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Daniel Amat: la música antes y durante el músico

De origen cubano, Daniel Amat lleva más de 15 años viviendo en España; primero se instaló en Bilbao y ahora ha formado familia en Málaga.

Erick Canino

Santa Cruz de Tenerife —

Daniel Amat asume la música como quien asume la vida. En su caso, la música es el camino, es el fin, es el medio. Desde pequeño ha vivido entre notas, entre melodías, en ese desorden mágico que supone haber llegado al mundo en la casa de uno de los máximos representantes de la música cubana. Su padre es Pancho Amat, leyenda viva y pilar fundamental en el reconocimiento internacional del tres cubano, instrumento que maneja como nadie y con el que se ha labrado su imagen pública más allá de las aguas que bañan el Caribe. La música llegó a la familia Amat de manera circunstancial, aunque tarde o temprano hubiese irrumpido, igual que siempre el agua encuentra el cauce del barranco. Porque lo que Pancho lleva en la venas, igual que ahora Daniel, es el arte que es pasión, que se inspira y se transpira, es la música que alimenta tanto como el desayuno. Antes incluso de tener consciencia propia como artista.

Nacido en un pueblo de La Habana llamado Güira de Melena, Pacho Amat siempre estuvo rodeado de sonidos y soneros. El primer instrumento en propiedad le llegó a sus manos a cuenta de una deuda que un cliente de su padre, que era carbonero, no pudo salvar. “Entonces –señala el propio Pancho- el coste del saco de carbón se canjeó por una vieja y destartalada guitarra que no era más que un tres inventado”. Y de esta manera se inició esta saga que tanto ha hecho por la música cubana, tanto dentro como fuera de la Isla.

Daniel Amat cuenta que una de las grandes fortunas en su crecimiento como músico es haber contado con grandes maestros y ahí, claro está, cobra un papel destacado su propio padre: “Él ha sido mi principal maestro, no cabe duda. Ulises Hernández fue quien me enseñó a tocar el piano, pero la vida en casa con mi papá ha sido durante muchos años como tener la universidad en el mismo hogar. Desde pequeño conté con su apoyo y con su impulso, aprendí muchas cosas que no se enseñan allá en el conservatorio en Cuba. Siempre me ha llevado por el buen camino, dándome buenos consejos. Con él aprendí lo que se aprende en la calle, guiándome cómo se tocan las piezas más populares, enseñándome la diversidad de estilos y el respeto por ellos, aunque se pueda terminar fusionándolos. Y además también he tenido la suerte de poder grabar música junto a él. Acabamos de editar un disco que se llama Haciendo son en otro jazz. Ojalá podamos venir a Tenerife a presentarlo”.

Daniel Amat es un pianista enérgico y lleno de personalidad. Sus estudios de música clásica (titulado en la Escuela Nacional de Música La Habana) se han complementado por la influencia de su padre y su aproximación pasional a otros géneros como el jazz.

En fechas recientes Daniel Amat actuó dentro de la programación musical del Otoño Cultural la Fundación CajaCanarias. Llegó a Tenerife con un cuarteto (acompañado por Rodolfo Lusson al contrabajo, Gilberto Norieg, en la percusión y Pablo Néstor Vázquez, en el saxo) para presentar los sonidos de su proyecto Afrocuban Jazz. Música que vuela, música que se fusiona, donde hay raíces y no hay fronteras: “El jazz, como también puede ser la música cubana, o el flamenco o la música brasileña, son géneros que están cambiando constantemente. Hay mucha libertad para crear partiendo de esos estilos musicales. Los músicos lo asumen y lo hacen suyo y desde su óptica salen nuevas creaciones. Un ejemplo claro puede ser lo que ha ocurrido con el flamenco en los últimos años, casi se fusiona con todo. Y con el jazz ocurre lo mismo. Hablar de este estilo de música no es referirse únicamente a una manera de tocar determinada. Ahora fluye bajo unos parámetros que abarca muchos géneros musicales. Algo similar ocurre con los sonidos cubanos, que muchas veces crecen libres y se fusionan, por ejemplo, también con el jazz. Es un género que es muy receptivo a que la gente lo asuma como propio y haga su propuesta personal. Creo que es algo realmente bonito. Son músicas que están en constante evolución”.

Con su propuesta personalísima de latin jazz, Amat y sus actuales compañeros de viajes se han presentado en diversos festivales en lugares tan dispares como Cuba, España, Indonesia y Nigeria. Diversidad en el concepto, diversidad en el campo de acción.

En Tenerife estuvo actuando en la capital chicharrera a comienzos de noviembre en lo que fue su segunda aparición artística en la Isla, después de una primera presentación en el Teatro Leal de La Laguna. Amat, por cuestiones familiares, afirma que nunca le es suficiente el tiempo que pasa en Canarias: “Siempre que se me presenta la oportunidad de actuar en Tenerife digo que sí con mucha alegría y predisposición. Siempre supone para mí un alegría extra poder estar aquí. Es como si tuviera una deuda pendiente constante con esta Isla. Mi bisabuelo por parte de padre era de aquí y nunca he tenido la oportunidad de estar el tiempo suficiente”.

A estas alturas de su vida, el pianista casi tiene tanto de español como de cubano. Lleva más de 15 años viviendo en nuestro país, primero en Bilbao y ahora en Málaga, y aquí ha encontrado lo que ahora más valora: “¿Qué me ha aportado España? Más allá de lo artístico y cultural, donde también he vivido muchos descubrimientos sorprendentes y enriquecedores, lo que más agradezco a este país es mi familia, que es lo más importante para mí, mis hijos”. ¿Y cuáles son las diferencias básicas entre vivir en la isla caribeña y hacerlo ahora en un rincón de Andalucía? “Como inmigrante siempre trato de buscar en cualquier sitio aquel pedacito que dejas, siempre estoy comparando. Aunque pasen los años uno siempre se está marcado por la cultura con la que se desarrolló como persona. No hablaría de grandes diferencias, aunque las haya, sino de lo que yo trato de buscar y no encuentro porque siempre tengo latente todas las cosas con las que me crié en mi país”.

La reapertura de Cuba

Para Daniel Amat, el proceso de apertura que se está viviendo en la actualidad en Cuba no va tener una especial incidencia en el sector artístico musical de la Isla. Según él, sólo acelerará e intensificará algo que es parte de la esencia del creador de su patria: “El músico cubano nunca ha dejado de buscar en el exterior, de compartir y de asimilar cosas de terceros, incluso en los momentos de menor comunicación con el exterior por los motivos que todos sabemos. Ahora bien, sí es cierto que la situación ahora es diferente y que todo parece que puede verse desde una perspectiva más amplia y con menos limitaciones. Esa dinámica de compartir se acelera ahora y se están dando conexiones especiales con universidades americanas, produciéndose más intercambios entre maestros… No cabe duda de que Cuba tiene mucho que decir en el panorama musical mundial y que este nuevo plano de mayor libertad es tan bueno para nosotros como para la música mundial en general”.

Casi todo es música en la vida de Daniel Amat. Los proyectos individuales y de colaboración se le multiplican, como el que afronta ahora a su regreso a Andalucía, en el que adaptará obras de música clásica bajo una perspectiva del flamenco. Su vida de artista se estructura en diversas facetas y él tiene bien claro dónde se siente más cómodo y qué parte le gustaría evitar: “De todo, sin duda, lo que más pereza me da es tener que escribir la música en partituras. Si es para una formación de tres o cuatro músicos, todavía, pero cuando hablamos de bandas de seis, siete u ocho músicos, realmente se hace pesado. Por contra, el mejor momento, un instante mágico sin duda, es cuando la música empieza a sonar por primera vez, cuando lo escrito toma vida y se puede disfrutar del resultado”. ¿Escribir y reescribir? ¿Qué tiene más peso en la obra de Daniel Amat, el momento creativo o el momento crítico? “La primera creación suele tener mucha importancia; aunque luego revise y cambie cosas, en muchas ocasiones vuelvo atrás y me quedo con la primera grabación. Me doy cuenta de que realmente es lo mejor que he podido hacer. De alguna manera, puedo decir que tengo ayuda en casa. Consulto a veces con mi mujer, que no es músico pero que por aproximación puede representar al gran público. Ella me dice si le gusta o no cierta melodía, si le transmite o si hay mucho ruido de acordes atrás. Son muchos detalles sobre los que hay que estar pendientes. Con todo, sí tengo que decir que tengo mucha fe en esos primeros instantes de inspiración”.

Pese a los años de estudios, pese a todos los conocimientos adquiridos a largo de una intensa vida de formación continua, Daniel Amat se queda con la belleza de la música por encima de cualquier otro concepto, por encima incluso del virtuosismo y de la técnica: “Cuando doy un concierto, lo que siempre anhelo es que la gente salga pensando, ¡qué música más bonita! Más allá de que valoren el virtuosismo o la energía, que se vayan con la sensación de haber escuchado una música bonita. Este es mi sueño. Para mis actuaciones, prefiero principalmente los espacios donde el público esté sentado. La música que nosotros representamos tiene una carga especial en cada acorde, la melodía tiene una elaboración muy pensada, y creo que las personas sentadas pueden valorar mejor todo eso. Después de esto, las salas también tienen su encanto porque se interactúa mejor con el público, se llevan una mejor impresión de lo que está pasando sobre el escenario, de cómo interactúan los músicos entre sí, y hasta de nuestros propios errores, que también son parte del espectáculo. En las salas grandes lo que más me gusta son las pruebas de sonido, enfrentar el piano y buscarle su sonido. Con todo, desde mi óptica me quedo con los clubes pequeños, por la interacción con el público”.

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