan Pujol que afecta a Mas le guste o no. Es difícil de creer que nada sabía de los manejos de su padrino. Mas se ha convertido en un personaje lamentable y puede entenderse que luche por conseguir la presidencia a que aspira pero no a cualquier precio. Es patético verle ahora esforzarse en convencer a la CUP que es, al fin y al cabo, su aliada parlamentaria para que lo voten. No lo ha conseguido en dos ocasiones y ahora comienza ya a correr el plazo, que se cierra el 10 de enero, para que Mas pacte con la CUP o Mas se quite de en medio. Si no ocurre una cosa ni la otra, habrá nuevas elecciones a celebrar, seguramente, en marzo. El caso es que sin presidente ni Gobierno no es posible ejecutar la resolución parlamentaria del otro día, la que ha parado en seco de momento el Tribunal Constitucional; al que, siguen asegurando los independentistas que no obedecerán, cosa que les ha valido no pocas críticas. Y no por el hecho de la insensatez de bloquear la formación de Gobierno en claro perjuicio de los ciudadanos sino por el absurdo de reprocharle a unos independentistas declarados que acaten las leyes del Estado del que quieren irse.
Difícil compostura
Difícil composturaNadie se atreve a predecir, a imaginar siquiera, cómo acabará este asunto. No parece que los independentistas estén por aflojar un punto, aunque todo puede suceder y no creo que Rajoy esté por ceder. Lo máximo que podría conceder es un Estatuto como Dios manda, lo que es impensable en él ya que va asimilado a una reforma constitucional que tampoco quiere. Puede permitirse Rajoy aguantar el tipo hasta que las ranas críen pelo, pues ha conseguido el respaldo del PSOE y de Ciudadanos, aunque no el del Podemos. El compromiso de los participantes en el acuerdo de no utilizar el conflicto como arma electoral favorece a Rajoy que se libra de críticas por la forma en que ha llevado un asunto de tamaña trascendencia. Rajoy dice y repite que no quiere tomar medidas más rigurosas que las adoptadas hasta ahora, pero advierte que si le obligan llegará adonde sea. La amenaza es tan evidente como la disposición de los secesionistas a resistir. Da la impresión de que está cerradas todas las vías de entendimiento. Aunque no pueda descartarse que se eche para atrás Rajoy, lo cierto es que su actitud apunta a no hacer concesiones, lo que muy bien pudo ahorrarse pues los partidarios de la secesión son contrarios a la autonomía, incluso al federalismo y consideran que ya es tarde para retomar el referéndum negado en su día. ¿Para qué ofrecerles lo que ya no quieren?
Lo miremos por donde lo miremos, el conflicto no tiene fácil salida. En los términos en que se ha planteado se puede esperar todo menos una solución definitiva. Estoy de acuerdo con Iñaki Gabilondo, que es uno de los primeros en advertir que los catalanes se estaban acercando al punto de no retorno. Es la sensación que tuve en Barcelona por los días de las elecciones de 2010, pocos meses después de la sentencia del Constitucional sobre el Estatut. Tiene razón Gabilondo: el conflicto catalán da miedo a poco que recordemos la Historia.
La oposición hace el canelo
En realidad, si nos ponemos finos salta la conclusión de que el problema radica en la mediocridad de los líderes políticos. En el caso de Rajoy y el PP se nota demasiado que su horizonte son las siguientes elecciones: para ellos lo importante es mantenerse en el machito. La derecha española no soporta verse desplazada del poder y todos sus objetivos se reducen a recuperarlo cuanto antes para satisfacción de su clientela, dicho sea en los términos más mercantiles y estraperleados posibles. No han vacilado los peperos en hacer circular toda clase de infundios. Como sería muy cansado registrarlos aquí les recordaré el de José Manuel Soria que se trajo de allá la especie de que Zapatero estaba quitando dinero a los parados para dárselo a los catalanes. Solo se me ocurre reproducir el comentario sarcástico de quien dijo que por lo menos se sabía adonde había ido a parar el dinero.
Pedro Sánchez se ha alineado con el Gobierno; en aras de la unidad de España. Sin plantearse la responsabilidad de Rajoy en la situación de ruptura a que se ha llegado. Sánchez se muestra acrítico con Rajoy, como si se hubiera olvidado de sus propuestas, al hacerse cargo del PSOE, de reforma constitucional en dirección federal que hoy se ve como la única salida al conflicto a medio o largo plazo pues el entendimiento y la confianza entre España y Cataluña no se recuperará de ahora para después. Si España no reconoce a Cataluña como nación, muchos catalanistas caen en el mismo exceso a la contra: el de considerar que España no es una nación sino un Estado depredador que se ha impuesto a los demás reinos ibéricos. Una visión a la que se oponen quienes la consideramos un Estado plurinacional con una clara estructura federal que prefiguró históricamente la que debería ser su forma de Estado. La que nunca ha interesado a las élites económicas y políticas residenciadas en Madrid con agentes subordinados y testaferros en las demás comunidades. Vamos mal como sigamos creyendo que no es el dinero el determinante de la labor de los gobiernos.
Pero estaba con Pedro Sánchez. No es el primer socialista que habla de reforma constitucional y hasta de darle una orientación federalista, como indiqué. Sin duda, por ahí pasa la solución a la cuestión de la integración territorial española, el único de los cuatro grandes problemas por solucionar con que España inició el siglo XX. Con la que hay armada en Cataluña, no son pocos los que participan de esa idea. Pero varias cosas han cambiado. Hace años, los federalistas catalanes lamentaban que no los hubiera en número suficiente en el resto de España. Hoy habría que preguntarse dónde están aquellos federalistas y no sabría decirles de la dimensión de su frustración. La sentencia del Tribunal Constitucional de mayo de 2010 ya citada sobre el Estatut los hirió gravemente y los tres o cuatro que conozco y tomo de referencia no reniegan de su identidad federal que practican más o menos en familia, como Aznar habla catalán en privado. Hoy han engrosado las listas de los abstencionistas o sencillamente votan por las opciones independentistas. Todos se quejan de cómo esta cuestión ha creado enemistades y alejamientos familiares y están hartos. Como comprenderán se trata de observaciones personales, sin valor estadístico, pero creo que son casos que reflejan una realidad que no puede ni debe ignorarse.
Y vuelvo de nuevo con Pedro Sánchez. Como ya indiqué propone una reforma constitucional de corte federal. No es el único pero sí es cierto que estaba el PSOE tardando: un partido que se dice federal resulta no menos centralista, cosa que se podía entender en los primeros momentos de la democracia, cuando había que consolidar el sistema de partidos, pero no hoy. Quiero decir que es el PSOE el que ha fallado desde que se estableció la democracia al no generar una cierta pedagogía federal que borre de la cabeza de tantos la idea, inducida por la derecha financiera, de que federalismo equivale a caos, inestabilidad y dispendios dinerarios en aras del “maldito” Estado de Bienestar; dicho sea a la pata llana para ahorrarme contarles lo que ustedes ya saben. De nada sirve alegar ante la opinión pública española que el día a día de los Estados federales demuestra lo contrario.
Sánchez ha desaprovechado la oportunidad de hacer pedagogía federal y deja la sensación que sus propuestas en ese sentido las hace con la boca chica. Y que si llega a La Moncloa no tardará en visitarlo el tío Paco con las rebajas. Padece la obsesión socialista por aparecer como un partido serio, responsable y con visión de Estado y no ha encontrado otro modo de demostrarlo que ponerse a la entera disposición de la forma de hacer política de Rajoy, es decir, al servicio de sus intereses electorales y lo que haya detrás. Por lo que llevo visto, he llegado a la conclusión de que con todas sus cosas, el liderazgo de Zapatero era superior al que hoy ejerce Sánchez.
El patético Artur Mas
Artur Mas tiene el dudoso honor de haber lanzado pendiente abajo a la Generalitat. No entraré en lo que puede haberle ocurrido cuando hace apenas cinco años despotricaba del independentismo propiciador de frustraciones. Ante la falta de explicaciones de su evolución política, no sorprende la sospecha de que todo lo hace para salvarle la cabeza a su padrino, el ex honorable Jordi Pujol. Yo no creo que sea tan sencilla la explicación. Al fin y al cabo no ha tenido Pujol que esperar a la República catalana porque ya él y su familia gozan de un trato privilegiado y andan por la vida sin medidas cautelares, lejos de la prisión, viajando fuera de España cuando les cuadra. No es necesario recordar el peso de Pujol en la política española bajo las presidencias de Adolfo Suárez, Felipe González y Aznar para no descartar la posibilidad de que ese trato al ex honorable, que sorprende incluso a destacados juristas, responda a cuanto conviene su silencio. Conviene tener en cuenta que en su famosa comparecencia parlamentaria advirtió que como se le ocurriera zarandear algunos arbolitos se iban a enterar.
Yo creo que Artur Mas ha obedecido a otras razones relacionadas con el cambio social que ha restado protagonismo a la burguesía catalana tradicional y a las clases medias, sus aliadas. Estas fueron siempre quienes cortaron el bacalao de las relaciones con el Gobierno central practicando el juego de ponerse flamencos para obtener concesiones de Madrid. Estaban entre iguales y no era difícil llegar a acuerdos. Pero todo ha cambiado y Mas no parece haber comprendido que hoy los “protocolos” deben ser distintos. El carácter financiero de la economía mundial ha rebajado el papel de la burguesía industrial y las clases medias que le sirvieron siempre de apoyo, como ocurre en todo el país, llevan camino de desaparecer proletarizadas. Al propio tiempo, Cataluña ha sido durante décadas foco de atracción para inmigrantes de las demás comunidades que han introducido nuevos factores en la correlación de fuerzas. Uno de ellos es que los problemas sociales no discriminan entre catalanes y no catalanes y puede muy bien un inmigrante no catalanista estar con quienes promueven la independencia, convencido de que esa es la única vía que le queda para superar sus problemas. Quiero decir que el crecimiento independentista no ha sido solo consecuencia del fiasco del Estatut sino también de la aparición de nuevos protagonistas que han modificado la interlocución de Cataluña y Madrid. Creo que la actitud de la CUP negándose a votar la investidura de Mas refleja tanto ese cambio social como las actitudes de los nuevos protagonistas políticos que desconciertan a quienes como Mas siguen en los viejos registros. Que son los mismos, en sentido contrario los de la derecha ultramontana que de tanto obligar a la unidad, a su concepto de unidad, corren peligro de despertarse un día sin Estado español en que mirarse.
El resultado es que nada ha terminado, que habrá que esperar hasta el 10 de enero para ver si conseguir Mas convencer a la CUP para que lo haga presidente. O sea, que continuará.