Salvar la filosofía

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No valen los discursos ni la razón ni la dialéctica ni las argumentaciones inteligentes. No valen las idas y venidas a despachos y a organismos oficiales. No valen reuniones ni enseñar los dientes ni mostrar el corazón a pecho descubierto en asambleas multitudinarias. Todo eso ha caído en saco roto. A ellos, es decir, a los gobernantes, a los encargados de hacer organigramas y figuritas curriculares para justificar su inútil existencia en los despachos de los ministerios y consejerías de educación, no les importa que se suprima la filosofía. A ellos no les interesa que se eduque a los jóvenes en el difícil arte del pensamiento y por esa razón no les importa que desparezcan las asignaturas que cumplen esa noble función. Porque es ahí donde más les duele. Es ahí donde está el miedo de quienes nos dirigen y pretenden seguir gobernando sobre nuestras almas y haciendas.

Ellos lo tienen muy claro y no van a permitir que cuatro insurrectos del espíritu les perviertan los caminos trazados desde hace tiempo; que llevan muchos años de desgobierno y no les van ahora a matar la gallina de los huevos de oro con esa estupidez de que algunos quieren seguir explicando filosofía en las aulas. ¿En qué cabeza cabe? La filosofía es un arma peligrosa en manos del enemigo y todos somos posibles enemigos desde el momento en que no pensemos como ellos ni les sigamos la corriente. La filosofía es un arma de destrucción masiva que no les interesa a las potencias del mundo que pueda ser manipulada sin control por los humanos. La filosofía es peligrosa y ellos lo saben. No debe el hombre soñar por su cuenta o hacer críticas o análisis por su cuenta, porque eso puede convertirlos en seres libres capaces de llegar a pensar por sí mismos y a decidir también por sí mismos. Ellos temen que eso ocurra y cortan de un tajo esa posibilidad. Muerto el perro, muerta la rabia.

Pues bien. Vamos a demostrarles que estamos aún vivos. Cojamos las armas con las que aún contamos y salgamos a la calle. Hagamos la guerra. Luchemos por salvar a aquella que un día nos salvó a nosotros de caer en las garras de los enemigos del pensamiento y la libertad. Si luchamos unidos no podrán con nosotros. No nos moverán de las aulas ni podrán arrancarnos de las manos los textos siempre abiertos y dispuestos a ser lanzados contra los enemigos de la razón. Es muy fácil, se los juro. Basta con no tenerles miedo y exigir, todos a una, la necesaria pervivencia del amor a la sabiduría y al conocimiento profundo de las cosas y sus verdaderas esencias. El conocimiento nos conducirá a la necesidad de exigir esa verdad y a la libertad de elegirla. Acabaremos con ellos al no darles la razón; al exigirles coherencia y buen gobierno; al no elegirlos si nos mienten o manipulan. Salvemos la filosofía y nos salvaremos nosotros con ella y ya nadie podrá detenernos.

Así lo escribí en el 2005 y así lo reitero hoy. Parece increíble que volvamos a dar leña por lo mismo. Que las situaciones se coreen con unos gobiernos y con otros, con distintos ministerios de educación y con distintos ministros. Es como ese mal sueño que se repite una y otra vez. Algo parecido al día de la marmota en versión moderna. No hay nada que hacer. Se han propuesto crear generaciones enteras de analfabetos abocados a la idea única. A que escribamos panfletos ideológicos pronunciando bien las “as” y las “es” y dejar con el culo al aire a las descendencias venideras. Es increíble lo que da de sí una ideología pacata y enferma que confunde sexo con aprendizaje, teoría con acción militante, y pensamiento con llamarse mujeres como si ellas fueran lo único que debemos salvar de esta tormenta. Pues bien, señores del gobierno y de educación en concreto, se equivocan y se equivocan mucho. La filosofía es importante mucho más que sus discursos de feminización a tope como pensamiento universal; la filosofía enseña a distinguir entre géneros, sexos, transversalidad y todo ese repertorio de palabras que no conducen a nada si los adolescentes no comprenden, no entienden, no razonan, no piensan.

Ustedes se equivocan y mucho. Una pandilla de borregos no podría distinguir nunca una cultura de otra, una raza de otra, un pensamiento de otro, si no les enseñamos a valorar la humanidad en su plenitud; si no les mostramos lo que es un ideal, lo que es una ilusión, o lo que es un a priori. ¿Saben ustedes lo que es un a priori, señores del gobierno? Me temo que no. De la misma manera que piensan (si es que piensan) que Kant era un fascista o que San Agustín era un procesador de mentes confundidas por su relación directa con la iglesia e inversamente proporcional al estado de gracia de aquellos que piensan que la determinación del pensamiento se soluciona dando clases de sexo fluido o madres binarias. Sí. Se equivocan. Porque su estado de soberbia se ajusta a su ignorancia sobre lo que es enseñar y aprender; lo que es educar y proponer diferentes soluciones a un mismo problema para que ellos, los aprendices, puedan decidir por su cuenta en el futuro y no caigan en manos de energúmenos como Putin o Hitler o Daniel Ortega por poner sólo unos pequeños ejemplos. Aunque me temo que sus señorías van camino de eliminar también la historia para que las generaciones venideras no sepan ni siquiera quién era nuestro bien amado dictador que no me permitió durante años, en connivencia con la santa madre iglesia, leer a Hegel, Ortega y Gasset o al mismísimo señor Inmanuel Kant. ¡Qué cosas!

Elsa López. 1 de abril 2022

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