“No avanzaremos hasta que no seamos educados en la fraternidad y el apoyo mutuo”
Es un investigador de relevancia internacional en ganado caprino con un inquebrantable compromiso social. Su vocación científica, su espíritu humanista y su alma aventurera le han llevado por 32 países de cuatro continentes, en los que ha contribuido a combatir la malnutrición en zonas pobres y “la ignorancia sobre los propios animales y sus productos alimenticios”. El palmero Juan Capote, doctor en Veterinaria y biólogo, recoge en su último libro, que lleva por título No solo curamos animales. Un viaje por el mundo, las vivencias de sus 80 viajes al extranjero. “Yo procuro visitar, acompañado de algún nativo, un cementerio y un mercado tradicional en cada país. Te dan muchísima información acerca de la cultura del lugar”, asegura en una entrevista con La Palma Ahora. “Creo firmemente en que no vamos a avanzar hasta que no seamos educados en la fraternidad y en el apoyo mutuo”, sostiene. Capote, miembro de la Real Academia de Medicina de Canarias, ha sido coordinador de programas y director de la Unidad de Producción Animal, Pastos y Forrajes del Instituto Canario de Investigaciones Agrarias (ICIA), y en la actualidad disfruta de la jubilación. “Sigo con actividad profesional, pero solo la que a mí me apetece, e intento ayudar a los ganaderos a los que, por una razón u otra, se les trata injustamente”, afirma. Los derechos de autor de la obra, editada por Mercurio en papel reciclado, los ha cedido a la Asociación de Veterinarios de Pequeños Rumiantes de Canarias.
Las cabras, su pasión científica, su espíritu humanista y su alma aventurera le han llevado por medio mundo. ¿Cuántos países ha visitado?
Por razones de trabajo 32 en cuatro continentes, la mayoría los he visitado más de una vez. En total unos 80 viajes al extranjero.
¿Qué enseñan los viajes?
Mucho, está claro. Imagínate un estudiante de medicina que quiere ser cirujano. Se lee los apuntes con avidez, pero llega un momento en que, de manera autónoma, tiene que coger el bisturí. Pues con la geografía pasa lo mismo. En los viajes de tipo turístico se aprenden bastantes cosas, pero si vas por razones de trabajo convives con gentes del país. Hay un intercambio de experiencias muy enriquecedor. Yo procuro visitar, acompañado de algún nativo, un cementerio y un mercado tradicional cada vez que visito un nuevo país. Te dan muchísima información acerca de la cultura de cada lugar.
¿Cuál ha sido el mejor momento que ha vivido en su periplo por el orbe?
El que me produjo más satisfacción fue uno a Los Andes argentinos, a caballo, ya que no había otro medio de transporte, con un gaucho. Lo que vi y lo que hice fue sensacional. Pero si en lugar de momentos concretos hablamos de países, sin duda me quedo con China. El trato que me han dado en mis ocho visitas ha sido exquisito. Allí hay un gran respeto por la sabiduría y los científicos tienen una gran consideración. Y mucho más si estás representando a un organismo internacional y tienes una cierta edad. Te sorprende ver tus fotos de viajes anteriores colgadas en carteles y pasillos de las fábricas, o que el director de una de estas te pida que escribas a mano una frase que dijiste en un discurso para ponerla en su despacho, o que te digan, después de una entrevista, que el índice de audiencia de esa televisión es de doscientos millones de personas.
¿Y el peor?
Los peores han sido casi siempre en carreteras, donde el peligro a veces viene de la propia vía o del entorno en que te encuentras. Recuerdo uno en Cabo Verde donde nuestro vehículo transitaba por una horrible pista, sin protección, sobre acantilados de doscientos metros, u otro cerca de la frontera de Mali, un mes después de que los franceses abatieran a un comando terrorista. De cualquier manera, el peor viaje que he realizado está relatado en el último capítulo, en forma de diario escrito por alguien bastante cabreado. Este formato rompe con todo lo anterior. Como dice mi querido y admirado amigo Anelio, es un anticlímax. No tener aspiraciones a premios literarios me permite hacer eso.
¿Qué manjares ha saboreado que son ajenos a nuestra cultura gastronómica?
En realidad, he intentado conocer la gastronomía local de cada país que visito. Aunque estén relacionados con nuestra cultura, no he probado mejores cocos que en las playas de Brasil, mejor bacalao que en Portugal, mejor pato que en la China y, sobre todo, mejor asado que en La Pampa argentina. La raza y alimentación de sus bovinos, junto con la experiencia en la preparación, desde restauradores a gauchos, los hace inigualables. Por supuesto también he tratado de probar todos los platos exóticos a los que he tenido acceso, como carne de cocodrilo en Cuba o curí en Ecuador. En la India intenté hacer una dieta vegetariana que tuve que dejar a la mitad porque no había un plato sin picante. Es parecido el caso de México, donde pica hasta lo que no pica. En el primero de mis viajes a ese país aprendí que nunca se le puede preguntar a un lugareño por la cantidad de picante de un plato. Una comida que para ellos pica “un poquito” para mí es imposible de digerir. No es casualidad que en los países cálidos exista este tipo de gastronomía. El revulsivo que producen en el estómago hace que sus ácidos liquiden las posibles bacterias de un alimento difícil de conservar en esos climas. En México también probé los chapulines, saltamontes o cigarrones cocinados, una especie de gran escarabajo, y lo que ellos consideran un manjar: huevos de hormiga. Sin embargo, en cuanto a insectos, el paraíso está en China. Los hay de todo tipo. He probado escarabajos, chinches, gusanos y alacranes, entre otros, y cuando me han preguntado, por deferencia, qué es lo que quería comer, siempre he solicitado ese tipo de plato. En cualquier caso, prefiero los camarones de La Palma. Y hablando de productos del mar, me quedo con la gastronomía chilena. El día que llegué a Santiago por primera vez, me fui con un colega a una de las mejores marisquerías de la capital. Mientras esperábamos en la barra, y por cuenta de la casa, nos sirvieron media docena de ostras y uno de sus excelentes vinos espumosos. Pedimos locos, un marisco que nos habían recomendado, y desde luego, no nos arrepentimos. Ese univalvo se presenta como una especie de pequeño medallón con una textura exquisita. No he probado mejor marisco. Lástima que se ha sobreexplotado y que sea prácticamente imposible conseguirlo fuera del país. Más tarde entramos a comer en un restaurante de carretera, junto a la costa. En la carta solo había congrio, así que lo pedimos. Para nuestra sorpresa era un serránido, como una gran cabrilla de parecido sabor. Aquello fue un lujo inesperado.
Con la bebida hago lo mismo. No hace falta explicar qué pude consumir en Irlanda, Francia, Alemania o en la mismísima Escocia. De México prefiero el mescal al tequila, sobre todo si lo bebo a la vuelta del viaje y tengo la oportunidad de tragarme el gusano delante de mis amistades especialmente aprensivas. Por supuesto, en los países musulmanes bebo té, mejor si es en un campamento de nómadas, y en Argentina mate y vino Malbec, de una cepa francesa que se produce con excelente calidad en ese país. En China, la primera vez, me ofrecieron un licor que ellos presentan como vino chino. En realidad, es una especie de anís, muy apreciado por los nativos, quienes se empeñan en rellenarte la copa una y otra vez durante los brindis. Allí las comidas que se sirven en los buenos restaurantes se presentan en una mesa giratoria donde los variados platos por sí mismos, proporcionan un bonito decorado. Al final, prácticamente todos los comensales hacen sus brindis, cuyo discurso no entiendes pero que implica la bebida posterior de un chupito. Al día siguiente de la primera de esas cenas me levanté con una sensación desagradable en el estómago por lo que, a partir de ese momento, siempre llevaba una pastilla de vitaminas en el bolsillo, que enseñaba para dar a entender que no podía beber alcohol por estar en tratamiento médico. Así que me dejaban brindar con agua. Eso sí, caliente como toda la que se sirve allí.
¿Tiene un especial significado este libro?
Desde luego, para mí sí. No podía ser menos, es parte de mi vida. Creo que, para mis amistades, quienes me aprecian, también. Al menos tendría un significado especial para mí el leer sus experiencias. En cuanto al resto de posibles lectores, solo pretendo que se distraigan, se diviertan un rato y entiendan que los veterinarios también se dedican a otras cosas aparte de a curar animales.
¿Qué curan los veterinarios además de los animales?
La malnutrición en zonas muy pobres, la ignorancia sobre los propios animales y sus productos alimenticios, la imbecilidad de los que creen que a los animales se les puede explotar sin ocuparse de su bienestar, la idiotez de quienes pretenden curar sin prevenir… entre otras cosas.
¿Cuándo se presentará la obra?
Bueno, ya veremos cómo evoluciona esta pandemia, así que es posible que en ese momento algunos ya habrán leído el texto. Intentaré enriquecerlo con imágenes y otras anécdotas que no se incluyen en el libro. Ahora dependemos de un civismo, que en muchos casos está brillando por su ausencia, y de una ingenuidad en personas que se dejan arrastrar por gurús mediáticos, sin formación adecuada, aunque tengan títulos. Soy de formación científica y solo doy crédito a las informaciones dadas por equipos, no por individuos, y publicadas en revistas de alto impacto internacional. Resultados contrastados, repetidos y discutidos. Sé por experiencia lo difícil que es publicar en esas revistas, la precisión de sus filtros y la exigente profesionalidad de sus evaluadores. Pero parece que hay personas, pocas pero ruidosas, a las que les interesa más la opinión de un vendedor de crecepelos.
“El capitalismo es un sistema caduco que no soluciona los problemas que genera. La pandemia nos ha puesto ante el espejo como especie y es un aviso de las consecuencias de la globalización”. Lo dice el antropólogo y geólogo Eudald Carbonell. ¿Qué opina al respecto?
Es evidente que mis conocimientos de antropología solo son los de un aficionado. No he leído a ese profesional, pero me gustaría saber qué alternativa propone al capitalismo. Cuando era joven, creía y luchaba por la autogestión, en la época que eso podía costarte un buen disgusto. Después vas comprobando que en los sistemas asamblearios siempre hay individuos egoístas y mezquinos que hacen imposible la convivencia. Pero sigo convencido de otras cosas que defendía en aquella época. Creo firmemente en que no vamos a avanzar hasta que no seamos educados en la fraternidad y en el apoyo mutuo. Tardará mucho tiempo en llegar eso. En cuanto a la globalización, desgraciadamente no responde a aquella máxima de “mi patria es el mundo y mi familia la humanidad”. Me temo que es un instrumento para que los poderosos sean más poderosos y los pobres no puedan salir de la pobreza. En cuanto a la pandemia, creo que es un poco ingenuo usarla como aviso. ¿Había globalización cuando la mal llamada gripe española? ¿Y en la peste de la Edad Media? No, lo que había eran barreras. Y esas barreras físicas y culturales han desaparecido en buena medida. Por fortuna.
¿Cómo lleva la jubilación?
Creo que bien. Sigo con actividad profesional, pero solo la que a mí me apetece. Tengo más tiempo para disfrutar de mis amistades y de alguna afición, para leer y para escribir.
¿Qué proyectos tiene para esta nueva etapa de su vida?
Estoy con dos libros, uno técnico y otro sobre las razas autóctonas canarias con un enfoque más anecdótico. Después de 40 años, cuando ya todo el mundo sabe de la existencia de nuestras razas, creo que es el momento de que la gente conozca el esfuerzo que hubo que hacer para que estas fueran reconocidas. Había mucha incomprensión, e incluso sorna, sobre la defensa de nuestro patrimonio genético. Además, sigo colaborando con el Instituto Canario de Investigaciones Agrarias (ICIA) en los proyectos que estaban a medias cuando me jubilé, estoy en otro con China esperando a que se pueda viajar, participo en programas de algunos medios, estoy en un grupo que promueve las tradiciones canarias, donde tiene mucho que ver la ganadería y, sobre todo, intento ayudar a los ganaderos a los que, por una razón u otra, se les trata injustamente. Como se puede ver, no me aburro mucho.
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