EL CRONISTA ACCIDENTAL

Dos (buenos) ejemplos europeos

Marcha a favor de la Unión Europea en Berlín. Foto: Parlamento Europeo

Juan Manuel Bethencourt

Santa Cruz de Tenerife —

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A lo largo de los últimos meses, en España no hemos tenido empacho en señalar con el dedo a la Unión Europea, al considerarla responsable no tanto de la pandemia de coronavirus en sí misma (lo cual ya sería el colmo) como de la insuficiente respuesta política y económica al destrozo indudable provocado por la COVID-19. Durante semanas, políticos y opinadores han frecuentado las tertulias de televisión y han inundado las páginas de periódico atribuyendo a los “frugales del norte” una visión incriminatoria en la que los países del sur nos reservamos el papel de víctimas, dejando al norte la condición de verdugos. Pero es un error diplomático y estratégico considerar que la función de la UE pasa casi exclusivamente por articular mecanismos de rescate. De hecho, una visión de tal naturaleza atenta directamente contra las posibilidades de supervivencia del club europeo, ya amenazada por el riesgo de mimetismo que podría ocasionar un Brexit exitoso o incluso inocuo para su protagonista, el Reino Unido. Nunca debemos olvidar que la Unión Europea, nacida de la desgracia colectiva, de la matanza en versión industrial que supuso la Segunda Guerra Mundial, sobrevive y (a veces) avanza sobre territorio política y culturalmente inestable. Por ejemplo, a estas alturas ya sabemos que una salida de los Países Bajos sería muy dañina, y que un Gobierno de derecha populista en Francia, algo que no es imposible, sería algo así como el rejón de muerte para el único proyecto colectivo que puede sustentar el bienestar del Viejo Continente en este convulso siglo XXI. Así que menos tacticismos y más convicciones, porque nos va el futuro en ello. Pedro Sánchez se ha equivocado unas cuantas veces al equiparar con simpleza europeísmo y solidaridad. Josep Borrell le ha corregido con elegancia, al recordar que el europeísmo es por encima de todo interés común y principios compartidos. Europa se sustenta ahora mismo sobre tres pilares: Alemania y su extenso ámbito de influencia; el bloque mediterráneo que lideran España e Italia, con Francia como aliado, y el tradicional eje franco-alemán, sin el cual ningún acuerdo es posible. Esto sí lo ha entendido bien el presidente del Gobierno español, justo es decirlo también.

La Comisión Europea ha protagonizado la semana política con una propuesta muy ambiciosa para la recuperación económica del continente, en la que, por cierto, España sale muy bien parada tanto en lo tocante a las transferencias directas como a los préstamos a bajo coste, que refuerzan estrategias ya existentes como el temido programa MEDE, los fondos SURE para pagar la factura social provocada por la pérdida de empleo y las compras de deuda a cargo del Banco Central Europeo, que se mantiene ahí, impertérrito, cumpliendo funciones para los que no fue creado. Pero recordemos una cosa: este plan de rescate de la Comisión Europea lo lidera su presidenta, una alemana, y lo ha elaborado un austriaco, el comisario de Presupuestos. Así que pongámonos por un segundo en la piel de Ursula von der Leyen y Johannes Hahn, dos políticos de derecha moderada, fuertemente presionados por las opiniones públicas de sus países respectivos, donde también la extrema derecha crece a lomos de la incomprensión xenófoba. Especialmente relevante es la posición del comisario Hahn, que desde la ortodoxia ideológica que le da su condición de democristiano ha enviado un mensaje inequívoco que debería ser apreciado por sus colegas ideológicos del sur: el plan de reactivación supone una emisión de deuda sin precedentes que deberá ser pagada por esta generación y quizá la siguiente. ¿Pero cómo? Con impuestos verdes que aceleren la transición ecológica, tasas a las empresas tecnológicas (los gorrones de la nueva economía) y tributos exclusivos para las grandes multinacionales que se benefician de un mercado único de 450 millones de consumidores y carente de barreras arancelarias. Así que la sentencia está muy clara: son los ganadores del capitalismo quienes deben financiar la recuperación económica y social. Esto lo dice alguien en España y es tachado de bolivariano y chavista. Pero, ¿en qué momento el keynesianismo fue confundido con el comunismo?

Hay una cosa que tenemos que entender en y sobre Europa: el movimiento se demuestra andando. Nos lo acaban de demostrar los daneses, con una desescalada modélica que ha contemplado la reapertura de los colegios sin provocar por ello distorsión alguna en las cifras de la pandemia. Por cierto, la incidencia del coronavirus en Dinamarca es muy parecida a la de Canarias en muertos y casos detectados en función de su población (5,8 millones, Dinamarca; 2,2 millones, Canarias). Los nórdicos, pese a disponer de un modelo económico mucho mejor adaptable al teletrabajo, entendieron que la conciliación era una pieza esencial, y no accesoria, para la nueva normalidad, y se pusieron a la tarea de habilitar espacios seguros en los centros escolares, sin descartar las clases al aire libre y la disponibilidad de inmuebles cercanos a los colegios, como acaba de proponer la ministra española Isabel Celaá. Cierto es que Dinamarca dedica a su sistema educativo el 7,6% de su riqueza nacional, y Canarias sólo el 3,6%. Cierto también que la renta per cápita de las Islas asciende a 20.900 euros, y la de Dinamarca es casi tres veces superior. Todo eso es necesario tenerlo en cuenta, de acuerdo, pero los daneses se pusieron a la faena en las largas semanas de confinamiento, tiempos en los que en Canarias se ha hablado mucho sobre circulares en modo borrador y politiqueos sobre la continuidad de una consejera desbordada por las circunstancias y la dificultad de la tarea. El llorado Pedro Molina, lagunero como la ya ex consejera María José Guerra, tenía un latiguillo formidable para explicar los recelos de los funcionarios europeos ante el uso poco eficiente de los fondos comunitarios a cargo de las instituciones canarias: “Los rubios no son tontos”. Nosotros tampoco lo somos, pero a veces nos hacemos pasar por tales. Mal ejemplo.

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