Espacio de opinión de La Palma Ahora
Una tierra digna de mejor suerte
Vivimos malos tiempos, tiempos locos, disparatados, contradictorios y absurdos. Los frágiles miembros de la política de pactos en La Palma sostienen a las instituciones, cabildo y ayuntamientos, en un precario equilibrio, cuyo bamboleo sobresalta. Y menos mal que los enfrentamientos sólo son dialécticos, en la cada vez más difícil relación entre partidos. Las luchas de poder que, en alguna medida, podrían entenderse en ámbitos más amplios, resultan grotescas en los pueblos pequeños y en una isla como la nuestra. Recuperar poder municipal. Ese fue uno de los objetivos señalados en el último Congreso de Coalición Canaria. Y ante ese desafío, los nuevos dirigentes no escatiman esfuerzos para definir estrategias y líneas de actuación. Se oyen ruidos de sables y la gente de la calle pregunta ¿a qué viene tanta beligerancia?
El escenario diseñado después de las últimas elecciones locales, con el mapa político generado mediante pactos, fue considerado por los nacionalistas como una torpeza inexcusable de sus oponentes políticos. Y aquellos acuerdos entre PP y PSOE marcan todavía las posiciones dialécticas de CC y su intención de “resituarse” en el molde político de varios ayuntamientos, aunque, con ello, genere un clima de crispación en el Cabildo de La Palma, hasta romper el grado de comprensión y entendimiento que existe en el grupo gobernante. Espero que los comentarios que se oyen sean sólo las divagaciones de un nacionalismo irritado que agita los fantasmas del desencuentro, con tal de esconder la profundidad de su desengaño político. No quiero pensar que esos deseos de ruptura sean un reflejo de rencor acumulado. Y si se trata de la búsqueda de poder, no deben olvidar que, en democracia, el poder es responsabilidad, no imposición. El verdadero poder no se compra, ni se roba, ni se gana. El verdadero poder se comparte. Recuerdo que, tras unas elecciones, le pregunté a un político amigo, si era consciente del poder que asumía. Me contestó que las urnas no le habían dado más poder, sino más trabajo.
En la situación que sufre nuestra Isla, no pueden confundirse las ideas con la acción. Ahora, lo importante es la tarea y el celo con que nos aplicamos a ella. Hasta que los políticos no vuelvan a beber, en 2015, en las fuentes del oportunismo electoral, el pueblo les ha colocado en las instituciones porque les considera capacitados para buscar y lograr el consenso; para que las diferencias no paralicen el funcionamiento del sistema democrático y termine en crisis permanente de gobernabilidad. Y ese consenso es fundamental a nivel municipal. ¿Acaso no hemos demandado una mayor descentralización del Estado y un mayor fortalecimiento de los gobiernos insulares y locales? Esa fortaleza sólo se consigue, más allá del color político, con la suma de todos.
Las cosas hay que tomarlas con calma. Estos no son momentos para perder la serenidad ni la cabeza. La gente de la calle pide sosiego y entendimiento y está en desacuerdo con las posturas radicales y minoritarias que mutilan el sentido común y, con él, los grandes principios. Sería bueno que los políticos abandonaran el clan y pisaran el asfalto, o, lo que es lo mismo, bajaran del limbo y tocaran el suelo. Que hablaran con tantas familias palmeras que recurren a Caritas para comer una vez al día y con aquellas otras, que viven de una pensión y no llegan a fin de mes. Ya va siendo hora de tener la honradez de ver las cosas como realmente son y no como interesa, políticamente, que sean. Los servidores públicos están para estudiar, coordinar, compartir y dar soluciones a las necesidades surgidas en medio de una crisis, una realidad poco común e indiscutible, que empieza a ser alarmante. Llegó el momento de tomar conciencia, de cerrar la puerta a los intereses por los que se mueven los pactos, siempre fugaces, siempre provisionales y por decisión de las urnas casi siempre condenados a morir, para luchar juntos contra la crisis. Esto es lo que esperan los ciudadanos, y no que les hablen de componendas o de posibles rupturas.
Los políticos palmeros no se pueden enrocar sólo ante la idea, a veces mezquina del poder, porque la labor que en estos momentos se espera de ellos, es mucho más que eso, más compleja, más sutil, más humana. Para alcanzar nuevos horizontes han de estar dispuestos a compartir el camino que les une y a orillar actitudes excluyentes. Es verdad que no soy nadie para hablar de esto. No soy más que un pobre espectador que vive en una isla real, pobre y oprimida, con más desempleados cada día y muchos negocios en quiebra y con situaciones sectoriales que desbordan la humana comprensión. Tal vez me he erigido, sin que me votaran para ello, en portavoz de “los nadies”. Como señala Eduardo Galeano: “los hijos de nadie, los dueños de nada. Los que, al parecer, no son seres humanos, sino recursos humanos, que no tienen nombre, sino número”. Y mientras ellos mueren en vida, jodidos, rejodidos, los políticos magnifican sus fricciones, sin hallar un bálsamo para su gran tragedia: la pérdida de poder. Saben lo que les digo: “Esta es una tierra digna de mejor suerte”.
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