En una mañana cargada de emoción y silencio, la Virgen de las Nieves llegó este sábado al cementerio de Las Manchas, conocido como el cementerio de Los Ángeles, donde la esperaban cientos de palmeros. Bajo un cielo azul de noviembre salpicado de nubes blancas, se celebró una misa entre flores, recuerdos y lágrimas contenidas en este Día de Todos los Santos.
Lo más estremecedor no fueron los cánticos ni la multitud reunida, sino los nombres en unos paneles provisionales: los nombres de quienes reposan bajo la lava. Las familias llevaron flores, velas y fotografías, improvisando altares sobre la tierra negra que aún guarda la memoria del volcán.
Son los muertos que la naturaleza sepultó dos veces. Primero, cuando sus deudos los enterraron con la liturgia de siempre, con agua bendita y el último adiós. Después, cuando la erupción del Tajogaite, ya tocando a su fin, devoró parte del camposanto, sellando para siempre aquellas lápidas bajo un manto de roca fundida que ninguna mano podrá apartar.
La Virgen permaneció unas horas junto a ellos, en ese lugar donde hay menos tumbas pero sí ausencias. Y entre tanto dolor, late un deseo compartido: que algún día esos nombres formen parte de un memorial permanente, digno y luminoso. Un lugar donde las familias puedan depositar sus flores cada primero de noviembre, porque hay muertos que merecen algo más que la oscuridad eterna de la piedra volcánica. Merecen luz, memoria y un sitio al que volver.