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Experto en oratoria ofrece un curso gratis a los diputados, pero Ana Pastor no le contesta

El experto en oratoria Ángel Lafuente.

Macame Mesa

Las Palmas de Gran Canaria —

El experto en oratoria Ángel Lafuente es consciente de que la sociedad no da al arte de la palabra el valor que merece. Una materia que se manifiesta deficiente entre quienes deberían dar ejemplo, como los oradores públicos. A su juicio, resulta lógico el motivo por el que ni políticos, ni empresarios, ni curas, ni profesores saben hablar en público o en privado: “pues porque no se nos enseña. La culpa no es de esas clases profesionales, es del sistema”.

Lafuente, que impartirá el 18 y 19 de julio el curso Cómo hablar en público con placer escénico en la Universidad de Verano de Maspalomas, recuerda en una extensa entrevista con Canarias Ahora que recientemente entregó una carta a la presidenta del Congreso de los Disputados, Ana Pastor.

En la misiva comenzaba diciendo: “señora presidenta, Grecia no admitía como políticos a los que no dominaban la oratoria, el sentido común tampoco lo acepta. La mayor parte de nuestros políticos, de nuestros diputados y senadores, no sabe hablar sin leer y cuando lee lo hace fatal”. Motivo por que se brindaba a dar una conferencia o un curso gratis. De momento, no ha obtenido respuesta.

A esto hay que añadir la presencia de una serie de “mafias que hay en los partidos enseñando oratoria”, que no sacan “el adecuado rendimiento a estos buenos oradores en potencia”. Según explica, se trata de “grupitos, profesorcitos que se colocan allí, que son amigos de y muchas veces dicen chorradas”.

“Ves a ciertos políticos que no quiero mencionar, que llevan un clip o una bolita de papel, porque les han dicho que eso concentra la atención. El campo de la oratoria es el más invadido de cierrabares, abrebotellas, tontos de baba e ignorantes”, lamenta.

¿Damos hoy en día menos valor a la oratoria del que merece?

Ojalá le diéramos menos valor de la que merece, pero es que no le damos ningún valor. La prueba la tienes en que no es una enseñanza obligatoria desde primero de básica. Esto choca con el sentido común, es auténticamente de locos. Desde la escuelita misma, deberían enseñarnos oratoria. Parece que el término oratoria resulta un poco ampuloso, cuando es el arte de la palabra, el dominio de la misma. Pero señor ministro, señor consejero de educación, señor director de mi colegio, si desde pequeñito voy a estar recibiendo y entregando palabra, cómo no me la enseña. Usted me enseña matemáticas, geografía, religión, sexología… óigame, ¿y el arte de la palabra?

Vamos a dejar la enseñanza media, vamos a ir a la universidad. ¿Cómo es posible que se atreva el sistema educativo a soltarnos a la calle, a graduados y doctores, sin el dominio de la palabra? Pero si es la otra carrera necesaria. Ya puede estar alguien muy bien preparado, que si no sabe comunicarse se empobrece y no saca partido a sus años de esfuerzo y al de su familia para costearle los estudios. Y lo que es peor todavía, empobrece al oyente.

Cabría decir, “por qué usted se ha dado cuenta de esta locura y los demás no”. Yo llevo ya 55 años enseñando esta materia, desde que era un joven universitario muerto de hambre en Madrid. No creo que haya nadie en el mundo que lleve tantos años como yo enseñando esta materia.

¿Y después de tantos años enseñando esta materia, qué conclusión saca?

Mi conclusión es que hay un miedo terrible en todos los poderes al libre pensamiento de los individuos. Todos los poderes - los civiles, militares, docentes, económicos, eclesiásticos… -intuyen que si dotamos del dominio de la palabra a la gente, si llevamos al individuo a su máxima consistencia personal, a estar dotados de una personalidad que yo me atrevo a denominar imbatible, va a formar parte de un conjunto de hombres y mujeres que no van estar al pensamiento único, ni a lo políticamente correcto, que se van a mover aunque no salgan en la foto. Y eso, a los poderes les asusta. Prefieren individuos que tengan tocinillos en el cráneo. Esto es un grave problema.

¿Cómo nos influyen las redes sociales?

Estoy a favor de todo lo que sea progreso y, por lo tanto, también a favor de las redes sociales. Lo que ocurre es que no pueden convertirse en una calamidad, no pueden esclavizarnos. ¿Por qué no me va a servir a mi una red social? Me expreso libremente, tengo un ámbito de actuación insospechado hace pocos años. No creo que sea incompatible. Otra cosa es, y surge en mi cursos, el que los wassapos y sms estén deteriorando el lenguaje entre los jóvenes. No tiene por qué. Yo envío un sms o un whatsapp perfectamente escrito, con sus puntos, comas, acentos y palabras precisas. Pero no se ama la palabra. Es un gran invento del genio humano, el que los hablantes de una lengua hayamos llegado a acuerdos sobre que ciertos sonidos evocan un concepto y gracias a esto rompamos nuestra soledad.

Pero también habla de calamidad.

Me refería a que todos los medios - también las redes - mal utilizados se pueden convertir o están convirtiendo en una calamidad. Es más, gente como yo, que soy mayorcito, me encuentro un poco esclavizado. Estoy en esa purga en la que, ojo, llegas a casa para descansar y te pones a mirar qué te han enviado. Normalmente nada, chorradicas. Pero eso son los sarampiones que espero que pasen.

También influye en la educación el discurso de los oradores públicos. ¿Qué nivel hay actualmente entre los políticos?

Muy malo, muy deficiente. Hace dos o tres meses, siguiendo la campaña que llevo desde hace muchísimos años de reunirme con ministros de Educación del Gobierno de España, con consejeros de comunidades autónomas, con ‘mogollón’ de directores, de rectores de centros...todos me dan la razón. ¿Se hace algo?

Usted envió una carta a la presidenta del Congreso, Ana Pastor.

No solamente enviar, sino que se la entregué en mano. Yo pertenezco a una fundación independiente que todos los años nombra a alguien español universal. Hace unos tres o cuatro años decidimos dar el título al propio idioma. Hemos confeccionado un libro muy interesante en el que recogemos todos los discursos del premio Miguel de Cervantes y de los premio nobel españoles y se lo vamos entregando a diferentes autoridades. Hemos estado con los reyes, ministros y el presidente del Gobierno. Y hace dos meses o tres, con la presidenta del Congreso de los Diputados.

Yo no pertenezco a ningún partido político, me echarían de todos ellos, pero me ha parecido siempre una mujer muy valiosa. Le llevé una carta preparada en un buen sobre y a la despedida, me quedé el último para tener esos segundos para decirle: “señora presidenta, su tiempo vale más que el oro, no voy a ser yo quien se lo haga perder. He escrito una carta, se la quiero entregar si usted me garantiza que la va a leer”. Ella contesto que sí.

La carta comenzaba diciendo: “señora presidenta, Grecia no admitía como políticos a los que no dominaban la oratoria, el sentido común tampoco lo acepta. La mayor parte de nuestros políticos, de nuestros diputados y senadores, no sabe hablar sin leer y cuando lee lo hace fatal”. Y me brindaba honestamente como español a dar una conferencia o un curso gratis.

¿Y recibió respuesta?

No he tenido ni una palabra de gratitud. Si hay alguien que lea y tenga relación con la señora presidenta del Congreso, que se lo diga, que hay un ciudadano de a pie llamado Ángel Lafuente que le ha enviado una carta muy razonable y respetuosa, para ver si acabamos con esta vergüenza. Es una vergüenza, pero ocurre igual en todos los parlamentos autonómicos, es un desastre. Pero es lógico, es decir, por qué no sabemos hablar ni en público ni en privado, ni los políticos, ni los empresarios, ni los curas, ni los profesores… pues porque no se nos enseña. La culpa no es de esas clases profesionales, es del sistema.

Cuendo yo volví de Canarias, donde fui locutor y presentador de Televisión Española durante muchos años , acudí a unas charlas que un profesor de cierta universidad daba sobre retórica. Se ve que hablé con él, porque hace unos meses, intentando liberarme de papeles viejos, me encontré con la carta que aquel profesor me escribió. Una carta de un folio, ninguna amistad conmigo y creo que es una persona decente. Este señor, por abreviar la historia, llegó a ser ministro de Educación del Gobierno de España y en una recepción con el rey Juan Carlos nos encontramos. Tras darle la enhorabuena, le dije que esperaba que pusiera en marcha algo de lo que habíamos venido hablando durante 25 años. Me dijo, creo que honradamente, que algo haría. No hizo nada.

¿Habla del exministro de Educación José Ignacio Wert?

No quiero decir el nombre del ministro por respeto. No es problema del ministro, es problema del sistema, es de locos. Precisamente, la propaganda que se está haciendo de la Universidad de Verano en Maspalomas en cuanto a mi curso plantea una primera pregunta: ¿De qué nos sirve conocer, si no sabemos exponer?

¿Hablando de exposiciones, quien cree que mete la pata en los discursos del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy o quien le escribe el texto?

Habría que analizarlo. Prescindiendo de personajes concretos, que no me gusta hablar de políticos vivos, porque doy clases a todos los partidos políticos o ellos pudieran ser alumnos míos, me gusta ser discreto y respetuoso.

Pero estamos hablando del presidente del Gobierno, máximo representante público de los españoles.

Sí, pero vamos, no lo sé. Desde luego, si yo fuera presidente del Gobierno, o rector de ‘no sé dónde’ o consejero delegado de no sé qué empresa, podría tener ayudantes o asesores que me escribieran los discursos. Óigame, pero yo no lo leo así. Y si yo fuera rey de España, efectivamente, tendría que someterme a la disciplina de que me confeccionen los discursos oficiales, incluso que los controle Presidencia del Gobierno. Pero yo no leería nada en público, si yo no lo hubiera supervisado. Aquello con lo que no estuviera de acuerdo, no lo leería.

Se lanza un poco a la piscina el presidente del Gobierno.

No podría decirlo. De todos modos, hay muchos políticos que hablan bien. He de ser justo. Muchísima gente viene a mis cursos y lo primero que les advierto es que yo no enseño a hablar bonito. Quien viene queriendo ampliar su vocabulario se ha equivocado de puerta. Enseño a comunicar, esa es la finalidad. Porque se puede hablar muy bien, muy academicamente y no comunicar nada. Y se puede ser un ignorante, un torpe en estilística, sintaxis, etcétera y sin embargo comunicar perfectamente bien.

De hecho, en mis clases siempre aludo a dos anécdotas. El mejor orador que he tenido en mis aulas en estos 55 años fue precisamente un joven canario de unos veintitantos años. He lanzado mensajes para reencontrarlo. Fue en el salón de la Fundación Mapfre de Guanarteme, organizaba el curso la Concejalía de Juventud. La inmensa mayoría de los que asistían eran universitarios, muchos ya con sus despachos, sus consultas abiertas. Había cinco no universitarios y este chaval era casi analfabeto. Nos habló, porque pertenecía a una ONG que atendía a reclusos en la cárcel del Salto del Negro. Fue tan impresionante su discurso que nos pusimos todos de pie como un solo hombre, le dimos un aplauso de ópera y hubo gente que lloró. A mí se me cayeron dos lágrimas. ¿Hablaba bien este chico? Hablaba fatal. ¿Sintaxis? ¿Quién es esa señora tan rara? ¿Vocabulario? Cuatro palabrillas, pero cómo comunicaba, cómo transmitía sentimientos e ideas. El día que yo fui mejor orador y nunca lo superaré, fue el día del entierro de mi madre. Ahí teníamos el caso de una persona que se defiende hablando en público, que incluso se atreve a ser maestro de oradores y, qué curioso, lo que mejor comunicaba de él no eran sus palabras, sino sus silencios y sus lágrimas. La finalidad es comunicar.

Entonces, dialectos como el canario no suponen un hándicap.

No, de ninguna manera. Y eso no lo digo porque yo pidiera venir destinado a Canarias o sea un enamorado de las islas, o mis hijos sean canarios y tenga una nieta chicharrera. Luché muchísimo desde mi modesta posición porque aquí se cultivara la manera de hablar en Canarias, porque es un valor cultural que no se puede perder. En Televisión Española era la época de la dictadura y se obligaba a los locutores canarios a hablar a la castellana. Otra cosa es que los canarios, los castellanos, los andaluces y los extremeños tengan que pronunciar bien y vocalizar adecuadamente.

¿Echa de menos la generación de Felipe González, Adolfo Suarez o Santiago Carrillo en la tribuna?

Sí, se ha caído indudablemente en la oratoria.

¿La entrada de nuevos partidos políticos en el Congreso ha propiciado esa caída o, por el contrario, ha elevado el nivel?

Hay quien lo ha elevado. No voy a decir yo quién, pero es evidente. Hubo amigos que me llamaron, a raíz de la publicación de un artículo en la prensa de Castilla y León y me preguntaron que cómo podía yo decir que éste individuo era el mejor orador.

¿Se refería a Pablo Iglesias?

Eso lo dices tu, prefiero no decirlo. Pero creo que los espectadores seguramente van a adivinar y a acertar. Una cosa es la objetividad y es necesario ser leales con la verdad, aunque te cueste el cuello. Alguien puede estar de acuerdo o discrepar con los valores, pero por qué no reconocer los valores, mejor nos iría en el mundo. No ya en este tema, sino en todo. ¿Por qué si alguien nos cae mal o ha metido la pata en algo le ponemos una tacha? Por el amor de Dios, habría que acudir a aquello del evangelio de que quién esté libre, que tire la primera piedra.

¿Y si le pregunto qué partido tiene los mejores y los peores oradores?

Sería muy atrevido por mi parte, porque habría que hacer un estudio serio. En todos los partidos hay gente muy apreciable, provechosa, lo que es una pena es que, habiendo muy buenas maderas de oradores, por culpa del nefasto sistema educativo que abandona la oratoria y por las mafias que hay en los partidos enseñando oratoria, no saquen el adecuado rendimiento a estos buenos oradores en potencia.

¿Mafias?

En los partidos hay mafias, lo conozco muy bien. Si quieres que suavice la expresión, lo hago. Hay grupitos, profesorcitos que se colocan allí, que son amigos de y muchas veces dicen chorradas. Pero claro, como hay tanta ignorancia en oratoria, pues se admiten como revelaciones del más allá. Por eso la cosa va de mal en peor. Yo he tenido vetos en partidos. ¿Quiénes me han vetado? No los líderes políticos, sino los que dan clases en esos partidos, porque denunciaba la situación.

Recuerdo una anécdota, en uno de los dos grandes partidos, por Ferraz o Génova. Había dado un curso, porque un alto dignatario había hablado muy bien de mí. Fue curioso, porque un miércoles de Semana Santa me recibe el ‘mandamás’ de formación del partido y le expongo lo que hago y me dice: “claro, pero tu no eres de nuestro partido”. A lo que respondo: “ni del vuestro ni del de ninguno”. “Hombre, es que si yo mañana te envío a Cádiz a dar un curso, los militantes del partido van a pensar que eres de los nuestros”, añadió. “¿Tan torpes les consideras? Yo mañana voy por la calle contigo y vemos que a alguien le da un infarto de miocardio, ¿le vas a pedir el carné? Si soy cardiólogo, dirás ayúdame. Yo soy un profesional”, respondí.

Di un par de cursos, creo que fue en el segundo cuando me llamaron, eran vísperas de unas elecciones municipales. Había estado un grupo de alcaldes y concejales trabajando toda la mañana, se habían ventilado un almuerzo opíparo y a mi me llamaron para que de cuatro a ocho de la tarde, sin siesta, les diera una conferencia. Empecé a meter metralla, a superar la hora, la gente entusiasmada… pero había una chica que rondaba los 30 años con una cara de mala uva impresionante. Pensé que le estaba cayendo mal, de hecho sé que caigo mal a unas cuantas personas, lo cual es lógico. De pronto, esta chica me interrumpió y se volvió a los compañeros para decir: “¿Qué tiene que ver lo que nos está diciendo Ángel Lafuente, que chorrea sensatez y lógica, con lo que nos dijo una profesora del partido, psicóloga ella, hace una semana?”. Cuando terminé, un montón de aquellos alcaldes me exigieron tomar una cerveza y me contaron las chorradas que les estaban diciendo.

¿Qué tipo de “chorradas”?

Lo que están diciendo a los partidos políticos es que es conveniente llevar siempre en la mano un bolígrafo o algo. Y ves a ciertos políticos que no quiero mencionar que llevan un clip o una bolita de papel, porque les han dicho que eso concentra la atención. El campo de la oratoria es el más invadido de cierrabares, abrebotellas, tontos de baba e ignorantes. Y no solo en los partidos políticos y no solamente en España. ¿Por qué vienen a verme señores yanquis? Porque se están diciendo en todas las universidades del mundo tres chorradas, como que el miedo escénico es natural y no tiene arreglo, lo cual no es cierto. Por haber escuchado yo estas estupideces, de los 55 años que llevo enseñando esta materia, del orden de los 30 años me los pasé con miedo. Y se está diciendo que el miedo escénico es conveniente. Yo, que soy bastante tonto, me pregunto para qué me sirve a mí el miedo si estoy siendo entrevistado o impartiendo una conferencia.

¿Es que si tú, antes de la entevista o actuación, en los primeros minutos sientes miedo o zozobra, vas a ser una persona más sensata, más prudente, te vas a preparar mejor o vas a ser más ético? Lo niego. Para ser ético con esta entrevista, me basta con la leche de ética que mamé en los pechos de mi madre. No necesito tener miedo para hablar adecuadamente a vuestra audiencia, esos son chorradas, coartadas de aquellos que no saben superar el miedo escénico. Yo sé superarlo, porque fui un hombre tremendamente acomplejado. De adolescente y de joven fui un tímido enfermizo, tenía un trauma de complejo de inferioridad, no me aguantaba ni a mí mismo y ahí me vino el gran regalo realmente.

¿Hoy día hablamos mucho del populismo, tiene algo que ver con la intensidad de la oratoria?

Pudiera tener que ver. Yo me cargué las prácticas individuales hace muchos años, soy el único profesor que enseña esta materia sin que el alumno tenga que salir en público a hacer el panoli delante de mí. Claro, cualquiera se estará preguntado qué enseño, ¿filosofía de la palabra? Yo enseño el arte de la palabra. ¿Y hacen prácticas sus alumnos? No las hacen, sin embargo, mi curso es el más práctico del mundo, porque convierto la vida diaria en el gran taller de la palabra hablada. Mi curso tiene que servirle a usted para hablar con su pareja en la máxima intimidad amorosa. Yo estoy automáticamente escuchándome mientras hablo y me doy cuenta de si cumplo o incumplo unas reglas sencillas que no me aparten del campo de la comunicación total. Cuando cumplo, que es la mayor parte de las veces, pues me doy caricias virtuales. Cuando las incumplo, cogotazo. Pero no puedo hablar con nadie sin darme cuenta de si el resto cumple o no las regla de oro de la comunicación verbal.

¿Y qué tiene que ver eso con el populismo?

Pues que a mi curso viene gente que ni de guasa iría a hacer el panoli en público. Segundo, los cursos ganan en eficacia en la medida en que aumenta el número de alumnos, de oyentes. Esto es un fenómeno psicológico automático, no es que yo lo busque ni lo pretenda. Cuando aumenta en número el colectivo de oyentes, baja el nivel crítico individual y sube el nivel de fervor y entusiasmo. Si lo que das es bueno y honesto, como es mi caso, penetras mejor. Si yo fuera Hitler - aparte de otras razones históricas que conocemos – podría llevar a un pueblo muy culto, como el alemán, al genocidio o al silencio ante el genocidio. Este individuo, que era un demonio, pero buen comunicador, reunía a 400.000 personas en las explanadas de Berlín, con toda la panafernalia de los estandártes y marchas militares y se llevaba a la gente al huerto.

Yo mismo me he sometido a experiencias. He puesto en el salón de mi casa vídeos de dictadores con los que no tengo nada que ver, he elevado el volúmen y notaba una cierta vibración interna. Baja el nivel crítico individual, sube el nivel de fervor y entusiasmo. Evidentemente, esto es muy aprovechable para bien y para mal. La verdad es que la responsabilidad de los hombres públicos es enorme, sobretodo en actos públicos. Hay que ser muy sensible, la gente está tierna, está en carne viva. Ahí tiene que saber usted qué es lo que siembra: positividad, negatividad, amor, cordialidad, enfrentamiento, lucha, envidias, odios... cuidado. Obviamente, los populismos, en lo que tienen de negativo, pueden beneficiarse de esto. De lo que se pueden beneficiar también otros que no abogan por el populismo.

Qué convence más hoy en día, un buen discurso o una buena campaña de marketing.

Yo diría que los discursos no convencen, las campañas de marketing sí. Sobretodo si nos referimos a discursos masivos, lo cieto es que la gente no se entera. Los políticos sólo necesitan elevar el volúmen de voz y acercarse al micrófono. Por ejemplo, usted va a hablar en Villacochite de Abajo, porque usted es el alcalde o pretende serlo:

-¡Vecinos y vecinas de Villacochite de Abajo!.

- ¡Alcalde! ¡Alcalde!

- ¡Cómo me nombréis alcalde, os voy a hundir en impuestos, os voy a quitar hasta los calzoncillos!

- ¡Alcalde! ¡Alcalde!

La gente no oye. Por eso, lo que pretendo hacer hasta que Dios me dé vida es animar a la gente a que vaya al librepensamiento. Ésta es la finalidad humanista de mi curso. Pero claro, es arriesgado, la gente está agarradita a sus ideas, a sus credos, a sus partiditos, a sus clases sociales, a sus pequeñas patrias, porque si les descuelgan de ahí, ¿dónde caen? Por eso yo, donde llevo a los individuos es a su máxima consistencia personal, basadas en primer lugar en el amor propio. Cada uno de nosotros es lo más sagrado que hay en este mundo. Una persona que se quiere profundamente, no le importa reconocer sus errores y defectos y quiere más a los demás. La segunda de las ideas es que este mundo es un dramático teatro, pero teatro. En este momento el planeta tierra está ocupado por 7.000 millones de actores absolutamente iguales en dignidad y en valor. Yo no miro a nadie por encima ni por debajo de mi hombro, porque no lo hay. ¿Qué sería España con 47 millones de hombres y mujeres de personalidad imbatible, de libre pensamiento y palabra? No podemos ni soñarlo.

¿Un libro que recomiende?

Sería presuntuoso por mi parte referirme a uno sólo. Voy a recomendar el libro que voy a publicar si tengo vida para ello. Tengo un libro escrito desde hace unos 15 o 20 años, pero me están faltando dos meses para entrar en mi casa. Ese libro se titulará Del miedo escénico al placer para hablar siempre con eficacia.

¿Un discurso que recuerde?

Recuerdo muchos, pero diría el de Suárez cuando renunció a la presidencia del Gobierno de España.

¿Cómo influye en el discurso el empoderamiento femenino?

Lo primero que tengo que decir es que la mujer habla mucho mejor que el hombre. Eso para mí ha sido un gran descubrimiento, porque de los 55 años que llevo enseñando, unos 40 casi han sido teórico-prácticos. En la Universidad de Verano de Maspalomas siempre doy el segundo nivel, que se titula prácticas para hablar en público con placer escénico. Claramente, la mujer habla mucho mejor que el hombre. Habría que investigar el porqué, pero yo creo que a la mujer, con sus pros y sus contras, no se le ha exigido tanto como al hombre.

El hombre, ese macho ibérico, tiene que quedar siempre por encima, tiene que prevalecer, que destacar. A la mujer, afortunadamente, no se le ha pedido esto, por lo que hablan con una mayor naturalidad, se defienden mejor. Como alumnas de oratoria son formidables. Todo lo que sea destacar a la mujer me parece formidable y creo que el sexo masculino ha cometido un agravio histórico contra el femenino y tenemos que colaborar todos en compensarlo, porque no es beneficioso para nadie, ni para nada.

¿Qué opina de que en los últimos años, los discursos políticos utilicen constantemente el masculino y el femenino en la misma frase?

Eso me parece un plomo, inaguantable. Se puede hacer alguna alusión, pero el ‘os’-‘as’, tanto en comunicación verbal como escrita me parece insoportable. Te puedo asegurar que si mañana, una autoridad como la Real Academia Española dijera de hablar en femenino cuando se refiriera a ambos géneros, yo no tendría ningún inconveniente en dirigirme a un colectivo de 500 hombres y una mujer diciendo “queridas amigas” o “señoras”. Lleguemos a un acuerdo, porque esto es inaguantable, creo que con eso no se consigue nada.

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