Elección de reinas y demás

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Se acercan los carnavales y con ellos la primavera, y como ocurre siempre llegadas estas fechas comienzan a prepararse eventos y jornadas dedicadas a determinadas cuestiones. He sido seleccionada para acudir a la elección de una reina o señorita de belleza. No creo que acepte ni creo que se celebre dadas las circunstancias (pandemias virulentas, elecciones autonómicas problemáticas, etc.), pero, aun así, se me han acumulado los interrogantes dadas las características de tal acontecimiento y los pasos a seguir según anuncian los organizadores. El mérito ya no es tener unas medidas y unos rasgos lo más cerca posible de lo establecido por los cánones al uso. Ahora resulta que ante el rechazo de los movimientos feministas las instituciones que promueven estos actos, en un ejercicio de hipocresía delirante, deciden hacer modificaciones en el evento y, ¡oh, maravillosa inteligencia la humana! acuerdan eliminar el bañador de los desfiles. Las tiernas doncellas que aspiran a tan alta estima ya no podrán pasear sus hermosas caderas enfundadas en un bañador despampanante y yo, siempre dispuesta a recibir cambios oportunos en el sentido de feminizar la sociedad, me pregunto qué van a hacer los miembros del jurado si ya no se pueden valorar el balanceo de nalgas y caderas, el movimiento pendular de sus cabellos, el acompasado ritmo de sus hombros y el cabalgar armonioso de sus piernas; si ya no se pueden evaluar sus medidas, sus encantadoras sonrisas y sus melancólicas maneras porque los organizadores ahora lo que piden son otros valores de mayor consistencia tales como inteligencia emocional, empatía social, y comprensión altruista de todo el ecosistema, ¿qué hacemos cuando seamos jurado? ¿Cambiamos los bañadores por exámenes de inteligencia, por títulos académicos o por test de rapidez mental? ¿Existen pruebas especializadas para valorar la belleza interior asociada a la inteligencia? ¿Existen parámetros comparativos entre cuerpo y alma?

Pero no acaba ahí el asunto, no, porque ahora la pregunta se abre en un abanico de posibilidades: ¿Hay cuerpos distintos, variables de cuerpos o son las almas las que presentan esas variables y, si hablamos de mujeres, ¿son todas las que lo parecen o hay más categorías dentro de esa denominación? Siguen las incógnitas. En estos momentos, en un alarde supremo de modernidad y para estar acorde con los tiempos que corren, hay ayuntamientos que permiten que se presenten también los hombres que lo deseen. ¿Se presentan como hombres? ¿Son hombres que se sienten mujeres y se presentan como mujeres en cuyo caso no son hombres que se presentan sino mujeres que van revestidas de hombres o que van metidas involuntariamente en un cuerpo que les es ajeno y por lo tanto deben ser consideradas lo que quieren ser no lo que aparentan ser? Si lo que valoramos es el cuerpo ¿de qué cuerpo estamos hablando? Y si es el espíritu ¿dónde está la vara de medir, en qué hemisferio del cerebro debemos poner la medida? En resumen, un lío. Créanme. No me gustaría verme metida en un berenjenal de tal calibre.

La madeja de lo real y lo posible se enreda cada día un poco más. El problema ya no es que salgan o no en bañador, que sean tontas o listas, que tengan un master en ciencias químicas o que no sepan hacer la o con un canuto, lo cual siempre es fácil de valorar; lo difícil será distinguir la belleza de unas y otras en razón de su género. ¿Puede una belleza masculina reconvertida en femenina ser modelo de belleza femenina si es que el concurso va de eso? ¿Ser mujer y tener una belleza medible tanto interior como exterior es posible si en el concurso hay, además, un nuevo género que debe ser calificado como belleza de mujer cuando no lo es, aunque queramos que lo sea? ¿Podemos alcanzar la objetividad suficiente para valorar en los concursos de belleza este nuevo elemento de transformación? ¿Hay jurados capacitados para entender esta nueva posibilidad, este nuevo cambio en los cánones? ¿El que yo pueda opinar sobre belleza femenina o masculina me da derecho a opinar sobre otras formas nuevas de belleza aún por cualificar? No quisiera valorar quién merece más o menos el título, porque ahora en algunos concursos la cosa se pone rara. Rara y difícil. Porque aparte de lo ya señalado que nos obliga a competir con machos de categoría, si eres una real hembra no puedes salir en ningún sitio enseñando tu cuerpo gentil porque te descalifican; no puedes ser madre ni dar de mamar en público por aquello de la deshonestidad o porque nadie debe verte las tetas antes de las citadas elecciones; no puedes ser chica bombón ni haber estado con hombres casados (¿???¿ Aquí se me acumulan los interrogantes, porque a mí, particularmente, me gustan más solteros, pero no acabo de ver la diferencia a la hora de calificar su grado de belleza).

Resumiendo: cada pueblo, cada distrito o cada nación tiene su libreta donde apuntan quién puede y quién no. Y yo me pregunto, ingenuamente, dónde está la belleza de una miss: en ser buena, lista, virgen y mártir, saber cuál es la capital del Kurdistán iraquí y ser doctora en ciencias exactas, o en tener el cuerpo perfectamente equilibrado según los cánones establecidos. No es que quiera presentarme. Eso no (aunque creo que reúno las condiciones expuestas más arriba y podría dar la nota pertinente). Es que quisiera no liarme más. Y cuando me reclamen para decidir en estos temas del cuerpo y el alma, saber quién merece ser la ganadora de semejante idiotez. Por mi parte no hay problema. Llegado el caso, yo sólo les pediría que me recitaran un poema de Sor Juana Inés de la Cruz. ¡Y a ver por dónde salen!

Elsa López

2 de febrero de 2021

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